Gerald Durell, Redmond O’Hanlon y Douglas Adams.
No hay nada como la buena literatura. Nada. Y si además ésta de algún modo comunica la ciencia entonces podemos afirmar que estamos ante una de las formas más ricas del conocimiento. O, al menos, no existe nada que yo disfrute leer más que aquellos textos que, valiéndose de una narrativa poderosa, tratan aspectos sobre el estudio del mundo real. En especial si lo que concierne versa sobre la naturaleza y sus componentes primordiales. Ensayo, crónica, biografía o novela, no importa, siempre y cuando la calidad de la escritura sea la que marque la pauta de acción y no una mera pretensión divulgativa sobre los temas bajo escrutinio.
Aunque quizás podría proponerse que el saber es apetecible por sí mismo, la verdad es que si va acompañado por una prosa entretenida el cerebro lo digiere con mayor deleite. Somos entes de intelecto dramático, nos percatemos de ello o no, generalmente interpretamos los fenómenos que suceden a nuestro alrededor, o a los demás individuos, por medio de historias. A partir de ellas es que desatamos el poderoso simulador cerebral con el que viene equipada nuestra conciencia. Nos planteamos virtualmente cómo podría llegar a sentirse eso que no hemos experimentado en carne propia. Visualizamos parajes en los que nunca hemos estado. Nos abstraemos y penetramos en dimensiones prohibitivas para nuestras posibilidades anatómicas inmediatas.
Pocas cosas nos resultan tan placenteras a los humanos como activar los engranajes del pensamiento y despertar al monstruo magistral de la imaginación. Y de las múltiples llaves para conseguirlo, probablemente sea la literatura una de las más eficaces. El proceso es conocido pero no por ello menos intrigante: las letras se asocian formando palabras, las palabras se suceden dando lugar a oraciones y estas, a su vez, se escurren por los párrafos conformando la cascada de la página. Hasta que de pronto todo desparece para dar rienda suelta a las maquinaciones mentales. O por lo menos se pierde la noción del catalizador simbólico que se está consumiendo. Los ojos se deslizan sobre los caracteres casi en automático llevándonos cada vez más lejos de nuestro lugar preciso en el tiempo y el espacio.
Pero ¿qué hace que un manuscrito sea mejor que otro? Si se tratara de una respuesta sencilla entonces la labor del autor no sería cuestión meritoria. Sin embargo, no es así. La buena escritura, como toda empresa artística, está a merced de múltiples factores que rara vez se conjugan de manera prodigiosa y es por eso que las verdaderas obras maestras son tan escasas. Un texto que valga la pena, al igual que cualquier otra pieza de arte digna, siempre será más que la suma de sus partes.
No obstante, tampoco es que no se pueda desmenuzar al organismo y analizar sus ingredientes. Yo diría que todo intento que no integre humor, reflexión personal y claridad será completamente fallido. Así como aquellos que no manoseen imprudentemente la imaginación del lector o tienten su curiosidad o al menos su morbo. Apelar al lado humano de los protagonistas es también importante y, de igual manera, mantener cierta tensión dramática para impulsar a que la actividad de lectura no sea interrumpida. A fin de cuentas, hasta la historia de cómo fabricar un palillo de dientes puede llegar a ser interesante y una expedición en búsqueda de niños salvajes al Congo francamente soporífera. Todo depende de cómo se narre.
De cierta manera la literatura científica podría ser equiparada con el documental cinematográfico en el sentido de que no estamos ante un género que pueda ser definido por estilo o forma sino por contenido y expectativas. Esto último con respecto a la manera en la que interactuamos como público con sus productos. No solo tenemos al abordarlos la expectativa propia de la ficción, que nos mantiene a raya por la manera en la que se cuenta la anécdota, sino que nos encontramos inmersos en una especie de argumentación de la cual queremos aprender algo. Es por eso que la labor se complica aún más, pues existen dos dimensiones psicológicas completamente distintas que satisfacer.
Pero bueno, basta ya de elaborar sobre teoría. Después de todo se dice que no hay mejor manera de pregonar que con el ejemplo, así que aquí les presento tres grandes de la literatura científica. Todos ellos británicos y partícipes en la rama de la biología. Su obra se podría catalogar en el conjunto de las bitácoras de expediciones o relatos de viajes en busca de animales inusuales.
*Los títulos de los libros mencionados a continuación se incluyen en inglés pues son lo originales, sin embargo, de algunos también existen traducciones al español.
Gerald Durell
Padre indiscutible de la reproducción en cautiverio de especies exóticas, el gran Gerald Durell tiene también a su merced una de las plumas más entretenidas en lo que a zoología refiere. Narraciones que nunca parecen abandonar esa mirada lúdica e infantil (“infantil” en el mejor de los términos posibles) que lo llevó a descubrir los secretos de la vida silvestre de Corfú, isla griega en la cual creció y sobre la que relata en My Family and Other Animals (1956), Birds, Beasts and Relatives (1969) y The Garden Of the Gods (1978). En las páginas de Durell las fieras son tratadas con el mismo cariño y cercanía que los miembros de la familia (personajes victorianos entrañables entre los que figura su hermano Lawrence Durell, también escritor notable que el lector versado probablemente conozca por su famoso Cuarteto de Alejandría).
Citando al suplemento literario de The Times “si los animales, pájaros e insectos pudieran hablar, con toda seguridad concederían a Gerard Durell uno de sus primeros premios Nobel”. Otros de sus títulos sobresalientes son The Overloaded Ark (1953), sobre sus aventuras capturando ejemplares de fauna salvaje y las peripecias involucradas en posteriormente desarrollar métodos para mantenerla y propagarla en cautiverio, y The Aye-Aye and Me (1992).
Redmond O’Hanlon
Naturalista contemporáneo pero de la vieja escuela, el intrépido Redmond se abocó durante años a recorrer el mundo en busca de los últimos reductos de selva prístina. Sus pasos lo llevaron desde Indonesia hasta el África subsahariana pasando por Latinoamérica y las islas remotas del Pacífico sur. Es sobre sus andanzas que escribe, siempre con ese humor sarcástico, característico de los ingleses, de alguien que no está hecho para la vida de campo pero que se ve de pronto envuelto en una expedición a tierras indómitas donde abundan los caníbales. Entre sus libros más memorables está Into the Heart of Borneo (1984), viaje trepidante y evocativo hacia el corazón mismo de la jungla de Borneo al lado de su amigo el poeta James Fenton en busca de los últimos ejemplares de rinoceronte enano (con seguridad uno de mis títulos favoritos de toda la literatura). Sigue In Trouble again (1988), aventura en donde su acompañante es un fotógrafo engreído y el destino es el Amazonas, o mejor dicho lo más profundo de la selva amazoniana. Y en No Mercy: A Journey Into the Heart of the Congo (1997), el turno toca a las difíciles tierras altas de las selvas del centro de África en busca de gorilas y muchos problemas.
Douglas Adams
Autor renombrado, humorista y locutor de la BBC, es el único de esta breve lista que no es científico. Mundialmente conocido por su saga de ciencia ficción satírica: The Hitchhiker’s Guide to the Galaxy, con cinco títulos y más de 15 millones de copias vendidas, Adams posee ese extraño don del humor brillante, comentarios sumamente inteligentes pero elaborados de manera tal que producen carcajadas incontrolables. Lo incluyo aquí en especial por un libro de su autoría en colaboración con el zoólogo Mark Carwadine: Last Chance To See (1990), que narra sus aventuras en parajes lejanos con la misión de ver algunos de los animales más amenazados en ese momento. Desde las aguas turbias del río Amarillo en China en busca del Baji (delfín de agua dulce que tristemente hoy en día ya se encuentra extinto), hasta las cumbres de Nueva Zelanda en busca del Kakapo, un perico nocturno de gran tamaño del cual apenas sobreviven unas cuantas decenas de ejemplares. También visita Zaire (hoy República Democrática del Congo) para ver al rinoceronte blanco, Komodo para conocer a los famosos dragones y las islas Mauricio. En suma este es uno de los manuscritos más divertidos e ilustrativos que se hayan elaborado sobre el mundo salvaje y la cuestionable interacción que hemos entablado con la naturaleza. Sumamente disfrutable y entretenido y a la vez profundamente perturbador.
Para cerrar estas recomendaciones aquí el mismo Douglas Admas hablando sobre sus aventuras en busca de los animales en peor peligro de extinción. Que lo disfruten.
5 Comentarios
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[…] y el brutal Congo africano. Se trata sin duda de uno de nuestros escritores favoritos, uno de los grandes exponentes de la literatura científica y consideramos que todos amantes de la naturaleza deberían de gozar de sus crónicas de […]
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