El 12 de mayo de 2019, la reconocida escritora de la India, Arundhati Roy, dio una conferencia titulada “La literatura ofrece refugio. Por eso la necesitamos”. Durante la conferencia, Roy reflexionó sobre el papel actual de la literatura frente a una realidad de crisis climática, crisis de refugiados, crisis de soluciones, crisis de vida. Como muchos otros que la han precedido, en su reflexión Roy deja notar que una visión fragmentada de los problemas del mundo, pasa por alto las cruciales interconexiones que permiten la vida y que, también, propagan la muerte.
Sin tomarlas en cuenta y entenderlas, seguiremos chocando con “soluciones” vanas. No podemos pensar en la persistencia de los ecosistemas y su biodiversidad, sin considerar su directa relación con la pobreza e inequidad; no se pueden desvincular las migraciones humanas actuales, de los factores que hacen que la gente se vaya de sus países de origen. No se puede pensar en mitigar el calentamiento global y sus consecuencias, sin reconocer su inevitable conexión con el consumo, con la idea preponderante de desarrollo y de progreso.
En el fragmento de entrevista que compartimos a continuación, Arundhati Roy cuestiona:
¿seremos capaces de dejar la montaña en su lugar, entendiendo el valor que tiene más allá de los minerales que contiene? Nos habla de que, como sociedad mundial, enfrentamos una psicótica
negación al hecho de que la sobrevivencia de nuestra especie, está directamente conectada a la sobrevivencia del planeta. Al pedirle a la escritora que ejemplifique la conexión entre el problema del cambio climático y el problema de la creciente inequidad en el mundo, ella responde: “La conexión es, simplemente, el capitalismo. Para este punto, ya es bastante claro…
Les daré un muy buen ejemplo. Hace uno o dos meses, la corte suprema de la India, basada en un caso impulsado por una ONG interesada en la vida silvestre, dijo que dos millones de personas indígenas, debían ser desalojadas del bosque, con efecto inmediato. ¿Por qué? Porque el bosque necesita ser preservado como santuario.
Pero, cuando en los últimos 25 años, esa gente estaba luchando contra proyectos que estaban destruyendo millones de hectáreas de bosques, a nadie le importó. Y eran las mismas personas a punto de ser desplazadas. Antes era en pro del “progreso”, ahora es en pro de la “conservación”, pero siempre son las mismas personas que tienen que pagar el precio. Y, cuando se habla de expulsar a dos millones de las personas más pobres del mundo, de quitarles todo lo que jamás han tenido, hay poca indignación y escándalo. Pero cuando el partido del congreso anuncia que va a promover un sistema en el que el 20% de las personas más pobres obtendrán un salario básico para sobrevivir, todo mundo explota, cuestionando cómo se les puede ocurrir algo así, porque golpea directo al corazón del capitalismo desregulado.
Cualquier tipo de discusión sobre equidad y justicia, parece tener el mismo efecto que tiene la blasfemia en sociedades religiosas. En eso se ha convertido el capitalismo, en una forma de religión que no permite cuestionamiento alguno.”

Entrevista completa:
https://www.democracynow.org/2019/5/13/arundhati_roy_capitalism_is_a_form
A continuación, compartimos una versión reducida de su conferencia.
[Traducción de una versión resumida de la conferencia “Literature provides shelter. That’s why we need it”, impartida por Arundhati Roy en PEN America, el 12 de mayo de 2019. La versión traducida se publicó el 13 de mayo en el periódico The Guardian en https://www.theguardian.com/commentisfree/2019/may/13/arundhati-roy-literature-shelter-pen- america?fbclid=IwAR1Rj8gjVIA1J4pZN5uFYkeTIhw3gCduHtX8F0LXsrOHHuuULGQXoxlqzA4]
La literatura ofrece refugio. Por eso la necesitamos (versión resumida).
Arundhati Roy 12 de mayo de 2019
Responsable de la traducción: Sandra E. Smith Aguilar (galadrielent@yahoo.com)
Estoy verdaderamente honrada de haber sido invitada este año por PEN América para dar la Conferencia Arthur Miller por la Libertad para Escribir. Qué mejor momento que este, para pensar en colectivo sobre un lugar para la literatura; en este momento cuando una era que creemos comprender –al menos vagamente, si no bien- está llegando a su fin.
