“¿Caminos? Hacia donde vamos no necesitamos caminos.”
-Doc Brown, “Volver al Futuro”(Robert Zemeckis, 1985)
La historia de la ciencia ficción tiene antecedentes en las obras de Jonathan Swift, Voltaire y Kepler, pero aquella con la que nos identificamos ahora comienza con una novela escrita en 1816 por una joven de 18 años y publicada dos años después. En “Frankenstein o El Moderno Prometeo”Mary Shelley relata una historia de ambición desenfrenada y los horrores que ésta puede generar. Victor Frankenstein manipula experimentos de su época con una teoría descabellada y logra un resultado inédito: crea vida.
Lo que no sabía Shelley era que, al igual que su personaje principal, ella también había creado algo con su obra, un nuevo género en la ficción.
Muchas novelas posteriores a Mary Shelley empezaron a ahondar en temas de aventura creados en un entorno donde los avances tecnológicos se adelantaban a los de su época. Julio Verne conseguía fama internacional con historias como “Viaje al Centro de la Tierra”(1864), “De la Tierra a la Luna”(1865) y “Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino”(1869), entre otras. Treinta años después, H.G. Wells publicaría “La Guerra de los Mundos”(1898), una invasión marciana en la Inglaterra victoriana. Estas novelas reflejaban una preocupación acerca de los nuevos alcances que podíamos obtener con la tecnología, como aquello que podíamos haber considerado imposible (pensemos en las producciones en masa, las gigantescas máquinas de la revolución industrial) se manifestaban ante nuestros ojos gracias a los avances tecnológicos. Y lo que podría pasar cuando éstos se usaran en nuestra contra por nuestros enemigos en algún conflicto (los tanques de guerra, las metralletas, las bombas bacteriológicas, las armas nucleares). Isaac Asimov (1920-1992), uno de los representantes más relevantes de la divulgación de la ciencia y de la ciencia ficción moderna, con más de 500 libros escritos y/o editados (entre los cuales destacan “Yo, Robot” (1950), “El Hombre Bicentenario” (1976) y “Nueva Guía de la Ciencia” (1960) ), definió a la ciencia ficción como “esa rama de la literatura a la cual le preocupa el impacto de los avances tecnológicos sobre los seres humanos”.
la ciencia ficción como “esa rama de la literatura a la cual le preocupa el impacto de los avances tecnológicos sobre los seres humanos”.
El género ha seguido su camino desde entonces, y las historias del futuro, de “científicos locos” y experimentos que se escapan al control del ser humano, ya son parte de nuestro imaginario cultural colectivo, funcionando como manera de expresar nuestro miedo ante lo que la ciencia pueda traer como consecuencia de su avance “desenfrenado”.
Retrocedamos un poco. Es el 28 de diciembre de 1895. Salón Indio del Gran Café de París. El pequeño público que presenciaba un experimento científico se esconde bajo sus asientos, sorprendidos y atemorizados por un tren que se ha materializado en ese pequeño salón, y que se dirige hacia ellos. El tren, por supuesto, no es un tren real, hecho metal y alimentado de carbón, sino está hecho de luces y sombras, sobre una sábana que funciona como pantalla.
Louis y Auguste Lumière no creían que su invento, el cinematógrafo, fuera a prosperar con el tiempo. Pensaban que sería un entretenimiento temporal, sin ningún tipo de valor redituable. Cuando un mago, parte del pequeño público que casi había sido aplastado por la ilusión del tren, intentó comprarles una versión de su invento, los hermanos Lumière rechazaron su propuesta, indicándole que no malgastara su dinero en eso. Este mago era Georges Méliès, y no se dio por vencido ahí. Decidido, compró su propio aparato por otro medio, construyó su estudio de cristal, y se dedicó a filmar las películas más maravillosas de ese génesis del cine: “El Diablo en el Convento” (1899), “Viaje A Través de los Imposible” (1904) y “La Conquista del Polo” (1912), entre otras.
La que nos interesa ahora y la que es tal vez la más famosa de sus producciones “Un Viaje a la Luna”(1902), en donde Méliès retrata como sería una expedición de astrónomos con pinta de astrólogos dedicados a conocer la superficie lunar. Con naves disparadas desde un cañón, tierra que puede convertir paraguas en hongos, y la salvaje tribu de los selenitas, milenarios habitantes de la luna, “Un Viaje a la Luna”se convirtióno no sólo en un clásico del cine, sino también en la primer obra cinematográfica del género de la ciencia ficción.
Con elementos de novelas escritas por Wells y Verne, Méliès marcaba un hito en este género fílmico en donde, fiel a sus inspiraciones, expresaba una preocupación: “No sabemos qué encontraremos al explorar los nuevos horizontes que la ciencia puede abrir para nosotros”. El caso de los aventureros de Méliès no tuvo repercusiones tan graves; perdieron un paraguas y se deshicieron de unos cuantos selenitas. El caso de Victor Frankenstein, con la familia asesinada, su esposa vuelta una abominación y muerto de pulmonía en el polo norte al intentar darle casa a su funesta creación, no fue tan afortunado, ya sea en la novela de Shelley o en sus numerosas adaptaciones a la pantalla, como la de James Whale (1931) o la de de Branagh (1994), por mencionar algunas.
Apenas ha comenzado nuestro viaje por los confines de la mancuerna entre la ciencia ficción y la cinematografía. En los números siguientes de esta columna mensual avanzaremos por la historia del cine, enfocados principalmente en los ejemplos más destacados de este género tan llamativo, misterioso y extravagante, que es la Ciencia Ficción.
Hasta la próxima, querido lector intergaláctico. Y tenga lista su toalla.
“No sabemos qué encontraremos al explorar los nuevos horizontes que la ciencia puede abrir para nosotros”
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