¡Ah qué científicos tan metafóricos!
Los científicos también son seres humanos, de eso no hay duda. Poco a poco se ha conseguido romper con el mito del científico como un ser superdotado encerrado en un laboratorio que, gracias a su inmensa inteligencia, puede despojar a la naturaleza de todos sus secretos.
Hoy en día, por lo general, los científicos se reconocen como partícipes de un oficio más. Podemos observar, por ejemplo, a un físico atrapado en el tráfico a las siete de la mañana en camino a su trabajo, ir con sus hijos a pasar un rato agradable en el parque e incluso ponerse una tremenda borrachera un sábado por la noche.
El lenguaje técnico y especializado que utilizan los investigadores científicos está diseñado para comunicar a los pares (es decir, a otros investigadores) los detalles de un experimento u observación. Si se leen los títulos de algunos artículos publicados en revistas especializadas, podemos encontrar ejemplos como “Secuenciación del genoma del adenovirus 5” o “El análisis del sistema exoplanetario 55 Cancri y la ley de Titius-Bode”. El primer caso está dirigido a la comunidad de genetistas; el segundo a la comunidad astronómica. ¿Qué es el genoma? ¿Qué es un adenovirus? ¿Qué es un virus? ¿Qué es un exoplaneta? ¿Quiénes fueron Titius y Bode? ¿Qué es una ley? El lenguaje científico, por lo regular, no ofrece concesiones al público que no ha estudiado una carrera científica. Esta barrera lingüística y conceptual sin duda refuerza la noción de que los científicos viven aislados en su torre de marfil.
Sin embargo, los científicos, como personas comunes y corrientes que son, utilizan el lenguaje coloquial que todos empleamos para entendernos. Fuera de los textos especializados cuyo lenguaje técnico es de vital importancia para comunicarse con su comunidad, ellos también dicen groserías. ¿Qué no salió el experimento? Se puede escuchar a lo lejos un exabrupto dirigido a los dioses del Olimpo; ¿que un estudiante echó a perder una muestra? No faltará algún berrinche en el que se dude de la habilidad de los futuros científicos. Palabras y frases del día a día como “no mames”, “güey” o “¡ah chingá!” no pueden faltar en el vocabulario de cualquier docto académico.
Y así como los investigadores científicos utilizan frases comunes, también acuden a un recurso lingüístico que está muy insertado en nuestra habla cotidiana pero que pocas veces percibimos: las metáforas.
La metáfora también puede ser entendida como un proceso mental en el que podemos comprender un dominio destino en términos de un dominio origen, es decir, podemos comprender ciertas ideas en cierto grupo de palabras utilizando términos provenientes de otros grupos. En la frase “La luna es de plata”, el dominio destino “luna” será comprendido con el dominio origen “plata”: se utiliza una de las propiedades de un metal para conocer una propiedad del satélite natural de la Tierra.
También hay que señalar que toda metáfora es falsa si se toma de forma literal, y sólo puede ser entendida en un sentido figurado.
Si decimos “el cabello de esa niña es de oro”, pese a que la oración es literalmente falsa, seguramente la gran mayoría entenderá que la pequeña es rubia y nadie irá a revisar su cabello para comprobar si en realidad está hecho de oro puro.
Utilizamos metáforas todo el tiempo. “Tengo tanta hambre que me comería una ballena”, “eres la muralla de mis ilusiones”, “mi padre es un sol”, “mi maestro es un baúl lleno de sorpresas”, etc.
Las metáforas pueden ser entendidas por todos nosotros, excepto quienes padecen Síndrome de Asperger. Considerado como una forma de autismo, quienes padecen de este síndrome presentan serias dificultades para la interacción social o para comunicarse. Uno de los principales síntomas de este síndrome es que se presentan problemas para entender el sarcasmo e incluso se toman las metáforas de forma literal. A veces utilizan metáforas que sólo tienen sentido para ellos mismos.
No está de más comentar que las personas que presentan el cuadro fisiológico conocido como Sinestesia viven literalmente las metáforas. Los sinestésicos tienen la capacidad de percibir diversas sensaciones a través de sus sentidos. Una persona con esta condición puede “saborear el tacto”, “ver la música”, “escuchar los colores”, etc.
Si bien la metáfora se utiliza como expresión habitual en el habla cotidiana o en la literatura como un recurso artístico, su uso en el lenguaje científico también es común. Al referirse a los fenómenos naturales, los investigadores emplean constantemente las metáforas para generar atajos lingüísticos o conceptuales para comprender lo que se estudia, tanto para comunicarse con el público en general como para explicar fenómenos entre ellos. Cuando nos dicen que en el centro de la galaxia hay un “hoyo negro”, no es que haya una concavidad como tal en el núcleo galáctico, sino que es una forma de referirse a un objeto cuya masa es tan grande que produce un fuerte campo gravitacional del que ni la luz puede escapar.