Mientras se derriten las capas polares, los océanos se calientan y el nivel de los acuíferos se desploma, mientras desgarramos la delicada red de interdependencia que sostiene la vida en la tierra, mientras nuestra formidable inteligencia nos lleva a cruzar las fronteras entre hombres y máquinas, y nuestra, aún más formidable, arrogancia socava nuestra capacidad de hacer la conexión entre la sobrevivencia de nuestro planeta y nuestra sobrevivencia como especie, mientras remplazamos el arte con algoritmos, y miramos fijamente hacia un futuro en el cual puede no ser necesario que la mayoría de seres humanos participen en (o sean remunerados por) actividades económicas – es justo en este tiempo, cuando tenemos las afianzadas manos de supremacistas blancos en la Casa Blanca, nuevos imperialistas en China, neonazis manifestándose nuevamente en las calles de Europa, nacionalistas Hindúes en la India, y una colección de príncipes-carniceros y dictadores de poca talla en otros países, para guiarnos hacia lo desconocido.
Mientras muchos de nosotros soñamos que “Otro mundo es posible”, estas personas lo soñaban también. Y es su sueño –nuestra pesadilla- la que está peligrosamente cerca de volverse realidad.
Las guerras injustificadas y la avaricia sancionada del capitalismo, han puesto en riesgo al planeta y lo han llenado de refugiados. Gran parte de la culpa de esto recae directamente sobre los hombros del gobierno de los Estados Unidos. Diecisiete años después de invadir Afganistán, después de bombardearlo de vuelta a la edad de piedra, con la sola intención de derrocar al Talibán, el gobierno de los Estados Unidos está nuevamente conversando con el mismo Talibán. En el inter, ha destruido Irak, Libia y Siria. Cientos de miles han perdido sus vidas ante la guerra y las sanciones, toda una región descendió al caos, ciudades antiguas han sido vapuleadas hasta convertirlas en polvo.

En medio de la desolación y los escombros, una monstruosidad llamada Daesh (Estado Islámico) ha sido engendrada. Se extendió a través del mundo, asesinando indiscriminadamente a gente común, que no tenía absolutamente nada que ver con las guerras de Estados Unidos. A lo largo de estos últimos años, dadas las guerras que ha impulsado, y los tratados internacionales que arbitrariamente ha incumplido, el gobierno norteamericano cabe perfectamente en su propia definición de un Rogue State, un estado desbocado.
Y ahora, recurriendo a las mismas tácticas intimidatorias, las mismas falsedades agotadas y las mismas
noticias falsas sobre armas nucleares, se prepara para bombardear Irán. Ese será el error más
grande que ha cometido jamás.
Por lo tanto, mientras nos tambaleamos hacia el futuro en este blietzkrieg de idiotez, “likes” de Facebook, marchas fascistas, golpes de estado de noticias falsas y, lo que parece una carrera hacia la extinción, ¿cuál es el lugar de la literatura? ¿Qué califica como literatura? ¿Quién decide? Obviamente, no hay una sola y edificante respuesta para estas preguntas. Por lo tanto, si me disculpan, voy a hablar de mi propia experiencia de ser una escritora en estos tiempos, particularmente en un país como la India, un país que vive en varios siglos simultáneamente.
Hace algunos años, estaba en una estación ferroviaria, leyendo los periódicos mientras esperaba mi tren. En una de las secciones internas, noté un pequeño reportaje sobre dos hombres que habían sido arrestados y acusados de ser mensajeros del prohibido y clandestino Partido Comunista de India (Maoista). Entre los “artículos” que portaban estos hombres, se encontraban “algunos libros de Arundhati Roy”.
Poco tiempo después, conocí a una profesora universitaria que pasaba mucho de su tiempo organizando la defensa legal para activistas encarcelados, muchos de ellos, jóvenes estudiantes y gente de pueblos, presos por “actividades antinacionales”. En su mayoría, esto significaba protestar contra la minería corporativa y proyectos de infraestructura que estaban desplazando a decenas de miles de sus tierras y hogares. Ella me dijo que, en varias de las “confesiones” de los prisioneros –usualmente obtenidas bajo coerción-, mis escritos frecuentemente eran mencionados como factor que los llevó a, lo que la policía llama, “el camino equivocado”.
“Están trazando un sendero, construyendo un caso en tu contra” dijo ella.

Los libros en cuestión no eran mis novelas (hasta entonces sólo había escrito una, El Dios de las
Cosas Pequeñas). Estos eran libros de no-ficción –aunque, en cierto sentido también eran historias, diferentes tipos de historias, pero historias al fin. Historias sobre el ataque masivo de corporaciones en contra de bosques, ríos, cultivos, semillas, tierras, agricultores, leyes laborales, y la formulación misma de políticas. Y sí, sobre los ataques posteriores al 9 de septiembre de 2001, que, país tras país, sufrieron por parte de Estados Unidos y la OTAN. La mayoría eran historias sobre personas que han luchado en contra de estos ataques – historias específicas sobre ríos específicos, montañas específicas, corporaciones específicas, movimientos populares específicos, todos ellos siendo aplastados de maneras específicas.
