En lo que acontece a retozar con la química cerebral, valiéndonos de sustancias diversas capaces de agitar el enmarañado de neuronas que conforman nuestra psique y poder así alcanzar los ansiados estados alterados de conciencia, no puede decirse que los humanos nos hayamos mostrado reservados. Al contrario, pareciera que desde los albores mismos de nuestra evolución, los monos parlantes nos hemos empeñado en ampliar los anaqueles de la farmacopea disponible para sacudir los grilletes de la sobriedad, desatar la efervescencia de la mente y abrir las puertas de la percepción de par en par. Por Andrés Cota Hiriart con ilustraciones de René Villanueva Maldonado
No sé si llegaría tan lejos como para aventurarme a secundar la teoría del mono dopado de los hermanos Mackenna, la cual postula que el acontecimiento decisivo para que aconteciera la revolución cognitiva y que nuestra estirpe adquiriera esa conciencia tan particular que nos caracteriza, pudo haber sido justamente el contacto temprano con hongos alucinógenos ––específicamente Psilocybe cubensis y su sustancia activa: psilocibina–– en las estepas africanas hace unos cien mil años (es decir previo a la gran diáspora del Homo sapiens). No obstante, de que los psicodélicos se fraguaron como parte integral de la cosmovisión de buena parte de las culturas ancestrales alrededor del mundo, incluso comenzando a ser finalmente reivindicados por la ciencia y medicina occidentales en nuestros días, no queda la menor duda.
Ya sea como catalizadores de rituales, remedios y medicinas tradicionales, sazonadores de la recreación, válvula de escape de contextos opresivos, umbrales hacia místicas perdidas o simplemente facilitadores pasajeros del sosiego, la realidad es que las drogas nos han acompañado desde hace milenios.
Cuando menos ese es el caso tratándose de numerosos alcaloides y enteógenos provenientes de plantas y hongos: brotes preciados de la tierra, venerados por sus dotes psicoactivos, que se cuentan literalmente en el orden de las centenas de especies distintas. Sin embargo, hablando de compuestos de origen animal, la verdad es que nos hemos mostrado francamente discretos. Los terrenos de la zoología alucinógena permanecen como una frontera poco explorada, un limbo borrascoso en cuya dirección tan sólo los psiconautas más osados se aventuran a zarpar.
Ni siquiera el temerario William Burroughs o sus desenfrenados discípulos beatniks consideraron propicio embarcarse en una expedición hacia tales confines de la experiencia humana e incluso el viejo lobo de mar Antonio Escohotado, navegante diestro como pocos de las aguas mentales y divulgador filosófico de los efectos alterantes (su Historia general de las drogas es un clásico en el campo), se muestra un tanto dubitativo ante las intimidantes fuerzas en juego, llegando a declarar alguna vez respecto al anfibio mencionado en nuestra primera entrada que le daba «yuyu».
Pero no extendamos innecesariamente el preámbulo, abramos de una buena vez el bestiario de fieras con propiedades psicoactivas y no olvidemos que en estos lares hasta el mismísimo Don Juan (de aquellas enseñanzas narradas por Castaneda) sentiría desconcierto.
Sapo del desierto de Sonora, Incilius alvarius
Viéndolo agazapado al pie de una farola en las afueras de Caborca, en el noroeste mexicano, el apacible anfibio podría aparentar no poseer mucho más que un semblante taciturno y una fisonomía que lleva el término robusto hasta sus últimas consecuencias —imaginemos una toronja recubierta por verrugas de la cual sobresalen cuatro patas anchas y cortas—. No obstante, para el naturalista versado y todo aquel que esté al tanto del prodigio bioquímico que aguarda bajo la piel grumosa de este rotundo anuro, no queda más que profesar el más profundo asombro y respeto. A fin de cuentas, embebidas en el veneno lechoso que secreta a través de sus glándulas parótidas, se encuentran las dos sustancias psicoactivas más potentes que se conocen: 5-MeO-DMT y bufotenina (5-OH-DMT).[1]
Ambos compuestos pertenecen a la familia de las triptaminas —derivados indólicos similares en estructura al triptófano— que, al igual que el resto de enteógenos afines al DMT, interrumpen la recaptación de serotonina, provocando alteraciones significativas en la esfera perceptual y desatando en consecuencia tórridas alucinaciones con los ojos abiertos o cerrados, así como una translocación absoluta de las relaciones espacio-temporales. Los efectos comienzan a presentarse desde los primeros segundos tras la exposición y, dependiendo de la dosis, se extienden por unos cinco a quince minutos; aunque cabe remarcar que para el consumidor el tiempo subjetivo del trance pareciera durar varias horas.
