Seré honesto, no sé por dónde empezar este texto, solo sé que quiero hablar del sonido. Para mí, el sonido ha sido como un padre/madre invisible, que sin yo ser consciente se ha desempeñado como el volante que ha orientado mi tránsito en el planeta Tierra; la quilla que ha direccionado mis decisiones. Y si bien, muchas veces podría parecer como que solo estoy «volanteando» de un lado a otro procurando no chocar (de hecho, se trata de un sueño recurrente), a lo largo de treinta y tres años de vida no he parado de deleitarme con diferentes narrativas sónicas, las cuales incluyen por supuesto la música, la escucha profunda, la bioacústica, el cine, paisajes sonoros y ecología acústica. Por Vicente Castillo López*(1)
«Habrá quien diga que no entiende la música; pero la mayoría de las personas experimentan la música de manera emocional y estarían de acuerdo en que la música es una abstracción. No necesitas expresar la música en palabras: la escuchas», declara David Lynch.
Y sí, voy a empezar por la música, porque fue la primera de estas experiencias sonoras que llegó a mi vida, ya con las manos en el volante, probablemente en forma de cassette y grabada en cinta magnética, con las melodías de Michael Jackson, Bronco o Cepillín sonando en el altavoz de la radio/grabadora o cualquier aparato híbrido noventero, y sin mayor exigencia, seduciéndome a escuchar y ser víctima de sus efectos sobre mí. Finalmente, yo solo era un niño de cuatro o quizá seis años, que, sin saberlo, amaba la vida, y el sonido se revelaba como un aliado.
Había entrado a una dimensión de la que ya no había vuelta atrás, y al tratar de componer mi primera canción, a la edad de trece años, empecé una serie de tropezones, unos vergonzosos y otros muy satisfactorios, que más tarde me llevarían a reconocer que lo que más me funcionaba para conectar con ese lugar donde me sentía en armonía con mis ideas, y el más cercano a llevarme a componer algo de música, era poner mi mente en un estado de total atención al entorno, escuchar lo más lejos que pudiera, centrar mi mirada hasta lo más lejos que me permitiera ver (incluso muchas veces eso podía ser solamente la pared o el interior de mis párpados) y dejar fluir. Este simple ejercicio es ese volante al que me refería en un principio y que considero de gran utilidad para explorar el potencial de tus sentidos.
Más tarde me descubriría a través de otro ser humano; una mujer que había escrito y profundizado en este potente ejercicio y que le había nombrado «escucha profunda», esta mujer fue Pauline Oliveros.
Para entrar en el entendimiento de la «escucha profunda» tendríamos que partir de que escuchar no es lo mismo que oír. Para Pauline Oliveros «oír es el fenómeno físico que posibilita la percepción». En el caso de nuestra especie las vibraciones o formas de onda que se encuentran dentro de nuestro rango de audición (frecuencias entre 16 y 20.000 Hz y amplitud de ondas entre 0.005 y 130 db) son transmitidas del oído al córtex auditivo y entonces pueden ser percibidas como sonido aportando de manera particular a la configuración de nuestro entorno.
¿Cuál es la diferencia con escuchar? Pauline es muy clara al respecto: «No existe variación de presión sonora que conduzca indefectiblemente a una única percepción» por lo que «La escucha es activa, y permite que la edad, experiencia, expectativa y pericia influyan en la percepción». Encontré dicha explicación sumamente reconfortante. Reflejarme en la exploración sonora sensible de Pauline Oliveros me dio confianza y hasta amor propio, clave de esa única percepción, solo mía, aunque la mayoría escuche no todos escuchamos lo mismo, reconocer que escucha profunda significa aprender a «expandir la percepción de los sonidos para incluir todo el continuo espacio-temporal del sonido y enfrentar su inmensidad y complejidad tanto como sea posible».