Estos eran los verdaderos guerreros por el clima, gente local con un mensaje global, que habían comprendido la crisis antes de que fuera reconocida como tal. Y, sin embargo, constantemente eran etiquetados como villanos –impedimentos anti-nacionalistas para el progreso y el desarrollo. El ex Primer Ministro de la India, un evangelista del libre mercado, llamó a las guerrillas, en su mayoría formadas por personas indígenas, adivasis 1 , luchando contra proyectos de minería en los bosques centrales de la
India, “El mayor reto para la seguridad interior”. Una guerra llamada “Operación cacería verde” fue declarada en contra de ellos. Los bosques fueron inundado{s de soldados cuyos enemigos eran
las personas más pobres del mundo. No ha sido distintos en otras partes – en África, Australia, Latinoamérica.
Y ahora, la ironía de ironías, se está construyendo un consenso para definir al cambio climático como el mayor reto para la seguridad del planeta. El lenguaje en torno al tema, cada vez se militariza más. E indudablemente, muy pronto sus víctimas se convertirán en los “enemigos” en la nueva guerra sin fin. Aunque bien intencionados, los gritos pidiendo la declaración de una “emergencia” climática, podrían acelerar un proceso que ya comenzó. La presión ya está actuando para mover el debate de la CMNUCC (Convención Marco del as Naciones Unidas sobre el Cambio Climático) al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en otras palabras, para excluir a la mayoría del planeta y colocar la toma de decisiones de vuelta en la madriguera de los mismos sospechosos de siempre. Una vez más, el norte global, los creadores del problema, se asegurarán de obtener ganancias de las soluciones que proponen. Una solución cuya genialidad se alojará, sin duda, muy profundo en el corazón del “Mercado” e involucrará más ventas y compras, mayor consumo y mayores ganancias para menos y menos personas. En otras palabras, más capitalismo.
Cuando los ensayos se publicaron por primera vez (primero en revistas de amplia circulación, luego en internet y, finalmente, como libros) fueron vistos con hostil sospecha, cuando menos en
algunos sectores, frecuentemente por aquellos que ni siquiera estaban necesariamente en
desacuerdo con su postura política.
La escritura estaba distanciada de lo que convencionalmente se piensa como literatura. Hostilidad era una reacción comprensible, particularmente para aquellos con inclinaciones taxonómicas -porque no podían decidir exactamente qué eran esos escritos- panfleto o polémica, escritura académica o periodística, blog de viajes o mera imprudencia literaria. Para algunos, simplemente no contaba como escritura: “¿Oh, ¿por qué dejaste de escribir? Estamos esperando tu próximo libro”. Otros pensaron que era simplemente
una pluma por contrato. Me llegó todo tipo de ofertas: “Linda, me encantó ese texto que escribiste sobre las presas, ¿me podrías escribir uno sobre abuso infantil?” (Esto realmente ocurrió). Fui severamente sermoneada (principalmente por hombres de casta alta) sobre cómo escribir, los temas de los cuáles debería escribir y el tono que debería usar.

Pero en otros lugares, llamémoslos lugares remotos, los ensayos fueron rápidamente traducidos a otras lenguas de la India, impresos como panfletos, distribuidos gratuitamente en bosques y valles, en pueblos que estaban bajo ataque, en campus universitarios donde los alumnos estaban hartos de recibir mentiras. Porque estos lectores, allá en los frentes, ya sufriendo las quemaduras del fuego en expansión, tenían una idea completamente distinta de lo que la literatura es, o debería ser.
Menciono esto porque me enseñó que el lugar para la literatura se construye por escritores y lectores. De muchas maneras, es un lugar frágil, pero también indestructible. Cuando se rompe, lo reconstruimos. Porque necesitamos refugio. Me gusta mucho la idea de literatura que es necesaria. Literatura que ofrece refugio. Refugio de muchos tipos.
Con el transcurso del tiempo, se llegó a un arreglo tácito. Comencé a ser llamada “escritora- activista”. Esta categorización llevaba implícito, que la ficción no era política y que los ensayos no eran literarios.
Recuerdo estar sentada en una sala de conferencias en una universidad de Hyderabad, frente a un
auditorio de 500 o 600 estudiantes. A mi izquierda, moderando el evento, estaba el vice-rector de
la universidad. A mi derecha, un profesor de poesía. El vice-rector susurró en mi oído “No deberías
invertir más tiempo en la ficción. Deberías concentrarte en tu escritura política.” El profesor de
poesía susurró, “¿Cuándo vas a volver a escribir ficción? Esa es tu verdadera vocación. Lo otro que
haces es meramente efímero”.