Los usuarios reportan profundos cambios en su perspectiva ontológica, experimentando el vacío o los confines del universo, fuerzas aterrorizantes y todopoderosas, cambios completos en la percepción y en la identidad seguidos por un abrupto regreso al estado ordinario de conciencia. Debido a la naturaleza e intensidad de la experiencia, las personas necesitan compañía para que les sostenga la pipa, ya que muchas veces el viaje comienza antes de terminar la segunda aspiración.[2]
Al contrario de lo que podría dictar el imaginario popular, para acceder al rampante frenesí alucinatorio, uno no lame al sapo, sino que se lo fuma.[3] El procedimiento, que se dice podría remontarse a tiempos ancestrales —integrantes de la Nación Comcaác consideran la sustancia como medicina y la emplean de manera ritual— y que le ha valido para elevarse al grado de ente sacro entre ciertos círculos ––si ir más lejos, en Huntsville, Texas, existe la iglesia del sapo o «The Universal Shamans of the New Tomorrow», como la bautizó su fundadora Brooke Tarrer––, sigue más o menos la siguiente cronología de acciones:
- Hacerse con un ejemplar. En su área de distribución, durante la época de lluvias, de mayo a agosto, esto no representa una tarea compleja, su abundancia es notable y por las noches frecuentan las inmediaciones de las farolas en busca de insectos.
- Ordeñar el veneno. Este se secreta en forma de una especie de látex lechoso a través de las glándulas parótidas, localizadas en la parte posterior de la cabeza sobre el eje dorsal, puede ser extraído exprimiendo la glándula con los dedos, operación que, si se hace con el debido cariño, no lastima al organismo.
- Cristalizar la toxina. El veneno se recoge utilizando un pedazo de vidrio y posteriormente se permite que se seque, al endurecer el líquido adopta la forma de una película transparente como de silicón.
- Pirolisis. Se coloca la lámina dentro de una pipa de cristal, se aplica el calor de un encendedor y se inhalan los vapores.
- Viajar hacia el cosmos.[4]
Resulta imperante prestar cuidado con la dosis, pues desde concentraciones pequeñas (3-5mg) se pueden registrar efectos inauditos. Lo cual varía en función del metabolismo de la persona, su estado emocional y la experiencia previa que se tenga en el consumo de psicodélicos. De cualquier manera, a menos que se cuente con una disposición para el delirio equiparable a la el legendario Hunter S. Thomson, fundador del periodismo Gonzo y protagonista de sagas de culto como Fear and Loathing in Las Vegas, no es aconsejable pasar de los 50mg.
La experiencia resulta en un evento de carácter transcendental para el consumidor, que invariablemente llega a considerarle como lo más fuerte que se haya experimentado en la vida. En palabras de quienes han visitado los linderos de la mente humana de la mano del sapo: «Es como ver a través de los ojos de Dios». «Sentí que todo el juego cósmico se estaba acabando, que habíamos recuperado nuestros súper poderes creadores, que el mundo conocido estaba siendo reemplazado de nuevo por el paraíso primigenio». «¿Quién habría de decir que en el veneno de un sapo está contenida toda la luz del universo?»[5]
Para cerrar es importante mencionar que la popularidad que ha ganado esta sustancia durante los últimos años a nivel mundial ha generado en consecuencia un alza tremenda en la demanda de organismos, presión que pone en peligro a su población silvestre; la cual se limita a un área pequeña del sur de Estados Unidos y norte de México, y debido a que pasan la mayor parte del año enterrados, solo emergiendo durante la temporada de lluvias para alimentarse y reproducirse, ni siquiera se cuenta con los censos pertinentes para equiparar la reducción en marcha y sopesar su estado de conservación (lo que es seguro es que en California ya se les considera como una especie extinta a nivel local).