Definitivamente llevaba años navegando entre oír y escuchar, pero oportunamente me estaba dando cuenta que el escuchar como forma de vida me estaba definiendo sin haberlo advertido en una práctica cuyo resultado le daba coherencia a mi vida y cómo integramos los elementos experimentados en ella. «The object isn´t to make art, it’s to be in that wonderful state wich makes art inevitable», dice atinadamente Robert Henri.
No fue raro entonces que cuando estudiaba biología me entusiasmara la bioacústica, y los murciélagos fueron el animal de mi elección. Supongo que algo de romántico tenía para mí saberlos como el único mamífero volador (los murciélagos se encuentran dentro del orden Chiroptera, que significa «mano-ala» ) y sí, por supuesto que me imaginaba a mí, como mamífero, volando, extendiendo mis manos y creciendo de entre mis dígitos una membrana que me permitiría sostenerme en el aire y, junto a la ecolocalización, dispersarse ampliamente para terminar por ocupar una gran diversidad de ambientes gracias a mi amplio repertorio de dieta y alta flexibilidad en la elección de lugares de forrajeo
.
Por mis antecedentes musicales los términos frecuencia, decibel, armónico, impedancia y demás eran viejos conocidos, pero nunca había usado un micrófono para escuchar y registrar elementos de la naturaleza, entonces la vida siempre cambiante apuntó a convertirme en un cazador de sonidos y así tal vez descubrir los secretos del mundo silvestre. Aunque eventualmente aprendí que la naturaleza no guarda secretos, más bien, si estas atento y receptivo, te los revela sin pudor.
El propósito del trabajo en esa clase consistía en comparar la cantidad de actividad forrajera en murciélagos insectívoros asociados a cuerpos de agua en diversos parques de Querétaro. Con ayuda de una grabadora SM4BAT FS de Wildlife Acoustics, que básicamente es una caja de color verde olivo ––color que resulta ser mi favorito, por lo que casi siempre íbamos combinados––, una caja, pues, resistente al agua y capaz de captar sonidos ultrasónicos. Efectivamente, esa pequeña caja me daba la oportunidad de visualizar ––y con algo de truco: escuchar–– sonidos que rebasaban el espectro humano de audio.
Además, un micrófono SMM-U2 con alta sensibilidad, activaba la grabación solo con sonidos
correspondientes a quirópteros, y así la esperanza de poder captar algo super interesante emergió, oculta en su propio mundo de ondas y vibraciones. Imaginarlo era sumamente motivante, incluso si eso significaba encerrarlo en las penumbras del artículo científico, lo que sea, pero que me siguieran prestando equipo para grabar y profundizar en la dimensión sonora.
Más tarde descubrí que había un montón de gente interesada en eso de escuchar. De hecho, supe que, si bien gateando no estaba, no había profundizado tanto como otros ya lo habían hecho en las diversas formas que la gente reconoce su entorno a través del sonido. O que pueden obtenerse datos científicos relevantes al considerar que todas las especies vivas están fuertemente influenciadas por el paisaje sonoro circundante. La verdad es que en términos generales, el sonido es un elemento a menudo menospreciado por nuestra especie, a menos que de bailar o cantar se trate.
Pero como diría R.Murray Shafer: «El sonido llega a lugares a los que la vista no puede. El sonido se zambulle por debajo de la superficie. El sonido penetra hasta el corazón de las cosas».
No busco justificarnos en nuestro pobre ejercicio de escucha, pero históricamente, a diferencia de otros mamíferos, los humanos nos hemos apoyado más de la vista que del oído, o el olfato, para desarrollarnos en nuestro entorno. No obstante, el sonido, cuando menos en su presentación más común, no puede verse. Claro que podemos ver sus manifestaciones, basta con poner un anfibio a croar sobre un cuerpo líquido para atestiguar cómo el agua muestra las ondulaciones del sonido de manera bellísima. También puede ser que apuntemos con micrófonos sofisticados y después a través de softwares identifiquemos la forma de ese sonido en un espectrograma y entonces darle a nuestro cerebro una forma más digerible de entender ese mundo que no cumple nuestros caprichos evolutivos como especie, pero que nos
atraviesa de muchas formas.