Nunca he sentido que mi ficción y no-ficción fueran dos facciones en guerra, peleando por suzeranía. Ciertamente, no son lo mismo, pero intentar puntualizar las diferencias entre ellas, es más difícil de lo que imaginé. Hecho y ficción no son contrarios. Uno, no es necesariamente más verdadero que otro, más fáctico que otro o más real que otro. O, incluso, en mi caso, más leído que otro. Sólo puedo decir que siento la diferencia en mi cuerpo cuando estoy escribiendo.
Estando sentada entre los dos profesores, disfruté sus consejos contradictorios. Me quedé sonriendo, pensando en el primer mensaje que recibí de John Berger. Fue una hermosa carta escrita a mano, de un escritor que había sido mi héroe por años: “Tu ficción y no-ficción –te llevan por el mundo como tus dos piernas.” Eso lo resolvió para mí.
Cuál sea el caso que se estaba armando en mi contra, nunca –o, al menos no aún- fructificó. Sigo aquí, parada en mis dos piernas escritoras, hablándole a ustedes. Pero mi amiga profesora está en la cárcel, acusada de participar en actividad anti-nacional. Las prisiones de la India están hasta el tope de prisioneros políticos –la mayoría de ellos acusados de ser terroristas Maoistas o Islamistas. Estas categorías han sido definidas tan ampliamente que han llegado a incluir casi a cualquiera que está en desacuerdo con las políticas del gobierno.
En la última oleada de arrestos preelectorales, maestros, abogados, activistas y escritores han sido encarcelados, acusados de conspirar para asesinar al Primer Ministro Modi. El complot es tan ridículo que un niño de seis años podría haberlo mejorado. Los fascistas necesitan tomar unos buenos cursos sobre escritura de ficción.
Reporteros sin fronteras dicen que la India es el quinto lugar más peligroso para periodistas en el mundo, sólo por debajo de Afganistán, Siria, Yemen y México. Aquí debo hacer una pausa para agradecer a PEN por el trabajo que hace para proteger a escritores y periodistas que han sido encarcelados, perseguidos, censurados, o peor. De un día para otro, cualquiera de nosotros podría ser quien se encuentre en la línea de fuego. Saber que hay una organización pendiente de nosotros es un consuelo.
En la India, aquellos que han sido encarcelados son los afortunados. Los menos suertudos están muertos. Gauri Lankesh, Narenda Dabholkar, MM Kalburgi y Govind Pansare, todos críticos de la ultra derecha hindú, han sido asesinados. Los suyos, fueron los asesinatos de alto perfil. Muchos otros activistas, trabajando con el Decreto del Derecho a la Información para revelar escándalos masivos de corrupción, han sido asesinados o encontrados muertos en circunstancias sospechosas.

En los últimos cinco años, la India se ha distinguido como una nación de linchamientos. Musulmanes y dalits han sido azotados públicamente y golpeados a muerte en pleno día por masas hindúes justicieras, y luego, los videos de los linchamientos (“lynch videos”) son subidos jubilosamente a YouTube. La violencia es flagrante, pública y, definitivamente, no espontánea. Aunque la violencia en contra de los musulmanes no es nueva y la violencia contra los dalit viene de muy atrás – estos linchamientos tienen un trasfondo ideológico claro.
Los linchadores saben que tienen protección de las más altas esferas. Protección, no sólo del gobierno y el primer ministro, pero también de la organización que controla a ambos –la ultra-derechista, protofascista Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), la más secreta y más poderosa organización de la India. Originada en 1925, sus ideólogos fundadores fueron fuertemente influenciados por el fascismo europeo. Alababan abiertamente a Hitler y Mussolini, y comparaban a los musulmanes de la India con los “judíos de Alemania”. Han trabajado incansablemente durante noventa y cinco años para que la India sea formalmente declarada una nación hindú. Sus enemigos declarados son los musulmanes, cristianos y comunistas.
La RSS dirige un gobierno incógnito, que funciona a través de decenas de miles de shakhas (ramas) y otras organizaciones de la misma afiliación ideológica, con distintos nombres- algunas de ellas sorprendentemente violentas –dispersas por todo el país. Tradicionalmente controlada por una secta de Brahmanes 2 de la costa oeste, conocidos como Brahmanes de Chitpavan, la RSS en la actualidad tiene a racistas y supremacistas blancos de Estados Unidos y Europa, rondándola, escribiendo alabanzas sobre la antigua práctica hinduista de las castas.
Es lo que más comúnmente se conoce como Brahmanismo –un sistema brutal de jerarquía social, que envidian por su elaborada crueldad institucionalizada, que ha sobrevivido más o menos intacta desde tiempos antiguos. El Brahmanismo también encuentra admiradores en los lugares más inesperados. Uno
de ellos, se entristecerán en saber, era Mohadas Gabdhi 3 -quien consideraba que las castas eran la
“genialidad” de la sociedad hindú. He escrito extensivamente sobre la actitud de Gandhi en torno a la casta y la raza en un libro llamado “El Doctor y El Santo” así que no me detendré en ello ahora.
