En el cuerpo humano la anormalidad se destaca por principio. Al menos en términos fisonómicos, todo aquello que sobresale marcadamente del bauplan habitual para la especie resulta notorio. Somos seres compuestos por generalidades: cuatro apéndices que se disparan de un tórax coronado por una cabeza sobre la que se esgrime un rostro con dos ojos, dos orejas, una nariz y una boca proporcionados con respecto a la media. Cualquier modificación individual apela inevitablemente a nuestra atención; lo amorfo, lo duplicado, lo faltante; lo especialmente grande, lo inusualmente pequeño y lo característicamente único son factores que, sin tener por qué conllevar un juicio de valor dado o una carga moral predeterminada, despiertan nuestra inquietud.
Las deformidades congénitas se perfilan, sin lugar a dudas, como uno de los aspectos más llamativos dentro de las posibilidades humanas. Dado que los integrantes de la estirpe del Homo sapiens fraguamos un gremio que siente especial fascinación por aquellos de sus congéneres que no son completamente iguales al resto, nos guste aceptarlo o no, las particularidades anatómicas que se presentan solamente en una pequeña fracción de la población despiertan nuestro interés. Es un aspecto inherente a nuestra naturaleza que por si mismo nada tiene que ver con el morbo, con el fetiche, ni con ningún otro constructo de carácter social.
Ensamblar un cuerpo humano desde cero es un artificio de complejidad extrema. Requiere de una cantidad de procesos fisiológicos tan intrincados y precisos que bien podría figurar como una proeza prácticamente inasequible. Mezcla de gametos, decodificación y traducción genética, multiplicación y diferenciación celular, trascripción proteica, síntesis de aminoácidos, morfogénesis, configuración de tejidos y órganos, y ese exquicito toque neurologico que da lugar a la conciencia. Todo ajustándose a un plan general —con el instructivo primordial del ADN marcando la pauta— y bajo un calendario sumamente estricto de tiempos de entrega. Sin olvidar que en estos menesteres el orden de los factores sí altera el producto y que un traspié cualquiera en la línea de producción conllevará a repercusiones funestas.
Sin embrago, por descabellado que pudiera llegar a parecer, en la naturaleza se trata de un proceso cotidiano. Para las fuerzas que operan en las ramas moleculares de la biología, armar el rompecabezas del millón de pasos metabólicos indispensables para conformar a un ser humano, no representa mayor esfuerzo. No por nada somos más de siete mil millones de individuos y contando.
No obstante, como sería de esperarse, siempre habrá algunos casos en los que no todo fluya de acuerdo a la norma. Errores puntuales —algunos hereditarios, otros casuales— que alteran la ontogenia y desatan el caos en el sistema orgánico. Malformaciones, falta de miembros, duplicaciones inusuales, exceso de materiales corporales. Cíclopes, sirenoides y niños cangrejo. Desde la mujer de las dos cabezas del Orinoco, hasta el hombre árbol de Indonesia. Hermanos siameses, macrocefálicos y gemelos enquistados. Historias de vida singulares, particularidades anatómicas desconcertantes. Existencias marcadas por el reto diario que, aún hoy en día, conlleva la deformidad anatómica.
La primera reacción que se esboza ante lo poco usual generalmente implica sorpresa, misma que pronto se transforma en impresión y es entonces que se estimula la curiosidad. ¿Cómo transcurre el día a día del hombre con dos rostros? ¿Qué siente la niña en cada uno de sus cuatro brazos? ¿Le duelen las articulaciones al gigante? ¿Cómo son las relaciones amorosas de las hermanas siamesas? En esencia, esta ansia de conocimiento sobre la experiencia ajena, no es insana o negativa, sino completamente normal. En especial cuando aquella experiencia dista tanto de la propia. El problema surge cuando a la atracción que sentimos por lo biológicamente excéntrico se le otorga una connotación poco favorable, pero eso ya es responsabilidad de cada quien.