Pauline Oliveros nos recuerda que «Los animales escuchan profundamente. Cuando ingresas en un ambiente donde hay pájaros, insectos, u otra especie de animales, estos te escuchan de forma total. Te reciben. Tu presencia puede significar la vida o la muerte para las criaturas de ese ambiente. ¡La escucha es supervivencia!».
Mi vida tomaría un rumbo no contemplado alrededor de esos años universitarios con una cámara digital de mi papá durante una salida de campo en la Reserva de la Biosfera «El Cielo», en Tamaulipas. El caso es que, tras ignorar toda instrucción de recolección de insectos, le hice caso a mi instinto de grabar en video cualquier elemento que me pareciera interesante: el moshpit masivo de insectos alrededor de una trampa de luz, cualquier ave a la distancia, troncos de árboles gigantes, piedras en forma de elefante.
Seré breve, no tarde mucho en darme de baja de la carrera y me inscribí en un diplomado de cine documental. Al culminarlo regresé a terminar la licenciatura en biología y a la par me desempeñé como becario en la recién creada coordinación de cinematografía de la universidad, en la cuál laboro hoy en día. Durante esta experiencia cinematográfica, que hasta el momento es mi forma creativa más prolífera, me desenvolví como sonidista en cortos y largometrajes. Mi trabajo consistía en tener que pensar el sonido de una película, conceptualizarlo y resolver las formas más adecuadas de ejecutarlo. Una vez más, ese ejercicio sagrado para mí, de escuchar en todo el espectro posible.
En ese tiempo conecté con otros amantes del sonido que compartían en la red todo tipo de sonidos, desde la orquestación de un amanecer en cualquier lugar del mundo, hasta el perturbador sonido que causa la contaminación acústica de la actividad humana en los entornos naturales.
¿Quién no ha estado en su hogar, en aparente tranquilidad, hasta que de golpe se apaga el refrigerador mostrando lo inconscientemente perturbados que estábamos por el zumbido emanado por dicho electrodoméstico? Ese efecto refrigerador es un claro ejemplo de como el sonido de las ciudades interactúa en la naturaleza, las ciudades son un refrigerador con un sonido constante, un zumbido del que no somos conscientes en lo cotidiano pero que nos perturba a nosotros y otros seres vivos.
El compositor canadiense R. Murray Schafer acuñó el término paisaje sonoro para la suma de los elementos sonoros que definen un entorno, ambiente o territorio. Estos elementos sonoros pueden clasificarse de manera simple.
Geofonías son los sonidos producidos por agentes naturales no biológicos tales como el rompimiento de un glaciar, los vientos que acarician el mar, lluvia, relámpagos, o bien, el ruido más fuerte oído en la Tierra, la explosión del volcán Krakatoa, en Indonesia, en agosto de 1883 cuyo estruendo llegó tan lejos que alcanzó la isla de Rodríguez, a una distancia de unos 4.500 kilómetros.
Las biofonías son los sonidos que grupos o individuos de animales o seres vivos crean en un determinado medio ambiente, aquí entran el canto de los pájaros o de Yoko Ono, el rugido de un jaguar o el tierno sonido de una puma llamando a sus crías, o bien, el gruñido de un jabalí, como aquel que pude registrar en el desierto de El Tecolote en el altiplano mexicano; jamás pude ver a ese jabalí, sin embargo, lo podía oír:
Las antropofonías son los sonidos artificiales como el de los automóviles, aviones, pirotecnia, maquinaria industrial, barcos, yates, trenes, en fin, la principal causa de ese efecto refrigerador que mencionaba (debo aclarar que esto no es un nombre oficial, es solo con fines demostrativos), vaya, de la contaminación acústica; que nos puede llevar a una discusión sobre la diferencia entre ruido y sonido.
