Antes de que se conociera que la tuberculosis (TB) era una enfermedad contagiosa, era un padecimiento romantizado e incluso añorado en la sociedad del siglo XIX. Hoy en día, una cuarta parte de la población mundial está infectada con la bacteria causante de esta enfermedad, muchos de ellos sin saberlo. Nuestro sistema inmunológico, que debería encargarse de eliminar la infección, es aprovechado por la bacteria para esconderse en nuestro cuerpo. Allí permanece silenciosa, aguardando pacientemente las condiciones ideales para reproducirse y buscar otro huésped para habitar. Por Tania Rivera Hernández y María Guadalupe García Valeriano[i]
No es algo menos, después de todo, esta enfermedad, que parecía estar bajo control en los años 70s, ha regresado con mayor fuerza, y en la actualidad mata alrededor de un millón de personas cada año, siendo los más afectados aquellos que, por vivir en el olvido, no pueden recibir un diagnóstico adecuado y tratamiento oportuno. De la mano de este abandono, se está incubando una crisis con potencial catastrófico con el surgimiento de bacterias multi y extremadamente resistentes a antibióticos, para las cuales las opciones de tratamiento son cada vez menos.
Pese a su enorme impacto en salud pública, la mayoría de la población la percibe como un problema del pasado, algo casi inexistente, pero que sin duda alguna sigue al acecho pasando desapercibida.
En el siglo XIX, la TB era conocida como “consunción” debido a que provocaba que los enfermos fueran apagándose poco a poco, consumiéndose lentamente ante el misterioso padecimiento el cual estaban destinados a sufrir. La consunción provocaba un aspecto característico: piel pálida, labios y mejillas enrojecidas por la fiebre, y pérdida de peso considerable; esta apariencia se consolidó como un ideal de belleza de aquella época, sobre todo entre las mujeres.
Escritores y artistas idealizaban esta sentencia de muerte que lentamente los consumía, y la cual pensaban dejaba expuesta su esencia y estimulaba el instinto creativo. Para muchos, padecer consunción representaba adquirir una conciencia superior, una vez que se confrontaba a la muerte de manera inevitable.
Esta romantización dio un giro antagónico en el momento en que se descubrió que la consunción, ahora denominada TB, era en realidad una enfermedad infecciosa y por tanto contagiosa. En 1882 Robert Koch, un microbiólogo alemán, identificó que un bacilo al que nombró Mycobacterium tuberculosis, era el responsable de causar la enfermedad. A partir de este momento la añoranza se tornó en repudio y la actitud de la sociedad ante este mal cambió radicalmente, pero al mismo tiempo, se abrió la posibilidad de algún día contar con una cura o una vacuna.
Albert Calmette y Camille Guérin, ambos científicos franceses del Instituto Pasteur, se embarcaron en una larga y meticulosa investigación para el desarrollo de una vacuna atenuada contra la bacteria causante de la TB. Usando una bacteria similar, Mycobacterium bovis proveniente de las vacas, realizaron el proceso de atenuación creciendo la bacteria en rodajas de papa cocidas en bilis bovina.
Después de 13 años y de cultivar la bacteria sucesivamente por 230 veces, finalmente lograron obtener una cepa atenuada que al inocularse en animales les otorgaba inmunidad contra la TB. Así nació en 1921 el Bacilo de Calmette-Guérin, la primera vacuna contra la TB, mejor conocida como BCG.
Los primeros resultados fueron prometedores especialmente en niños, en quienes la vacuna mostró ser eficaz en la prevención de formas graves de TB, como la meningitis tuberculosa que se presenta cuando la bacteria invade el cerebro. Para 1924, Calmette presentaba ante la Academia de Medicina de Francia un futuro alentador: la vacuna había reducido la mortalidad infantil por TB de un 30% a solo un 2%.
Hasta el día de hoy y a lo largo de un siglo, más de 4 mil millones de personas han sido inmunizadas con la BCG, especialmente en países donde se considera como una enfermedad endémica. Si bien la vacuna ha salvado millones de vidas y es reconocida por su bajo costo y alto perfil de seguridad, también presenta una limitación muy importante: no es efectiva para prevenir la TB pulmonar, el tipo de infección más común, y por tanto, la que afecta a más personas alrededor del mundo.
En el frente de los tratamientos la primera esperanza llegó en 1943 con el descubrimiento de la estreptomicina, un antibiótico capaz de combatir a la bacteria. De pronto, la TB ya no representaba una sentencia de muerte y se volvió una enfermedad curable.