A lo largo de la historia las rarezas anatómicas han sido integradas de formas diametralmente opuestas por las distintas sociedades. Los aztecas, mayas y demás culturas mesoamericanas, por ejemplo, consideraban la deformidad como un rasgo propio de seres mágicos. En la cosmovisión particular de los hijos del maíz, aquellos atributos fisonómicos que se diferenciaban marcadamente del resto de la población, lejos de encerrar tragedia, conferían una condición que enaltecía a la persona que los encarnaba, pues demostraban que los dioses habían puesto especial atención en dicho individuo y que, por ende, era más importante que sus hermanos.
Del otro lado del Atlántico, sin embargo, las malformaciones se interpretaban de manera contrastante. En el mundo occidental medieval, poseer un físico diferente significaba que los dioses te habían olvidado y las desfiguraciones de nacimiento eran vistas como elemento de vergüenza, cuando no como obra directamente del diablo. Un enano en la Francia de Enrique VIII podía aspirar, en el mejor de los casos, a fungir como bufón; mientras que el mismo enano, en el Palenque de Pakal, habría sido otorgado con un título de nobleza y probablemente elevado a consejero de la corte.
Quizás más intrigante que la forma en la que se ha manifestado la aceptación o el rechazo de lo inusual anatómicamente hablando en las diversas culturas, es la fuerte influencia que ha desempeñado la deformidad humana con respecto al panteón de deidades. Porque recordemos que los dioses no fueron los que nos dieron forma, sino que más bien sucedió de manera inversa.
Lakshmi Tatama, una niña hindú nacida en 2005 con cuatro brazos y cuatro piernas, puso sobre la mesa el posible origen de Shiva y sus semejantes. No importa que tan extremo pueda llagar a parecer el aspecto de un ser antropomórfico en la mitología antigua, en el mundo real podemos encontrar, si no a su par idéntico, por lo menos a la semilla que catalizó que la imaginación se desbordara. No es necesario remitirse a un mundo fantástico para hallar cíclopes o sirenas, seres con dos caras u hombres árbol. En menesteres de genética humana, los gigantes y las personas cubiertas en su totalidad por pelo son cuestión cotidiana.
Sin duda la relación entre la sociedad y las deformidades alcanzó su grado más cuestionable en la frontera entre el siglo diecinueve y principios del veinte. La época dorada de los freak shows marcó una era en la que las malformaciones eran expuestas para entretener a las masas y lucrar con ello. Si bien es cierto que algunas personas con peculiaridades anatómicas resultaron de alguna manera beneficiadas por este protagonismo dentro de los espectáculos de variedades, en ciertas instancias alcanzando el grado de super estrellas, la realidad es que la aproximación siempre fue desde la explotación y la burla, y los que realmente se forraron de billetes no fueron precisamente aquellos que estaban sobre el escenario.
Quizás la pregunta interesante no subyace en el funcionamiento del circo sino en la psique de la audiencia. ¿Por qué pagar por ver a humanos diferentes? De alguna manera la respuesta se remonta al principio de este texto y ha encontrado resonancia a través de los siglos.
Pedro el Grande fundó en 1714 el museo Kunstkamera de San Petesburgo, el primer museo público del que se tanga registro. Esta arca del saber antropológico, etnográfico y naturalista —aún abierta en la actualidad, por cierto—, incluía entre sus muchos atractivos a un enano, un gigante y un microcéfalo vivos. Asalariados por el gobierno, estos personajes no desempeñaban únicamente una labor de exhibición voyerista, sino de interacción humana. En la visión del gran zar ruso, si el público tenía la oportunidad de relacionarse de primera mano con todo aquello que les parecía extravagante o resultaba como sustrato para enarbolar creencias populares infames y mitos sin fundamento, se romperían varios estigmas sociales y de paso los tabúes generados por ellos.
La discusión sobre el carácter ético de los freak shows no tiene mucho sentido. Todos estamos de acuerdo en que resulta francamente despectivo utilizar la deformidad para el entretenimiento de las masas. Basta remitirnos a obras como el Hombre Elefante de David Lynch (1980) u Others de James Herbert (1999), para atestiguar las bajezas involucradas en dicho contexto. Pero quizás sea Freaks de 1932 la pieza más emblemática al respecto. El clásico cinematográfico de Tod Browing no se centra en la explotación, sino en la vida cotidiana de sus personajes. Explora el mundo del espectáculo de curiosidades agregando un carácter plenamente humano: el transcurrir del día a día de aquellos que se perciben como diferentes.