Rana gigante de hoja del Amazonas, Phyllomedusa bicolor
Con más de diez centímetros de largo, esta rana se perfila como una de las especies de hábitos arborícolas más grandes del mundo. Posee una apariencia en definitiva más digna de sus dotes psicoactivos que el sapo antes mencionado, ostentando una coloración verde brillante sobre el dorso, con el vientre amarillo crema y un semblante francamente desquiciado.
Sus secreciones cutáneas —que incluyen múltiples péptidos con actividad neurológica, como demorfinas y deltrofinas (opiáceos), y phyllomedusina (que contrae músculos y es un vasodilatador potente)[6]— son utilizadas tradicionalmente por los katukinas, kaxinawás y ashaninkas, entre otros grupos indígenas del Brasil, en el ritual conocido como Kambó. Práctica que, junto con la ayahuasca, atraviesa por una especie de furor global, y que, debido a algunos casos fatales, ha comenzado a recibir atención por parte de la prensa.[7]
La forma de administración es demasiado intrusiva, tanto para el organismo como para el usuario, involucra, por un lado, amarrar al anuro de sus extremidades, quedando como crucificado, y por el otro, realizar incisiones profundas sobre la piel de la persona que desea saborear los efectos de sus toxinas. Una vez sujeto el anfibio, el chamán procede a raspar su dermis con una espátula para recoger el veneno, mismo que dejará secar sobre una vara de bambú y posteriormente introducirá por medio de punciones consecutivas utilizando un palo pequeño con filo sobre el brazo, pecho o pierna del interesado.
Transcurridos unos minutos se desata una transpiración profusa y un dolor descomunal. «Arde como si te quemaran por dentro», aseveran algunos testimonios. «Notas el corazón en la garganta», dicen otros. El sufrimiento persiste a lo largo de varios minutos más conforme aumenta de intensidad, hasta que el envenenamiento desemboca en vómito. Con lo cual se alcanza el estado anhelado: alivio, euforia, lucidez y un sentimiento de purificación radical. El trance dura aproximadamente un cuarto de hora.
Gracias a este carácter de alivio inmediato y avasallante, el Kambó se ofrece en la actualidad como un método milagroso para paliar las más diversas afecciones: depresión, adicción, diabetes, asma, migraña, alergias, úlceras, cirrosis y hasta cáncer. Promesas riesgosas de sanación que al día de hoy aún no han sido sustentadas por ningún estudio riguroso, al tiempo de que cada vez más personas llevan tatuadas sobre la piel las cicatrices de las punciones dolorosas.
Miel loca de la abeja gigante de los Himalaya
En unos cuantos parajes selváticos de Nepal, sobre el flanco sureño de la región Hindú Kush de los Himalaya que apunta hacia la India, habita una abeja gigante conocida localmente como la mielera de los riscos (Apis laboriosa).
Se trata de himenópteros de aspecto atractivo e intimidante, con el abdomen y la cabeza completamente negros y su zona torácica recubierta por pelos ambarinos largos, que pueden encontrarse hasta los cuatro mil metros de altura y que no sólo figuran como la especie productora de miel de mayor tamaño del planeta (llegando a medir poco más de tres centímetros), sino que el elixir de néctares que producen durante la primavera, conocido como miel roja o loca, posee propiedades psicodélicas remarcables.
