Uno de los retos más importantes que tenemos los humanos es el de describir la realidad con el lenguaje, porque lo real—lo que está detrás del lenguaje—no está hecho de palabras; solo está ahí, ha estado ahí, y estará ahí con o sin las palabras que usamos para describirlo. Pero a nosotros nos es útil nombrar los fenómenos que aparecen en la realidad para enfocar nuestra atención en el espectro de particularidades o generalidades, diferencias o similitudes que podemos encontrar en esos fenómenos.
Por Jonathan Garcia Muriel *
Tal vez el objetivo primordial es el de comunicarnos y darnos a entender para coordinar nuestros comportamientos en sociedad—porque en principio somos animales que dependemos de los demás para sobrevivir. Además, el lenguaje es algo social, su génesis es inevitablemente social, ya que es durante la interacción con los demás en donde aprendemos a hablar.
“Sin la palabra”, dice Adrián Medina, profesor e investigador de la Facultad de Psicología de la UNAM, “la realidad no puede ser nombrada y, por lo tanto, no tiene presencia. La realidad la conocemos cuando la nombramos”. No soy de los que piensa que la realidad es una ilusión subjetiva que creamos con la mente y el lenguaje—o por lo menos no la totalidad de la realidad. Claro que nuestra percepción filtra mucha de la información que recibimos y nos quedamos con solo una porción de lo que hay, pero somos capaces de saber que existe una realidad a pesar de nosotros, a pesar de nuestra subjetividad. Por eso ya no estoy de acuerdo con Lisa cuando convence a Bart de que si no hay nadie presente para escuchar el ruido que hace un árbol al caer, entonces el sonido del árbol no existe. Esa perspectiva, o cualquier equivalente, es medio antropocentrista.
Es en esa “realidad de lo real” en donde descubrimos las cosas a las que nos referimos con el lenguaje, y es a partir del lenguaje en donde aquellos aspectos de lo real que son nombrados, cruzan una especie de umbral de consciencia o atención en donde se vuelven más presentes, manipulables y comunicables. Una vez cruzado este umbral, se amplifica nuestra capacidad de visualizar la realidad mentalmente, de una manera más abstracta, en donde participan nuestros pensamientos, ideas e imaginación. Y la realidad subjetiva, o más bien intersubjetiva, que se crea a partir del lenguaje y la comunicación—en donde encontramos la articulación de narrativas complejas como los mitos y las ideologías— termina afectando a lo real en la medida en la que el lenguaje determina nuestros comportamientos y nuestra relación con el entorno.
Para el debate sobre el idealismo contra el materialismo (que a estas alturas no sé en qué vaya) diría que las dos perspectivas pueden ocupar un lugar en la realidad sin tener que ser mutuamente excluyentes. Existe una realidad material independiente a la consciencia—a partir de la cual debió haber surgido la conciencia—que podemos descubrir y nombrar con nuestras capacidades y limitaciones fisiológicas y cognitivas. Pero también, a partir de esto, podemos crear una realidad que se configura a través de las ideas y de la imaginación, combinando objetos de la realidad material con aspectos de nuestra experiencia subjetiva emocional y simbólica.
De esta manera es más fácil entender el surgimiento de los mitos y las historias religiosas. Por ejemplo, el Sol es un objeto de la realidad material que toda cultura humana debió haber nombrado por la importancia que tiene para la vida. Es a partir de la importancia que tiene para nuestras vidas en donde empieza a surgir una narrativa antropomórfica, en la que este objeto adquiere un género y una personalidad que se adhiere a una narrativa más amplia sobre la realidad y su relación con los valores humanos. Lo mismo pasa con la Luna, las estrellas, o con cualquier otro objeto que pueda ser nombrado y sea considerado importante.
De la narrativa pasamos a la acción a través de los rituales, por ejemplo, y esta acción, que probablemente antes no existía, es ahora parte de nuestra realidad; de nuestra cultura. Pero, aunque para quienes hablamos español nos parezca naturalmente obvio que el Sol sea masculino y la Luna femenino, no es más que una historia que nos contamos y que creemos, si no, habría que preguntarle a alguien que habla alemán por qué el género del Sol es femenino y el de la Luna masculino.