Se nos invita a observar las actividades diarias de este microuniverso comunitario donde suceden los mismos eventos que en cualquier otro: la gente lava su ropa, forja cigarros, convive, bromea, celebra, se embriaga, se enamora, se traiciona, tiene bebes, etc. Con lo cuál se nos recuerda que la “normalidad” no depende del aspecto corporal. Haciendo especial énfasis en que las personas con rarezas anatómicas no son monstruos, noción imperante en los años treinta, la trama se desenvuelve llevando la cuestión hasta sus últimas consecuencias y demuestra que lo verdaderamente monstruoso puede ser albergado por individuos, según los cánones clásicos, de belleza física notable .
Pero el final de los circos de fenómenos no significó la superación social del conflicto. Lejos de ello. Aunque es completamente cierto que la desigualdad fisonómica de ninguna manera debe ser reducida a una cuestión meramente de espectáculo, tampoco resulta sano caer en el extremo opuesto. La censura total que se vive hoy en día de la aparición de la desfiguración humana ante el público, revela que el estigma persiste. El código de conducta ha cambiado, de eso no hay duda, ¿pero realmente la negación es tan distante de la señalización? Pareciera que actualmente el asunto se aborda desde la indiferencia forzada; comandados bajo lo que supuestamente es políticamente correcto, desviamos la mirada y nos ahorramos una confrontación para la que no nos sentimos mentalmente preparados.
El reciente auge del género documental ha permitido una aproximación a la deformidad que resulta menos desconcertante en términos morales. Películas como Nacido Sin (2007), Last American Freak Show (2008), Chuy el hombre lobo (2014) y algunas series de la BBC, National Geographic y Discovery Chanel, pensemos en aquel conocido programa sobre la adolcente de dos cabezas, nos brindan la posibilidad de acceso a las vidas de aquellos marcados por un aspecto extremo y conocer su historia particular por medio de sus propias palabras.
Cerremos por ahora, sin de manera alguna dar por concluido el debate —al contario, si acaso, la finalidad de este breve ensayo es volver a poner el tema sobre la mesa—, y decretemos que la imperfección es tan digan de ser retratada como lo es la belleza, citando aquella memorable secuencia de la película de Browing en la que los Freaks le cantan al personaje físicamente típico (para evitar utilizar el término normal, pues en este caso la cuestión de la normalidad es yuxtapuesta): “we acept her one of us, we acept her one of us…” Queda abierto a cada uno de nosotros cómo responder a esta invitación.
Las imágenes que acompañan a este ensayo corresponden a la serie Retratos Imperfectos de la artista española Ana J. Bellido. Partiendo de fotografías antiguas, que en su mayoría pertenecen a la época en la cual la deformidad humana era explotada comercialmente, la artista hace una reinterpretación plástica de los personajes históricos, con la intención de revalorar a las personas capturadas dentro del fotograma. A través del cambio de medio de representación, de la foto a la ilustración, se busca eliminar la aproximación morbosa y publicitaria responsable de la imagen original y devolver el lugar merecido a sus protagonistas.
Para conocer las historias de algunos de estos peculiares personajes se puede consultar la serie de ensayos que he elaborado para Pijama Surf:
Edward Mordake: el delirio del hombre de las dos caras
Las aventuras de Pascual Piñón, el mexicano de dos cabezas
Lobster boy, la sórdida y desquiciada saga del hombre con manos de cangrejo
3 Comentarios
Siempre es un placer leerte y conocer más de la inmensa diversidad de seres que habitamos esta tierra.
Ensayo impecable por su naturaleza humana. Su lectura nos abre la ventana a una perspectiva nueva ante lo diferente.
Da gusto leer el planteamiento que haces de lo diferente, nos falta mucho para asumir y aceptar que todos somos diferentes y discapacitados. Los dibujos geniales