Las orugas son insectos inmaduros que dedican la mayor parte de su tiempo a comer para crecer. Cuando terminan de acumular recursos quedan bastante gordas y hacen una crisálida, que es una especie de “sarcófago”, el cual habitan hasta que se convierten en adultos. Es una transformación drástica y delicada porque los tejidos que formaban a la oruga se disuelven y se reacomodan para formar un ser muy distinto con alas, antenas y patas. Todas las orugas hacen crisálidas, algunas se convierten en mariposas y otras en palomillas, según la especie a la que pertenezcan.
Las palomillas invernales son originarias de los bosques de Europa y se llaman así porque se reproducen en invierno. Las crisálidas pasan el otoño enterradas a los pies de los encinos hasta que baja la temperatura. Cuando llega el invierno, las palomillas están listas para salir de la tierra. Los machos son esbeltos, al emerger tienen las alas arrugadas y necesitan unos minutos para expandirlas antes de volar. Las hembras no pueden volar porque son gordas y tienen unas alas diminutas y atrofiadas que nunca se expanden.
Las palomillas salen de sus crisálidas al atardecer. Las hembras caminan al encino más cercano y lo trepan. Mientras suben van dejando un rastro aromático que los machos detectan y siguen hasta encontrarse con ellas. Las parejas trepan juntas y son los machos los que buscan el primer contacto. La cópula dura varias horas y las parejas no dejan de trepar mientras copulan. Es un apareamiento dinámico que termina ya entrada la noche, en las ramas altas de los encinos. Algunas veces otros machos tratan de interrumpirlos y “quedarse” con la hembra, pero pocas veces tienen éxito porque las parejas se acoplan con fuerza.
Aunque la mayor parte de las hembras se aparea en una sola ocasión, existen unas pocas que lo hacen hasta tres veces. Al terminar la cópula los machos vuelan hacia abajo en busca de otra hembra con la cual subirán el encino otra vez. Ellos pueden aparearse hasta siete veces. Las hembras más grandes son las que ponen más huevos y cuando los machos pueden elegir, prefieren a las más gordas.
En invierno los encinos europeos no tienen hojas, sino unos botones abultados de los que saldrán las hojas la siguiente primavera. Es ahí donde las hembras ponen sus huevos, para que cuando las orugas recién nacidas salgan, encuentren follaje tierno para alimentarse. No todas las madres son tan consideradas, así que es común encontrar huevos en la corteza de los árboles y hasta en los líquenes. En condiciones ideales las orugas saldrían de los huevos en la primavera, al mismo tiempo que las hojas de los árboles empiezan a crecer, pero no se puede confiar en los encinos. Son árboles muy variables y difíciles de predecir, por eso es común que las orugas salgan antes de que las hojas se expandan. En estos casos, cuando las orugas no encuentran comida en su árbol natal, tienen un último recurso para no de morir de hambre: tejen su propio paracaídas de seda y se van planeando. Las orugas que optan por volar son arrastradas por corrientes de aire y no pueden decidir a dónde ir ni dónde van a aterrizar, por eso algunas terminan en lagos o charcos, mientras que otras tienen suerte y aterrizan en árboles llenos de hojas tiernas para comer.
Los años cálidos, en los que la primavera se adelanta, son los más peligrosos para las orugas recién nacidas. Igual que muchos insectos, las palomillas invernales deciden sus actividades de acuerdo con la temperatura, así que cuando los inviernos son tibios y las primaveras calientes, salen antes de que los encinos produzcan sus primeros brotes. Los encinos no se adelantan porque ellos se guían por la duración del día y la noche, que no cambia con las condiciones meteorológicas. En los años en que escasea su alimento muchas orugas mueren y sólo algunas logran crecer. A su vez, la disminución en la población de orugas afecta a otras especies, porque animales como avispas, arañas y aves se alimentan de ellas. Los carboneros, por ejemplo, son unas aves pequeñas y de pecho amarillo que anidan en la primavera y tienen a sus polluelos cuando las orugas de la palomilla invernal son grandes y abundantes.
Las orugas que se salvan, esas que encontraron comida y no fueron devoradas, finalmente se sacian en algún momento del verano y bajan de los encinos a la tierra. Cavan un hoyo y se convierten en crisálida, en la que se disuelven para luego transformarse en adultos. Las crisálidas enterradas están a salvo de las aves, pero no de musarañas, ratones y topos, que las encuentran y se las comen.
Me gusta pensar en las crisálidas como chocolates rellenos, al principio están rellenos de oruga, después de un líquido de oruga derretida y al final de palomilla acurrucada, que espera el invierno con las alas dobladas.
Epílogo: el nombre científico de la palomilla invernal es Operophtera brumata (Geometridae). A pesar de todos los peligros que enfrenta a lo largo de su vida, esta especie tiene poblaciones muy abundantes y exitosas. Actualmente es considerada un plaga en el norte de América, donde fue introducida accidentalmente.
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