Murray Shaffer, profundizo en esto y dentro de las varias definiciones que dio podríamos decir que el ruido es sonido no agradable. Muy probablemente adentro de usted ya este iniciando su propia discusión sobre esto: ¿por qué un estímulo acústico frustra a un ser vivo y a otro no? Una cascada puede ser considerada una indicación sonora para algunas especies y simplemente un ruido para otras. ¿El ruido es ruido según la información que te aporte para tu sobrevivencia? ¿Qué pasa con el ruido como concepto estético? ¿Sonic Youth, John Cage, Luigi Russo, Margaritas Podridas, son los buenos o malos del cuento?
El ruido sigue siendo un concepto no claro que se utiliza a menudo para definir sonido antropogénico y/o sonido no deseado y en su forma de contaminación acústica ha tenido consecuencias en el cambio en la conducta de los seres vivos que se ven expuestos a ella.
Como amante de la música es sumamente frustrante esto, pero sí, la exposición prolongada al ruido puede afectar nuestro canal auditivo, lo cual pasa también con otros seres vivos. Los daños pueden ser temporales o permanentes, una vez más el dilema aparece, si bien este sonido no deseado me está dañando directamente, ¿porque lo deseo tanto? A altos decibeles, en un concierto por ejemplo, con 300 mil personas escuchando a Los Fabulosos Cadillacs en el Zócalo, regresando a la vida a Cerati, o Chris Cornell, reuniendo a Daft Punk o Mecano, bueno, el tema es amplio y su tiempo valioso, solo para compartir un poco del mal viaje, pues también el ruido afecta a nivel neurológico, digestivo, cardiovascular, directamente en nuestro carácter, y en el de otras especies, interviene en la comunicación, altera el sueño, entre otras cosas.
Esta necedad visual del humano hace que nos queden huecos importantes en cómo hemos contado la historia, si se habla de sonido no hay, hasta ahora, un registro de cómo sonaban las sociedades hace unos siglos, o de cómo era un paisaje sonoro antes del ser humano, lo que puede haber llevado a la extinción de algunos sonidos, la extinción también es sonora, y hoy en día tenemos sonidos en peligro de extinción.
Y es por eso que si ya me leíste hasta estas alturas, y entonces me introduje en tu cabeza a través de este texto, aprovecharé mi amable intrusión para que hagas un ejercicio simple, porque lo que experimentes en este ejercicio serán sonidos únicos, su arreglo es una canción a la que solo tu puedes acceder y que se perderá al mismo tiempo que te deleitas con ella, toma una posición cómoda, ojos abiertos o cerrados, lo que creas necesario para disponerte escuchar lo más lejos que puedas, pero concéntrate en llegar lo más lejos con tu escucha, en ese arreglo de sonidos al que accediste puede ser que estes escuchando un sonido en peligro de extinción, incluso, sea el sonido de nuestra propia especie.
Referencias bibliográficas.
Schafer, R.M. (2013). El paisaje sonoro y la afinación del mundo. Barcelona: Intermedio.
Oro Bracco, María Isabel (2017). Ecología Acústica. Universidad Politécnica de Madrid.
Oliveros, P. (2005).Deep Listening: A Composer’s Sound Practice.New York: iUniverse, Inc. 2005
* Vicente Castillo López egresado de la Lic. en Biología por la UAQ, con formación en comunicación pública de la ciencia y periodismo científico por parte de CONCYTEP, así como en cine documental por la Escuela Libre de Cine, actualmente labora en la coordinación de cinematografía de la Universidad Autónoma de Querétaro y es co-fundador y productor de Holobionte Nature & Science Films, casa productora de material audiovisual enfocado en la conservación de los ecosistemas, el conocimiento de las especies y el enaltecimiento de curiosidades biológicas.
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