Permítanme sólo dejarles esto: durante un discurso en una conferencia de misioneros en Madras en 1916, él dijo: “La vasta organización en castas, respondió no sólo a los deseos religiosos de la comunidad, respondió también a sus necesidades políticas. Los pobladores manejaban sus asuntos internos a través del sistema de castas y, a través de él, lidiaban con cualquier opresión del poder o poderes gobernantes. No es posible negar la capacidad organizativa de una nación que fue capaz de producir el sistema de castas, su maravilloso poder de organización.”
Hoy en día, la RSS presume de tener una milicia entrenada con 600,000 miembros, que orgullosamente se hacen llamar swayam-sevaks (voluntarios), en cuyas filas se cuentan el primer ministro y la mayoría de su gabinete. El partido gobernante Bharatiya Janata Party (BJP) funciona como el departamento político parlamentario de la RSS. Su secretario, Ram Madhav es un miembro de la RSS. Mediante la insistencia en tratar al BJP como una entidad independiente, como un partido político conservador de derecha ordinario, minimizando, inconsciente o deliberadamente, su conexión orgánica con la RSS, muchos de los medios de comunicación nacionales e internacionales, así como muchos que se dicen seculares y liberales, han facilitado su camino hacia el poder político.
El lanzamiento masivo de la carrera política de Modi, ocurrió, coincidentemente (o tal vez no), justo después del 9 de septiembre de 2001, cuando fue nombrado ministro en jefe del estado de Gujarat, a pesar de que no era un miembro electo de la Asamblea Legislativa. Meses después de ese nombramiento, y bajo la guardia de Modi, ocurrió un pogromo contra musulmanes en Gujarat, en el cual 2000 personas fueron asesinadas a plena luz del día. Meses después, organizó elecciones y ganó. Durante una gran convención de empresarios e industrialistas en Gujarat, los presidentes de varias de las principales corporaciones de la India, le ofrecieron abiertamente su respaldo como su futuro candidato para primer ministro. El fascismo y el capitalismo intercambiaron votos matrimoniales en una, no tan discreta, ceremonia y se mudaron juntos.

Después de tres periodos como el ministro en jefe de Gujarat, Modi fue electo primer ministro de la India en 2014. Recibió una bienvenida de héroe por los comentaristas liberales, y ha viajado por el mundo abrazando, y siendo abrazado por líderes mundiales, incluyendo Barack Obama y Emmanuel Macron. Y Donald Trump, por supuesto, pero eso no fue sorpresa. Ninguno de ellos es ignorante sobre la identidad real de Modi, pero todos tienen algo que venderle a este “mercado” de más de mil millones de personas. Ahora, después de cinco años en el poder y una despiadada campaña, él y sus cohortes, buscan la reelección. Los candidatos incluyen a Sadhvi Pragya con sus vestiduras azafranadas, quien está bajo juicio por participar en un atentado terrorista que mató a seis personas y actualmente se encuentra libre bajo fianza.
En lo que parece un peligroso viraje de eventos, los periódicos reportaron un discurso público de Maneka Gandhi, una Ministra Sindical del gabinete de Modi, en el cual dijo que las comunidades serían calificadas dependiendo de cuáles votaran por el BJP en mayor número, y serían reconocidas o castigadas con el premio o privación del “desarrollo”, proporcional a su lealtad. De ninguna manera, es la única persona utilizando este tipo de lenguaje, y definitivamente no es la única que ha sugerido abiertamente que el partido sabe quién ha votado en su favor y quién no. Y esa venganza le seguirá. Y, de ninguna manera, es la primera en insinuar que los partidos políticos tienen acceso a los datos de, lo que se supone, es una boleta secreta –datos que pueden usar a su favor de maneras peligrosas que socavan completamente a las elecciones y a la democracia misma.
En la era del capitalismo de vigilancia, algunas personas sabrán todo de nosotros y usarán esta información para controlarnos.
La India está luchando por su alma. Incluso si el BJP pierde las elecciones, lo cual podría pasar, a pesar de tener más dinero que todos los otros partidos políticos juntos, a pesar de su, más o menos, completo control de los medios masivos de comunicación, –esto no significará que estemos fuera de peligro. El RSS es camaleónico y se mueve sobre un millón de piernas. Capturar el poder con una mayoría absoluta, como ocurrió hace cinco años, pone motores en esas piernas.
Pero perder la elección no le impedirá continuar su larga caminata hacia el infierno. Puede cambiar de color cuando hace falta, usar una máscara de razón e inclusión si es necesario. Ha comprobado su habilidad para funcionar como una organización clandestina o pública. Es una bestia paciente y trabajadora, que ha cavado su camino hasta cada institución del país –cortes, universidades, medios de comunicación, fuerzas de seguridad, servicios de inteligencia.