Hacerse con los preciados enjambres no es una faena sencilla, ya que estos coleópteros salvajes anidan en la cima de riscos escarpados a cientos de metros de altura y suelen colgar sus celdillas de los promontorios de roca sobresalientes de manera que queden pendiendo sobre el abismo y así protegidos. Los impresionantes panales en forma de abanico que edifican, cuyo contorno remite un tanto a la de los hongos de repisa que crecen sobre la madera, llegan a superar el metro de longitud y el metro y medio de diámetro, suficiente para albergar a una colonia integrada por varios miles de afanosos insectos que producen entre veinticinco y sesenta kilos de miel por año.[8]
Para llegar hasta ellos, los cazadores de miel de la cultura Kulung y de la tribu Gurung se remontan a técnicas milenarias. Tras localizar un panal, algunos miembros del grupo escalan la pared de roca de modo que pueda llegar a la saliente en cuestión desde la parte superior, mientras que otros inician un fuego en la parte baja del talud. Posteriormente, los que fungen como recolectores se dejan caer al vacío suspendiéndose únicamente por medio de escaleras artesanales de cuerda y en espera de que el humo que sube desde el fuego los proteja de los piquetes.
En suma, un proceso largo y riesgoso, que no está exento de accidentes fatales. Pero vale la pena, pues la miel alucinógena se vende hasta en ciento cincuenta dólares por kilo en el mercado negro asiático; suma nada despreciable en estas latitudes castigadas severamente por la pobreza.
El carácter psicodélico se debe al néctar neurotóxico que secretan diversas especies de plantas, principalmente de la familia Ericaceae. que florecen en primavera y de las que se alimentan las abejas. Las flores de algunas especies de los géneros Rhododendron, Pieris, Agarista y Kalmia, por ejemplo, cuentan con grayanotoxinas en su polen y néctar, mientras que otros géneros presentan DMT; sustancias psicoactivas que no parecen afectar a las abejas pero que van quedando reconcentradas en la miel que producen.
Su ingesta, que se recomienda nunca exceda de las tres cucharadas por toma, ocasiona una purga sistémica, con orina, vómito, defecación, sudoración profusa y visión doble o borrosa durante la primera hora de digestión, no obstante, eventualmente se alcanza el remanso de la intoxicación. De acuerdo con el reporte de algunos usuarios: «después de la purga, uno alterna entre luz y oscuridad, en momentos puedes ver y en otros no. Un sonido —jam, jam, jam— pulsa en la cabeza, como el que hace el enjambre. No es posible moverse, pero aun así se está completamente lúcido. Esta parálisis dura poco más de un día».[9]
El pez que hace soñar, Sarpa salpa
Habitante común en los mares del Atlántico —incluyendo el Mediterráneo— y merienda habitual sobre la mesa occidental desde tiempos romanos, esta especie de pez del grupo de las doradas tiene la posibilidad de causar serios estragos mentales en quien consume su carne. No es un cuadro que se manifieste con regularidad, pero existen algunos registros históricos y unos cuantos reportes de casos recientes relativos a intoxicaciones que han devenido en estados similares a aquellos ocasionados por el lsd (o ácido lisérgico) en su carácter más pesadillesco: delirios febriles y pavorosos, alucinaciones visuales y auditivas que se extienden por cerca de treinta y seis horas de manera ininterrumpida.[10]
El compuesto activo que desata tales visiones no es aún del todo claro, el hecho de que los casos suscitados sean aislados y esporádicos pareciera sugerir que la sustancia en juego quizá provenga de la dieta del pez —a lo mejor del fitoplancton tóxico que crece en el pasto marino (Posidonia oceanica)— y no propiamente de alguna triptamina afín al dmt perteneciente a los tejidos del animal. De cualquier forma, dicho fenómeno alucinatorio encarna una ruleta rusa imposible de ignorar en el presente catálogo de zoologías psicoactivas.
Escorpiones asiáticos
En Pakistán, Afganistán y ciertas zonas rurales de la India, fumar escorpiones secos se ha tornado en una práctica recurrente que comienza a ganar cierta popularidad y que, incluso, se está convirtiendo en un problema serio de adicciones entre los sectores más vulnerables de la población.