Cuando los científicos hablan de la “corriente eléctrica” utilizan otra metáfora que seguramente todos hemos escuchado desde la escuela secundaria. Hacer de cuenta que la electricidad es una especie de fluido nos permite comprender mejor este fenómeno en el que se desplazan los electrones a través de un medio conductor.
Cuando decimos “el cerebro es un procesador”, usamos una metáfora para comprender los procesos de codificación y almacenamiento de la información que ocurren en el cerebro humano. El lenguaje informático resulta útil, ya que podemos obtener una idea más clara de lo que ocurre en nuestra cabeza si hacemos de cuenta que es una computadora.
La filósofa de la ciencia Daniela M. Bailer Jones afirma que los modelos científicos son estrategias cognitivas que los investigadores utilizan para interpretar los fenómenos naturales; dichos fenómenos incluyen objetos (una planta, el agua o un volcán) y procesos (el ciclo del agua o el metabolismo). En este sentido, los modelos incluyen diagramas, textos, gráficas, ecuaciones, etc. De acuerdo con Bailer Jones, los modelos científicos también son metáforas, ya que requieren de un uso creativo del lenguaje para interpretar un fenómeno natural y, de la misma forma, facilitan el acceso y permiten formular descripciones del mismo.
Este recurso comunicativo también fluye en ambas direcciones. Aunque pueda resultar sorpresivo, en nuestras metáforas del habla cotidiana también hay referencias al conocimiento científico.
Cuando una chica ha pasado varias tardes apasionadas con el galán, puede contarles a sus amigas que el chico es electrizante. Todo mundo sabe lo que se siente cuando algún cable nos da toques. Los besos y las caricias de su pareja habrán prendido tanto a la chica que prácticamente habrá sentido una descarga eléctrica. Cuando se dice que la chica “se prende”, también se está usando una metáfora: la expresión da a entender que a los chicos se les ha despertado la pasión: ellos serían una especie de aparato eléctrico que puede ser encendido y apagado.
Continuando con los ejemplos relacionados a la pasión sexual es común escuchar que a los adolescentes “se les aloca la hormona”. Las hormonas son proteínas secretadas por glándulas que dirigen ciertas funciones en las células. Las feromonas son un ejemplo de estas biomoléculas: su función consiste tanto en provocar cambios en el comportamiento de las personas como permitir que muchos organismos de la misma especie puedan reconocerse entre sí. Muchas hormonas están encargadas del despertar sexual (una etapa que ocurre en la adolescencia), por lo que al decir que a los chicos se les alocan las hormonas se hace referencia a estas moléculas como factores involucrados en los arranques de pasión con la pareja.
Las metáforas forman parte fundamental de nuestro lenguaje, y los científicos, al igual que nosotros, las utilizan todo el tiempo. Sin embargo, hay que señalar que este recurso lingüístico adquiere vida propia, produce nuevos significados, moldea, constriñe y abre paso a nuevas expresiones que se insertarán en el lenguaje. En el enunciado “muero de hambre” se da a entender que tenemos mucha hambre, mas esto no quiere decir que nos estemos muriendo. Aún así, se entiende su significado y su uso forma parte del habla cotidiana desde hace mucho tiempo.
Así como los científicos crean metáforas para poder explicar las teorías a sus colegas y al público en general, no está de más decir que ellos construyen el conocimiento en sus laboratorios, en el pizarrón de sus oficinas o en programas informáticos. Ellos negocian con sus colegas sobre el significado de alguna observación o resultado. También debaten e inclusive arman grandes controversias en las que participan dos o más bandos. El objetivo es tratar de convencer a la comunidad científica de que la explicación de un bando sobre algún fenómeno natural es la correcta.
La ciencia que se reporta en los artículos científicos pasa por varios filtros en los que se procesa y verifica hasta llegar al resultado final: el texto científico. Pero no es común que los científicos nos hablen de esos filtros y nos cuenten que la ciencia se construye a partir de discusiones entre investigadores, pérdida y recuperación de muestras, errores y correcciones en cálculos, solicitud de fondos para la investigación, etc.
El lado humano de los científicos, el trabajo que realizan, el lenguaje que utilizan, así como los obstáculos a los que se enfrentan son algunos de los intereses que le gustaría al autor abordar en esta columna. Si ustedes gustan, queridos lectores, podemos dar un pequeño paseo y echar algunos vistazos a los lugares de trabajo y a las formas en que se crea la ciencia.
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