Si un nuevo gobierno, ajeno al BJP, es elegido –más seguramente, una débil coalición- lo más probable es que sea recibido por una feroz ofensiva de violencia comunal fabricada y ataques de “bandera falsa” a los cuales nos hemos acostumbrado. Se descubrirán cadáveres de vacas en las carreteras, carne de res será encontrada en los templos y puercos serán lanzados a las mezquitas. Cuando el país esté en llamas, una vez más, la ultra derecha se presentará ante nosotros como los únicos capaces de dirigir un “estado difícil” y manejar el problema. ¿Será que un gobierno profundamente polarizado, pueda ver a través de estos juegos? Es difícil decirlo.
Muchas de estas ideas han sido el tema de mi escritura, ficcional y no ficcional, por muchos años.
“El Dios de las Cosas Pequeñas”, publicado en el verano de 1997, fue el resultado de buscar un
lenguaje y una forma de describir el mundo en el que crecí, para mí y para las personas que
amaba, algunas de las cuales desconocían Kerala por completo. Estudié arquitectura, guiones
escritos, y entonces quería escribir una novela. Una novela que sólo podía ser una novela –no una
novela que realmente quería ser una película, o un manifiesto, o un tratado sociológico de algún
tipo. Quedé sorprendida cuando algunos críticos la describieron como una obra de realismo
mágico – ¿cómo podía ser eso?

El contexto en el cual se sitúa el libro – la vieja casa en el cerro en Ayemenem, la fábrica de pepinillos de mi abuela, en la que crecí (aún tengo algunos de los botes y etiquetas), el río Meenachal –todo ello realidad tangible para mí, era exótico y mágico para muchos críticos de occidente. Está bien. Me reservo el derecho de pensar de esa manera sobre Nueva York y Londres.
De vuelta en Kerala, la recepción fue bastante alejada de mágica. El partido comunista de la India
(marxista), que había gobernado Kerala intermitentemente desde 1959, estaba molesto por lo que consideró, una crítica al partido, en El Dios de las Cosas Pequeñas. Rápidamente, fui etiquetada como anti-comunista, una personificación sollozante, parlante y andante de un complot imperialista.
Ciertamente, fui crítica, y el lado incisivo de mi crítica era que, la izquierda, refiriéndome a los varios partidos comunistas de la India, no sólo habían sido opacos respecto a las castas, si no que, más frecuentemente que no, eran abiertamente pro castas. La relación transgresora de la novela entre Ammu (una mujer siria-cristiana) y Velutha (un hombre dalit) fue vista con consternación. La consternación tenía tanto que ver con la política de la novela, sobre las castas, como con el género. El retrato de la relación de uno de los personajes principales, el camarada KNM Pillai con su esposa Kalyani, y la de Ammu, una mujer divorciada que “combinaba la ternura infinita de la maternidad y la ira osada de un bombardero suicida”, “quien amaba por las noches al hombre que sus hijos amaban durante el día”, no fue recibida con aplausos y aleluyas. Cinco abogados varones se juntaron para armar un caso criminal en mi contra,
acusándome de obscenidad y de “corromper la moral pública”.
Hubo factores fuera de la novela que también estaban circundando. Mi madre, Mary Roy, había ganado un caso en la suprema corte, que derribó la ley de herencia sirio-cristiana, la cual le daba a la mujer “una cuarta parte de la propiedad de su padre o 5,000 rupias [$70 dólares americanos], lo que fuera menos”. Las mujeres no podían heredar una parte equivalente. Esto causó gran enojo. Había una sensación tangible de que madre e hija necesitaban recibir una lección. Para el momento en el que mi caso llegó a su tercera o cuarta audiencia, El Dios de las Cosas Pequeñas había ganado el premio Booker.
Eso dividió a la opinión pública. Una mujer Malayali local, ganando un prestigioso premio literario internacional, no era algo que pudiera pasarse por alto fácilmente –¿debería de ser rechazada o aceptada? Yo estaba presente en la corte con mi abogado, quien me había dicho en privado que él pensaba que algunas partes de mi libro eran “bastante obscenas”. Pero, dijo, de acuerdo con la ley, una obra de arte debería verse como un todo y, dado que el libro en su conjunto no era obsceno, teníamos una oportunidad de dar pelea.
El juez tomó su asiento y dijo “Cada vez que este caso llega ante mí, me dan dolores de pecho”. Él pospuso la audiencia. Los jueces que le siguieron, hicieron lo mismo. Mientras tanto, la gente celebraba los aspectos no transgresores del libro –el lenguaje, la evocación de la niñez. Todavía es difícil para muchos observar la relación entre Ammu y Velutha sin encogerse un poco. Pasaron casi 10 años antes de que el caso fuera desechado.