Al parecer, los efectos registrados son más intensos que los propios del hachís y se extienden hasta por diez horas, produciendo alucinaciones equiparables a las de la mezcalina. De acuerdo con el doctor Azaz Jamal, del hospital técnico de Khyber, los adictos a fumar estos arácnidos desarrollan desórdenes alimenticios y del sueño y comienzan a vivir en un estado de constante de delirio.[11]
***
Hasta ahí llegan los integrantes del escueto bestiario psicoactivo, o al menos aquellos cuyos efectos han sido escudriñados de manera atenta por la ciencia. No obstante, en distintas latitudes del globo terráqueo se escuchan clamores sobre otros posibles miembros que podrían engrosar el catálogo. En Sudán, por ejemplo, se confecciona el Umm Nyolokh a partir de hígado de jirafa, que el pueblo Humr codicia por sus propiedades alucinógenas, y en zonas rurales de la India se asevera que, si se fuman los vestigios de la lagartija casera mezclados con opio, los efectos narcóticos aumentan de manera exponencial. Asimismo, existen reportes sobre serpientes, esponjas marinas, hormigas y hasta aves cuyos tejidos podrían albergar sustancias psicoactivas prometedoras.
Quizá no debería resultar como un evento del todo sorpresivo si la próxima droga recreativa que inunde los mercados de los asiduos a los psicodélicos provenga de una medusa. Ya veremos, pero por ahora simplemente dejémoslo en que de aquí en adelante todo es posibilidad.
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[1] Weil AT, Davis W. Buffo alvarius: a potent hallucinogen of animal origin, Journal of Ethnopaharmacol, 1994 Jan 02;41 (1-2):1-8.
[2] Karina Malpica, Medicina del sapo Alvarius, 2016. Todo lo que uno precisa saber sobre el 5-meo- dmt y un poco más, testimonios, historia, referencias: https://medicinaancestralelsapoalvarius.wordpress.com/2016/04/10/medicina-del-sapo-alvarius/
[3] Por vía oral, las triptaminas son degradadas por enzimas digestivas antes de surtir efecto, a menos que se ingiera un inhibidor de enzimas de monoamino oxidasa (imao), como en el caso de la ayahuasca o yagé —famoso brebaje amazónico preparado a partir de bejucos que presentan imao y plantas que contienen dmt.
[4] En El profeta del sapo, 2016, Alejandro Mendoza ofrece una buena crónica de su experiencia con el sapo, documental y nota pueden ser consultados en Vice.com
[5] El testimonio completo de Alejandro Martínez Gallardo, “Me acuerdo de la primera vez que fumé5-meo- dmt la molécula de Dios”, 2010. Puede ser leído en línea en Pijama Surf.com
[6] Daly JW. Caceres J, Moni RW, Gusovsky F, et. al., “Frog secretions and hunting magic in the upper Amazon: identification of a peptide that interacts with adenosine receptor”. pnas, Nov 15 1992; 89(22):10960-3.
[7] Leire Ventas, “Kambó, el polémico veneno que se usa en Sudamérica para curarlo todo”, bbc mundo 27 de abril, 2016.
[8] Para más información y una buena colección de imágenes, se recomienda ver la entrada correspondiente a estas abejas del departamento de entomología y nematología de la Universidad de Florida, disponible en:
[9] Como se narra en el reportaje: “The Last Honey Hunters” de Synnott Mark, publicado en National Geographic, julio, 2017, vol. 232 No.1 80-97.
[10] de Haro, Luc & Pommier, Philip. “Hallucinatory Fish Poisoning (Ichthyoallyeinotoxism): Two Case Reports From the Western Mediterranean and Literature Review”, Clinical toxicology (Philadelphia, Pa.), 2006, 44. 185-8. 10.1080/15563650500514590.
[11] Izhar Ullah, Smoking dead scorpions is Kp’s latest dangerous addiction, 15 de abril, 2016 dawn: https://www.dawn.com/news/1252264
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