No estoy segura de si es una constante en la naturaleza, pero la mayoría de muestras que coloco bajo el microscopio se revelan como paisajes sorprendentes. Lo que a la distancia sugiere ser simple y uniforme, como lo podría parecer un palillo de dientes, bajo el escrutinio de la lupa se manifiesta tremendamente complejo. Texturas que en general asumimos como monótonas, por ejemplo el cascarón de un huevo, están compuestas en realidad por un amplio inventario de componentes: superficies ríspidas, patrones alveolares, matrices que remiten a fractales y agua en abundancia. Los tejidos antes dados por sentado, ahora explotan en un abanico de posibilidades. Vastos panoramas por los que resulta tentador pasear. Si tan solo contáramos con la gracia de la reducción corporal a voluntad, el frutero se presentaría entonces como terreno idóneo para realizar las más riesgosas expediciones. Superado el conflicto de escala descubriríamos que dentro de cada fracción del mundo existen otros mundos. Y como prueba de ello, aquí les dejo la exploración de un apio y una fresa abordados con distintas técnicas y aumentos.
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