Con los signos zodiacales occidentales pasa lo mismo. Aunque seamos conscientes de que existen otros—que inventaron otras culturas, con otros animales o símbolos—aún así el horóscopo occidental parece ser el bueno; pero no tiene mucho sentido. El hecho de que existan otros es prueba suficiente para diferenciar aquello que es real y aquello que es una realidad imaginada o creada. En este caso, lo real es primero lo más obvio y universal: las estrellas que cada cultura pudo observar. Después vendría la tendencia que tenemos al animismo, que hizo que distintas culturas vieran figuras en las estrellas y las dotaran de significados.
Igual de real y universal es la necesidad de encontrar causas que expliquen por qué somos como somos, en este caso en las estrellas. Podríamos observar que tal vez hubo algunas coincidencias de significados entre culturas, pero también tendríamos que tomar las diferencias; como el hecho tan obvio de que si en tu entorno no existe un toro, un león o un tigre, entonces no hay manera de reflejarlo en las estrellas (o en las nubes).
En un extremo de este continuo entre lo real y lo imaginado (aunque también real), encontramos objetos que no existen en la realidad material pero que surgen a partir de la combinación de un objeto real con atributos de la imaginación, como los unicornios o cualquier ser mitológico o deidad. Y en el otro extremo tal vez podríamos poner a todas aquellas cosas que no podemos ver o experimentar de manera tan directa pero que a través de la observación científica nos damos cuenta que existen; como las partículas, los átomos y las moléculas.
Los microbios, específicamente los patógenos, son un ejemplo ilustrativo porque antes de conocer sobre su existencia, el impacto que tenían sobre la realidad era bastante tangible pero, al no conocerlos, y por la aversión a la incertidumbre, las personas daban respuestas que estuvieran al alcance de su comprensión para explicar la génesis de las enfermedades infecciosas; como demonios o miasmas. Esto aún lo hacemos en distintas situaciones de la vida, y lo seguiremos haciendo, por eso hay que recordarlo.
Simplificando, hay una realidad que descubrimos y otra que creamos, o un continuo entre estas dos, y no siempre resulta tan claro cuál es cuál. Además, nuestra comunicación está muy lejos de ser perfecta, porque incluso cuando usamos las mismas palabras para describir el mismo objeto, la idea o el significado puede variar entre las personas. También, hay palabras que se reciclan para describir cosas distintas dentro del espectro de lo real y lo imaginado, pero que en vez de ayudarnos a entenderlas, nos pueden confundir aún más. Sobre todo aquellas que significan una cosa en el lenguaje científico y otra en el lenguaje cotidiano.
La palabra “orgánico”, por ejemplo, la utilizamos en el lenguaje cotidiano para referirnos a aquello libre de químicos, y que entonces es “natural”, con una etiqueta de valor positivo. Pero en biología se refiere a cualquier sustancia producida o derivada por procedimientos de los organismos vivos, y en química a las sustancias compuestas a base de carbono. Mientras las definiciones de la biología y la química son complementarias, no se contradicen y no tienen una carga de valor, la del lenguaje cotidiano sí y puede ser confusa con la imagen de la realidad. Cualquier sustancia por más orgánica que sea contiene químicos, la muerte y las enfermedades son algo natural, y si se encuentran moléculas orgánicas en un meteorito, no quiere decir que te las puedes comer (o que sea evidencia en favor de la panspermia).
En este punto es importante explorar la cuestión sobre qué palabras utilizamos para referirnos a los eventos de la realidad, porque esto puede revelar aspectos emocionales e ideológicos que le dan forma a nuestras maneras de hablar y de ver la realidad. Las palabras que usamos para describir algo implican una decisión sobre aquello en lo que nos enfocamos y aquello que ignoramos de la realidad y, por lo tanto, una decisión sobre qué palabras preferimos usar y cuáles no, según las ideas que tengamos de la realidad y el valor que esas ideas tienen para nosotros. Esto nos puede llevar a un debate complicado, pero que se debe tener, sobre cuál es la mejor manera de describir algo con el lenguaje y por qué.