Desafortunadamente y debido a la habilidad de la bacteria para esconderse dentro del cuerpo, los tratamientos requieren esquemas prolongados para asegurar que todas las bacterias sean eliminadas. Como consecuencia, muchos pacientes terminan de manera prematura el tratamiento, propiciando que la bacteria desarrolle resistencia a los fármacos. Esto ocurrió en 1944, apenas un año después de la introducción de la estreptomicina, y desde entonces ha sido un patrón recurrente con todos los antibióticos implementados para tratar la TB.
Hoy en día alrededor de medio millón de personas al año son infectadas por cepas de TB multi y extremadamente resistentes a antibióticos. Estos pacientes, enfrentan largos y tediosos tratamientos que involucran una gran cantidad de cápsulas y pastillas, algunas con el potencial de causar efectos secundarios serios y devastadores, como la sordera.
Afortunadamente, se han desarrollado tratamientos más cortos y eficientes. Sin embargo, uno de los obstáculos más grandes es que dichos tratamientos lleguen a quienes más los necesitan. A pesar de la constante evolución de la bacteria, hoy en día la TB es una enfermedad curable, siempre y cuando se tenga un diagnóstico preciso y oportuno.
Es aquí donde existe otro gran problema, ya que las pruebas diagnósticas disponibles están lejos de ser ideales. Existen dos tipos de pruebas principales: la prueba cutánea de la tuberculina y la prueba de sangre. Ambas pruebas miden la reacción del sistema inmune ante componentes de la bacteria; una respuesta positiva indica que nuestro cuerpo ha estado expuesto al bacilo y por tanto sugiere una infección.
Estas pruebas sirven para detectar infecciones latentes, sin embargo, son altamente costosas y por ende no son accesibles en los lugares donde la enfermedad es más común. Confirmar el diagnóstico suele requerir pruebas adicionales, como radiografías de tórax o cultivos de esputo, pero estas también presentan complicaciones técnicas y de infraestructura.
En 2022, se estimó que 3.1 millones de personas con TB no fueron diagnosticadas y, como consecuencia, no fueron tratadas a tiempo; dichos “pacientes perdidos” suelen ser los más vulnerables, quienes a menudo no tienen acceso adecuado a atención médica.
Y aquí es que la cosa se pone insólita, pues para abordar el problema en África se ha encontrado un aliado insospechado y poco ortodoxo; se trata de ratas gigantes africanas (Cricetomys ansorgei) entrenadas específicamente para detectar la TB en muestras de esputo humano. El secreto del éxito de las denominadas HeroRATs radica en su capacidad para detectar compuestos orgánicos volátiles (VOC) liberados por la bacteria.
Aunque aún no se ha identificado un compuesto específico, estas ratas reconocen combinaciones de VOCs que forman un perfil olfativo confiable, sin confundirlo con otras bacterias similares. Esta precisión permite salvar vidas, especialmente en pacientes difíciles de diagnosticar mediante técnicas convencionales.
Ahora bien, las HeroRATs por sí solas no son una alternativa de diagnóstico. La estrategia ha sido incorporarlas al proceso de detección y confirmación de casos de TB con la finalidad de detectar aquellos casos que no fueron diagnosticados por las técnicas convencionales de microscopía.
Tales roedores participan en clínicas de al menos 3 países africanos, donde su capacidad para detectar TB complementa otras pruebas diagnósticas. Su uso ha incrementado la detección de casos de TB hasta en un 40%, abriendo la posibilidad de brindar tratamiento a pacientes que, de otro modo, no habrían sido diagnosticados a tiempo. Lo cual no solo asegura un tratamiento oportuno, sino que también interrumpe la cadena de contagio.
La complejidad de la prevención, el diagnóstico y el tratamiento de la TB han creado la tormenta perfecta en la que estamos atrapados. Como si no fuera suficiente con el padecimiento, nuestra propia indiferencia aviva la gravedad del problema. Aunque los esfuerzos para desarrollar una nueva vacuna eficaz contra la TB pulmonar nunca se han detenido, la inversión destinada a este objetivo ha sido notablemente baja en comparación con otras enfermedades.
¿Cómo podemos justificar que la enfermedad bacteriana que más vidas humanas cobra cada año no reciba los fondos necesarios para obtener una mejor vacuna? La respuesta es simple, la mayoría de los afectados son personas que viven en condiciones de pobreza, principalmente en países del llamado El Sur Global, regiones de bajos y medianos recursos que no son considerados una “prioridad”. Como resultado de esta falta de atención, el progreso en el desarrollo de una nueva vacuna ha sido alarmantemente lento.