En mayo de 1998, menos de un año después de la publicación del Dios de las Cosas Pequeñas, por primera vez en la historia de la India, una coalición encabezada por el BJP conformó el gobierno del centro. El primer ministro del momento, Atal Bihari Vajpayee, era un miembro del RSS. Semanas después de tomar el cargo, hizo realidad un esperado sueño de la RSS al impulsar una serie de pruebas nucleares. Paquistán respondió inmediatamente con sus propias pruebas. Los ensayos nucleares eran el comienzo de la travesía hacia la retórica enloquecida del nacionalismo, que actualmente se ha convertido en una forma normalizada de discurso público en la India. Yo quedé sorprendida por la orgía de celebración que recibió a los ensayos nucleares –incluyendo en las trincheras más inesperadas.
Fue entonces cuando escribí mi primer ensayo “El Fin de la Imaginación”, condenando las pruebas. Dije que entrar en la carrera nuclear colonizaría nuestra imaginación: “Si oponerse a tener una bomba nuclear implantada en mi cerebro es anti-indio y anti-hindú 4 ”, escribí, “entonces me retiro. Me declaro en este momento, una república móvil independiente.”
Dejaré que se imaginen la reacción que le siguió.
“El Fin de la Imaginación” fue el primero de lo que se convertiría en 20 años de ensayos no ficcionales. Fueron años en los cuales la India estaba cambiando a la velocidad del rayo. Para cada ensayo, busqué la forma, el lenguaje, la estructura y la narrativa. ¿Podría escribir tan convincentemente sobre la irrigación como sobre el amor y la pérdida de la niñez? ¿Sobre la salinización del suelo? ¿Sobre el drenaje? ¿Presas? ¿Cultivos? ¿Sobre los ajustes estructurales y la privatización? ¿Sobre el costo unitario de la electricidad? ¿Sobre las cosas que afectan las vidas de personas comunes? ¿No como reportaje, pero como un tipo de narración de historias? ¿Sería posible convertir estos temas en literatura? ¿Literatura para todos –incluso para personas que no pueden leer ni escribir, pero que me enseñaron a pensar y a quiénes se les podría leer?
Lo intenté. Y los ensayos continuaron apareciendo, así como los cinco abogados varones (no los mismo, otros distintos, pero parecían cazar en manadas). Y así también, aparecieron los casos criminales, principalmente para desprecio de la corte. Uno de ellos terminó en una sentencia de cárcel muy corta, otro sigue pendiente. Los debates, frecuentemente fueron mordaces. A veces violentos. Pero siempre importantes.
Casi cada ensayo me metió en suficientes problemas como para hacerme prometer que no escribiría otro. Pero, inevitablemente, surgieron situaciones en las cuales el esfuerzo de mantenerme en silencio generaba tal escándalo en mi cabeza, tal dolor en mi sangre, que sucumbía, y escribía. El año pasado, mis editores sugirieron conjuntarlos en un solo volumen; quedé atónita al ver que la colección “Mi corazón sedicioso”, tiene una extensión de mil páginas.
Después de veinte años de escribir, viajar al corazón de rebeliones, conocer a extraordinarias y exquisitamente ordinarias personas, la ficción retornó a mí. Se volvió claro que sólo una novela podría contener el universo que se estaba gestando en mí, levantándose desde los paisajes en los que había deambulado, y componiéndose a sí mismo en un universo-historia. Supe que sería insolentemente complicado, insolentemente político e insolentemente íntimo. Supe que, si El Dios de las Cosas Pequeñas era sobre el hogar, sobre una familia con un corazón roto, El Ministerio de la Felicidad Suprema comenzaría después de que el techo se había volado del hogar y el corazón roto se había hecho añicos y dispersado sus esquirlas en valles desgarrados por guerras y en calles citadinas.
Sería una novela, pero el universo-historia rechazaría todas las formas de domesticación y convenciones sobre lo que una novela podría y no podría ser. Sería como una gran ciudad en mi parte del mundo, a la cual el lector arriba como nuevo inmigrante. Un poco asustado, un poco intimidado, bastante emocionado. La única manera de conocerlo sería caminar a través de él, perderse y aprender a vivir en él. Aprender a conocer gente, pequeña y grande. Aprender a amar la muchedumbre. Sería una novela que diría lo que, de otro modo, no se puede decir. Particularmente sobre Cachemira, donde sólo la ficción puede ser verdadera porque la verdad no puede ser contada. En la India, no es posible hablar de Cachemira con ningún grado de honestidad sin poner en riesgo el cuerpo.