Esto es justo lo que voy a hacer a partir de aquí con respecto a usar palabras como “vibras” o “energías” para referir a aquello que también puede ser descrito hablando de sentimientos, emociones y cognición. Sostengo la idea de que quienes prefieren usar estas palabras (energías y vibras), es porque probablemente entienden a lo espiritual (lo que sea que signifique) como algo más importante que lo biológico o corporal. Tengo dos problemas cuando estas palabras no son usadas como un recurso metafórico sino como una descripción real de la percepción. El primero es sobre el planteamiento ontológico que viene implícito, y el segundo es sobre una actitud que deja poco lugar a la autocrítica de nuestras percepciones.
Aunque uno pueda saber más o menos a lo que se refiere alguien que usa la palabra energía o vibra para explicar una percepción, el problema son las imágenes que traen a la mente y cómo pueden afectar la interpretación de la realidad, porque llevan implícita una relación causal entre los fenómenos que pretenden describir; lo que nos deja con más dudas sobre qué causa qué y cómo es que sucede.
Por otro lado, me parece que quienes describen su experiencia diciendo que son capaces de sentir vibraciones o energías, pueden estar inclinados a creer que tienen una especie de “súper poderes-súper especiales” que les permiten percibir fuerzas fundamentales de la vida, y por lo tanto, caer en el problema más importante: estar seguros de que tienen razón. Y me parece que estas palabras dan esa sensación porque, en la narrativa científica de la naturaleza describen fenómenos reales y fundamentales, pero que han sido tergiversados por toda la corriente del “misticismo cuántico” empoderador.
En física, la energía es simplemente la capacidad, o la propiedad de un sistema, para realizar trabajo. El trabajo es una acción realizada sobre un objeto, mediante la cual provoca un desplazamiento o movimiento de ese objeto. De ahí vienen las distintas formas de energía, que se supone que debimos haber aprendido en la escuela, pero que difícilmente nos acordamos. Y las vibraciones se definen como un proceso mecánico en el que ocurren oscilaciones a partir de un punto de equilibrio.
Pero cuando estas palabras se utilizan para describir nuestra percepción sobre alguien o sobre algo, parece que en vez de estar dirigiendo el lenguaje hacia los mecanismos fisiológicos y cognitivos, sobre los que se conoce que se da la percepción, nos alejamos aún más. Además, estas palabras van cargadas de valor, no solo sobre la experiencia personal, sino también sobre una idea de la realidad: que no somos solo cuerpos y que nuestra existencia es cosmológicamente valiosa. Y tal vez esto funciona muy bien para hacernos sentir mejor con nosotros mismos en una época de vacíos existenciales que nos ha dejado la desilusión por las religiones, pero creo que no es tan útil para conocer nuestra biología y nuestra psicología.
La otra opción es la de hacer un esfuerzo por utilizar palabras que indiquen sentimientos, emociones y cognición en general, a partir de las cuales se puede entender mucho mejor cómo funciona la percepción a nivel fisiológico y psicológico. Tal vez, con este lenguaje más corporal, los juicios que hacemos y las decisiones que tomamos, tienen mejores posibilidades de ser reflexionados a partir de la duda y la autocrítica. Esto porque creo que es más fácil ver las limitaciones de nuestra percepción hablando de nuestras características emocionales y cognitivas, que desde una habilidad misteriosa que nos permite percibir energías que nadie puede ver, ni entender, ni refutar.
La época en la que vivimos, particularmente en la lucha por replantear la masculinidad y alejarla del machismo, necesita que hablemos sobre emociones y sentimientos; que usemos, por así decirlo, palabras más terrenales, más cercanas a la experiencia afectiva humana, y no palabras que nos alejen del nivel de complejidad en el que tienen mucho sentido: el de los procesos biológicos que dan lugar a las percepciones ligadas a las emociones, los sentimientos y la cognición.