A pesar de ello, este año arrancó un estudio clínico en fase 3, la etapa final en el desarrollo de vacunas. La vacuna candidata ha mostrado resultados alentadores en prevenir la activación de la TB latente, lo que abre la posibilidad de vacunar a las personas que ya están infectadas con la bacteria de forma silenciosa. Se espera que la vacunación no sólo prevenga casos activos de la enfermedad, reduciendo muertes y contagios, sino que también limite el uso de antibióticos en estos pacientes. Es aquí cuando se vuelve evidente el gran beneficio que pueden tener las vacunas en la lucha contra la crisis de resistencia antimicrobiana que se agrava día a día.
Debemos estar conscientes de que el estudio de esta potencial nueva vacuna tardará al menos 5 años en concluirse, así que los esfuerzos en detección y tratamiento oportuno deben seguir siendo impulsados. Cada 24 de marzo, el mundo se une para celebrar el Día Mundial contra la TB, esta fecha no solo marca un momento de reflexión, sino que también nos recuerda la importancia de combatir una enfermedad que sigue afectando a millones de personas en todo el planeta.
La TB ya no es solo un problema de salud pública; es una responsabilidad que compartimos colectivamente. No podemos permitir que millones de personas sigan sufriendo por una enfermedad curable, mientras la indiferencia nos convierte en espectadores cómplices de esta tragedia.
Es fundamental enfocarnos en las poblaciones más vulnerables y marginadas, ya que esta lucha debe incluir y escuchar a quienes están en mayor riesgo de infección y enfermedad. Esto implica asegurar que tengan acceso a la prevención y al tratamiento, y que sus voces sean escuchadas en el proceso de investigación y desarrollo de nuevas soluciones. Debemos abordar las barreras sociales, políticas y económicas que impiden que estas comunidades accedan a los servicios que necesitan.
Nuestra larga relación con la TB ha sido por demás complicada. Más allá de todos los terribles síntomas que esta enfermedad puede ocasionar,la TB parece ser muy buena para acentuar la hipocresía humana. En algún momento de nuestra historia se convirtió en un mal añorado, para después ser repudiado, y actualmente simplemente ignorado.
Literatura consultada
- Krishnan, Vidya (2022). Phantom plague. How tuberculosis shaped history. (PublicAffairs).
- WHO (2024). Tuberculosis. https://www.who.int//news-room/fact-sheets/detail/tuberculosis/?gad_source=1&gclid=CjwKCAjwpbi4BhByEiwAMC8JnVZXwwH6f1OwxKYxDSKkuuKI1iX-RsJ-ISzrAF2MOPhQp7pEw91ujhoCqccQAvD_BwE.
- KNCV Tuberculosis Foundation (2019). FDA approval of BPaL regimen an important breakthrough in TB control. https://www.kncvtbc.org/en/2019/08/14/fda-approval-of-bpal-regimen-an-important-breakthrough-in-tb-control/.
- Fiebig, L., Beyene, N., Burny, R., Fast, C.D., Cox, C., and Mgode, G.F. (2020). From pests to tests: training rats to diagnose tuberculosis. Eur. Respir. J. 55, 1902243.
- Burki, T. (2024). Pivotal tuberculosis vaccine trial begins. Lancet 403, 1125.
[i] Tania Rivera Hernández (1984) es Ingeniera en Biotecnología del Poli y Doctora en Ciencias por la Universidad de Queensland. Forma parte del programa Investigadorxs por México y hace proyectos de desarrollo de vacunas en el Instituto Mexicano del Seguro Social. Desde temprano en la carrera sintió fascinación por las vacunas, algo que sigue muy vigente muchos años después. Disfruta mucho la literatura infantil, la música, andar en bici y aprender sobre insectos y otros bichos.
María Guadalupe García Valeriano (1996) es bióloga por la UNAM y actualmente cursa una maestría en Ciencia y Tecnología de Vacunas y Bioterapéuticos en el IPN. Su investigación se centra en desarrollar una vacuna contra la salmonelosis no tifoídica, abordando el desafío crítico de la resistencia a los antibióticos. En 2022, realizó una estancia en el Institute of Immunology and Immunotherapy de la Universidad de Birmingham, donde estudió las propiedades adyuvantes de las porinas de Salmonella. Además, María es miembro activo de la Sección Estudiantil de Divulgación de Inmunología en la UNAM. En su tiempo libre, disfruta del fútbol y de asistir a conciertos.
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