Sobre la historia de Cachemira e India, e India y Cachemira, no puedo hacer más que citar a James Baldwin: “Y ellos no me creerían, precisamente porque sabrían que lo que dije era cierto”. La historia de Cachemira no es la suma de sus reportes de derechos humanos. No se trata sólo de masacres, tortura, desapariciones y tumbas multitudinarias, o sobre víctimas y sus opresores.
Algunas de las cosas más terroríficas que ocurren en Cachemira, no necesariamente califican como
violaciones de los derechos humanos. Para un escritor, Cachemira guarda grandes lecciones sobre la sustancia humana. Sobre poder, falta de poder, traición, lealtad, amor, humor, fe… ¿Qué le sucede a la gente que vive bajo una ocupación militar por décadas? ¿Cuáles son las negociaciones que ocurren cuando el aire mismo está sembrado de terror? ¿Qué sucede con el lenguaje?
Una de las primeras cosas que comencé a hacer cuando empecé a viajar a Cachemira fue cotejar lo
que aparece en el Ministerio de la Felicidad Suprema como el “Alfabeto Inglés-Cachemiro”, comenzando con la letra A:
A: Azadi/army [ejército]/Allah [Alá]/America [Estados Unidos]/Attack [ataque]/AK-47/Ammunition
[municiones]/Ambush [emboscada]/Aatankwadi/Armed Forces Special Powers Act [Decreto de los
poderes especiales de las fuerzas armadas]/Area Domination [dominación del área]/Al Badr/Al
Mansoorian/ Al Jehad/Afghan [afgano]/Amarnath Yatra
B: BSF/body [cuerpo]/blast [explosión]/bullet [bala]/battalion [batallón]//barbed wire [alambre de
púas]/brust (burst) [explosión]/border cross [cruce fronterizo]/booby trap [trampa explosiva]/bunker [búnker]/bite [mordida]/begaag (forced labour) [trabajo forzado]
C: Cross-border [cruce de frontera]/Crossfire [fuego cruzado]/ camp [campamento]/ civilian
[civil]/curfew [toque de queda]/ Crackdown [operativo]/ Cordon-and-search [acordonar buscar]/CRPF/Checkpost [puesto de revisión o retén]/Counter-insurgency [contra insurgencia]/Ceasefire [cese al fuego]/ Counter-intelligence [contra inteligencia]/ Catch and kill [capturar y matar]/ Custodial killing [asesinato bajo custodia]/ Compensation [compensación]/ Cylinder (surrender) [rendición]/ Concertina wire [alambre concertina]/ Collaborator [colaborador]
Y así sucesivamente….
Además: ¿Qué les sucede a las personas que administran, digieren y justifican el horror? ¿Qué les
sucede a las personas que permiten que continúe y continúe -en su nombre? La narrativa de
Cachemira es un rompecabezas cuyas piezas no embonan. No hay imagen final.
Personas extrañas se abrieron paso hasta mis páginas. Antes que todos, Biplab Dasgupta, un oficial
de inteligencia. Me sacó de quicio cuando llegó hablando en primera persona. Pensé que yo estaba en su cabeza y después me di cuenta que quizás él estaba en la mía. Lo que era escalofriante sobre él no era su villanía si no su lado razonable, su inteligencia, su astucia, su autodesprecio, su vulnerabilidad.
Incluso ahora, nada de la sofisticación y los análisis políticos eruditos de Dasgupta, pueden ver lo que el constructor contratista, el Sr. DD Gupta, uno de los personajes menores del Ministerio de la Felicidad Suprema, fácilmente puede. El Sr. Gupta ha regresado a la India desde Irak, después de varios años de ganarse la vida construyendo muros antiexplosivos –cuyas imágenes, orgullosamente almacena en su teléfono celular. Asqueado por lo que ha visto y sobrevivido en Irak, mira a su alrededor, el lugar que solía considerar su hogar. Su evaluación detenida de lo que está sucediendo en su propio país es que, a la larga, terminará por completo creando un mercado para muros antiexplosivos.
Las novelas pueden llevar a sus autores al borde de la locura. Las novelas también pueden refugiar a sus autores.
Como escritora, yo protegí a los personajes del Dios de las Cosas Pequeñas porque eran vulnerables. Muchos de los personajes del Ministerio de la Felicidad Suprema son, en su mayoría, aún más vulnerables. Pero ellos me protegen a mí. Especialmente Anjum, quien naciera como Aftab, quien termina como la propietaria y administradora de la casa de huéspedes de Jannat, localizada en un olvidado cementerio musulmán, justo fuera de los muros de la vieja Delhi. Anjum suaviza las fronteras entre hombres y mujeres, entre animales y humanos y entre vida y muerte. Voy a ella cuando necesito refugiarme de la tiranía de las fronteras duras en este mundo, cada vez más endurecido.
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