Una de las cosas que caracteriza al machismo es justo la inhabilidad de los hombres de expresar sus sentimientos y emociones (sobre todo con otros hombres). También, creo que el vocabulario que tenemos para describir emociones, sentimientos y procesos cognitivos es muy limitado. Cuando quiero describir mis emociones me pasa como con los colores, los árboles o los pájaros: le digo rojo a las distintas gamas de rojos, le digo árbol a todos los árboles y pájaros a casi todos los pájaros.
Así que no sería tan mala idea ampliar nuestro repertorio de palabras, o tal vez quitarnos la pereza de utilizar un mayor número de palabras para especificar lo que queremos decir, en vez de utilizar el atajo que nos dan palabras como energías y vibras. Me parece que también podemos hacer que nuestras conversaciones sean más interesantes y personales.
No es lo mismo decir que un hombre atractivo me “malvibra” o tiene una energía pesada, a decir que los sentimientos que me provoca ver a ese hombre ponen en duda mi heterosexualidad o la monogamia de mi novia; hechos que son un reflejo de las inseguridades que no me dejan estar en una relación (etc.). Es decir, hablando de sentimientos y emociones podemos hacer más claras nuestras vulnerabilidades, sin escaparnos de ellas con campos energéticos que hacen las cosas más ambiguas de lo que ya son.
Si, como dice Adrian Medina, el nombre que le damos a los fenómenos de la realidad determina la forma en cómo pensamos y nos comportamos en relación a estos fenómenos, y si la forma y la sustancia que le otorgamos a la realidad por medio de nuestras palabras constituye nuestra realidad “interior”, entonces me parece que describir nuestra experiencia con palabras que describan emociones y sentimientos, en vez de energías y vibraciones, nos puede dar mejores herramientas para pensar la realidad y el lugar que ocupamos en ella.
No me parece muy útil preocuparse por cómo nos afectan estrellas que están millones de años luz de distancia, que han sido organizadas en grupos arbitrarios que se supone representan una serie de animales y seres imaginarios, que no tendrían mucho sentido para otras culturas. O cómo somos capaces de captar vibraciones o energías invisibles que invocan una especie de poder cuántico en nosotros igual de lejano que las estrellas. Tal vez sea mejor enfocarnos en las emociones y los sentimientos que sí podemos sentir, sí podemos reflexionar y, por lo tanto, nos ayudan a entendernos mejor a nosotros mismos y a lo que nos rodea.
“Actualmente”, dice Sean Carroll en su libro The Big Picture, “la imagen dominante del mundo sigue siendo una en la que la vida humana es cosmológicamente especial y significativa, algo más que simple materia en movimiento. Debemos mejorar en cuanto a cómo reconciliamos la manera en la que hablamos del significado de la vida, con la imagen del universo que nos da la ciencia”.
El mayor problema que veo para lograr esto, es justo por un aspecto emocional relacionado a no querer flaquear nuestra autoestima y nuestra sensación de valía, lo que, a mi parecer, motiva eso que describimos como: la búsqueda de lo espiritual. Y tengo la idea de que normalmente esta búsqueda va en contra de aquello que nos ha dicho “la sociedad” sobre nosotros mismos y sobre la realidad. Y cuando se dice esto creo que quien más sale perdiendo es la ciencia, y las frías “verdades” que nos quisieron imponer desde la infancia, que a muchos ni nos ayudó a conseguir valor, ni autoestima.
Pero esto que escribo, lo escribo porque sé que esa manera de ver la ciencia tiene muchos prejuicios erróneos que nos alejan de ideas valiosas para describir el mundo y de hábitos cognitivos útiles para afrontar los mares de información de nuestro mundo complejo. Además, hacerlo me da una sensación de valía que podría entender como una búsqueda de lo espiritual. Y para cerrar con una frase que suene mamona, porque siento que así tiene que ser: somos animales que queremos ser dioses, no dioses con cuerpo de animal. Ese puede ser un mejor punto de partida para empezar a describir la realidad con el lenguaje.
* Jonathan Garcia Muriel. Músico sin haber terminado la carrera de música, estudiante fosilizado en una carrera abierta de psicología en la UNAM, autodidacta de la ciencia e interesado en la comunicación de la ciencia.
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