Se ha vuelto tan previsible como la respuesta de un perro de Pavlov: cuando alguien menciona la verdad, alguien más dice “es relativa”. El problema de estos reflejos mentales condicionados, es que son automáticos y no permiten reflexionar sobre su contenido. Seguramente por eso es que casi nadie nota que ‘La verdad es relativa’ es una oración evidentemente problemática.
El problema más obvio es que el predicado está incompleto. Siempre que se predica una relación, es indispensable que sea claro cuáles son los entes relacionados. Por ejemplo si alguien dice “Roberto es hermano” uno quiere preguntar ¿Roberto es hermano de quién? A veces podemos deducir del contexto los términos relacionados y no es necesario especificarlos, pero en una oración general y abstracta, dejar suelta la relación no tiene sentido. Lo primero que deberíamos preguntar al oír ‘La verdad es relativa’ es ¿la verdad es relativa a qué?
Pero un problema quizás aún más urgente se presenta en el sujeto. ¿Qué es esto de “la verdad”? Todos sabemos que no es un objeto físico como una silla, pero tampoco uno abstracto como un triángulo. Para colmo, otro lugar común, casi igualmente frecuente, dice que ‘cada quien tiene su verdad’ pero, si no es un objeto como una silla, ¿cómo es eso de que cada quien tiene la suya?
Para dilucidar un concepto, antes de “ponernos filosóficos”, siempre ayuda revisar la manera ingenua en que usamos las palabras. En el caso de “la verdad” conviene notar que el adjetivo “verdadero” parece menos misterioso. Decimos, por ejemplo, que un billete es verdadero y otro falso, o decimos que Leonardo Da Vinci es un verdadero representante del Renacimiento, o incluso que un platillo es un verdadero mole poblano. Esto indica que “verdad” es una propiedad que tienen algunos objetos en lugar de ser un objeto metafísico. Sin embargo, es fácil ver que en cada uno de los ejemplos anteriores, el adjetivo “verdadero” tiene significados diferentes: el billete es genuino, Leonardo es arquetípico y el mole es de excelencia. Esto indica que todos estos, son usos metafóricos, derivados de algún otro significado literal y primario.
Notemos que también decimos cosas como ‘Es verdadero que la nieve es blanca’. Aquí, de la nieve se predica que es blanca, lo verdadero se predica de la proposición ‘La nieve es blanca’. Es decir, la verdad es una propiedad de una oración o, más propiamente, de la proposición expresada por la oración. Lo que se dice que es verdadero es una proposición, no un objeto del mundo. Este es el sentido primario e ingenuo de “verdad”. Se trata del nombre de una propiedad que sólo pueden tener las proposiciones.
El siguiente paso es preguntarnos cuáles proposiciones tienen la propiedad de ser verdaderas y cuáles no. Es decir, queremos saber cuándo una oración es verdadera y cuándo es falsa. Tomemos cualquier oración de la vida cotidiana: ‘Mi perro está dormido en mi sillón’. ