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LA HORA DE LOS BUITRES, de Jorge Comensal. Adelanto del libro de la SCA

LA HORA DE LOS BUITRES, de Jorge Comensal. Adelanto del libro de la SCA

Mi tía le llama «buitres» a sus cuñados, apodo que me parece injusto con las veintitrés especies de aves carroñeras que habitan la Tierra. A diferencia de ciertos parientes de mi tía, los buitres no despilfarran los ahorros de su madre en los burdeles, ni empeñan bienes ajenos para pagar sus deudas. Se podría argüir que el sobrenombre está justificado porque ambos —cuñados y buitres— sacan ventaja de la desgracia ajena, pero hay una gran diferencia entre aprovecharse de un cadáver abandonado y de una señora jubilada. Para nuestra sociedad, ser carroñero es un defecto moral. Pero los buitres no son la escoria del cielo —ese lugar le corresponde a las palomas—. Ellos cumplen un papel crucial en los ciclos naturales de nutrientes y en el control de enfermedades infecciosas: sus costumbres gastronómicas prestan un servicio imprescindible a los ecosistemas donde viven. Su vida tiene mucho más de santidad que de vileza.

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Los buitres rondan el cielo de Acapulco de diez de la mañana a seis de la tarde. Lo descubrí a finales de 2017, exiliado de la Ciudad de México debido a una cadena de infortunios asociados con una separación, un frente frío y dos turistas gallegos.

El primer día en la bahía salí a leer al balcón del departamento donde me refugiaron, frente a la playa. Al cabo de un rato me distrajo un repentino desgarro del aire. Levanté la vista y alcancé a ver, a unos cuantos metros de mí, la envergadura de un zopilote que había pasado rozando el balcón. Como estaba leyendo una novela muy lúgubre, pensé que la muerte había venido a acariciarme.

A lo largo de quince días de invierno tropical confirmé la abundancia de zopilotes en el puerto. ¿A qué vienen?, me preguntaba. Los tiraderos de basura están lejos de las zonas turísticas; la única fuente estable de carroña en la playa son los peces muertos que las olas vomitan por la noche, pero las aves marinas siempre llegan a comérselos más temprano que los buitres. La razón por la que un ave carroñera nunca madruga es que dependen de que el sol caliente el aire y anime las corrientes térmicas que aprovechan para desplazarse sin esfuerzo. Los buitres casi nunca se rebajan a aletear; viajan de aventón termodinámico porque son animales longevos y perezosos, su nicho ecológico no les exige apurarse para atrapar a sus presas —los muertos suelen quedarse quietos— ni para huir de los depredadores —al parecer no es tan apetitosa la carne de zopilote—. Según el dicho «Al que madruga, Dios lo ayuda», pero los buitres, por lo visto, no precisan la ayuda de Dios.

Todas las mañanas me sentaba en el balcón y me ponía a observar con binoculares el vuelo de estos pájaros que conjugan de manera tan curiosa la fealdad con la elegancia —tienen un aire solemne y ridículo, como de burócratas isabelinos—. Tomaba notas en un cuaderno: horarios de vuelo, número de integrantes por grupo, trayectorias. Su estrecha vida familiar me daba envidia. Tuve la idea grosera de que llegaban a Acapulco atraídos por el aroma sanguinario de una de las ciudades que año tras año sobresale como una de las más violentas del mundo; en 2017 fue el municipio más violento de Guerrero y en el que hubo más feminicidios de todo México. Por otro lado, en este lugar han sucedido infamias como el abandono de un crematorio en 2015 con sesenta cuerpos adentro, supuestamente incinerados por una empresa fraudulenta; fueron descubiertos gracias al reporte de «malos olores» provenientes del edificio —en ninguna de las notas periodísticas sobre el caso se menciona a los zopilotes, que seguramente descubrieron el lugar antes que los vecinos—. Pero la violencia no afecta a los pudientes condóminos de Acapulco Diamante. Ahí no llegan los sicarios ni los estafadores. Sólo los buitres. Vuelan por encima de piscinas y camastros, sombreros y biquinis, cocos y micheladas.

Otra posibilidad es que se acerquen a las playas con propósitos voyeristas, movidos por el instinto de buscar cuerpos inertes, y se deleiten con todos esos turistas que se tumban al sol para broncearse y que se parecen tanto a los cadáveres. Si las hordas que inundan Florencia y Disneylandia parecen zombis, las que tapizan las playas van un paso más allá. «Como turista —escribió David Foster Wallace—, te vuelves económicamente significativo pero existencialmente repugnante, un insecto sobre algo muerto». Una descripción parecida suele hacerse de los buitres: son ecológicamente significativos pues contribuyen a controlar las poblaciones de insectos necrófagos y evitan que la carne en descomposición propague enfermedades, como la rabia y la brucelosis; a pesar de su importancia para la salubridad silvestre, se les juzga repulsivos, emblemas de la putrefacción y el oportunismo. Esta mala reputación es infundada —a diferencia de la de los turistas, que se la han ganado a pulso—.

Más allá de estas hipótesis fantasiosas sobre el romance de los buitres con Acapulco, lo más probable es que sobrevuelen el puerto como parte de una ruta de inspección territorial. Ya que los grandes mamíferos suelen morir por doquier, vagar sin rumbo fijo puede ser un buen método para encontrarlos. Un buitre nunca se precipita sobre la comida, da vueltas, ronda, observa, huele. En el cuadro de Francisco Goitia, Paisaje de Zacatecas con ahorcados II, aparece un testimonio aterrador de la paciencia con la que los buitres llegan a su comida: una caravana de ellos se aproxima, dando rodeos, a un par de cuerpos colgados de las yucas — agaváceas arborescentes que también se conocen como árboles de Josué—. Se trata de una estampa aterradora de la Revolución mexicana, una imagen en la que el tiempo parece transcurrir gracias al vuelo implícito de estos animales en distintos planos, que culmina con un buitre perchado en una cactácea, de perfil hacia los ahorcados.

Dondequiera que aparecen representados artísticamente, los buitres funcionan como símbolos de la muerte. Pero esta muerte casi nunca se concibe como absoluta ni horrorosa. Es sólo el final de un ciclo que estas aves ayudan a renovar, porque la materia viva nunca reposa.

En el mundo hay envidia, traición, olvido; cáncer, dengue, Alzheimer; guerra, vicio, estupro; Miley, Luis Mi, Fey. Hay muchas razones para el llanto. Lo supieron Leopardi, Celan, Storni. El mundo apesta. Pero sin aves de carroña apestaría mucho más.

[…]

La hora de los buitres, de Jorge Comensal*, forma parte de nuestro primer libro, un compendio de once ensayos que dan cuenta, desde muy diversas trincheras —filosofía, literatura, biología, astrofísica, antropología—, de las maravillas científicas que ocurren a diario y del trabajo de aquellos que están interesados en la divulgación del saber científico.

*Narrador y ensayista. Autor de la novela Las mutaciones (Antílope 2016) y del ensayo Yonquis de las letras (La Huerta Grande 2017).

LOS ESPERAMOS EL 27 DE SEPTIEMBRE EN BUCARDÓN PARA EL GRAN LANZAMIENTO DEL LIBRO:

Próximas presentaciones: 22 de noviembre en la Pulquería Insurgentes.

*Compra el libro en línea y recíbelo en la comodidad de tu hogar…

Escrito por sociedad - 19 septiembre, 2018
Tags | Antología ensayo, Autores mexicanos, Buitres, comunicación científica, Cultura Científica, divulgación científica, ensayo literario, Escritores mexicanos, Jorge Comensal, Letras mexicanas, literatura, literatura científica, Presentación libro

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3 Comentarios

  • Presentación "Antología de divulgación científica SCA" en FIL MINERÍA - Sociedad de Científicos Anónimos 13 febrero, 2019 at 11:41 am

    […] quieres leer un adelanto, aquí: La hora de los buitres de Jorge […]

    Reply
  • Presentación: antología de literatura científica de la SCA - Sociedad de Científicos Anónimos 8 noviembre, 2018 at 8:18 pm

    […] quieres leer un avance del libro, aquí La hora de los buitres de Jorge […]

    Reply
  • Presentación del libro LA SOCIEDAD DE LOS CIENTÍFICOS ANÓNIMOS - Sociedad de Científicos Anónimos 19 septiembre, 2018 at 12:32 pm

    […] Adelanto del libro […]

    Reply
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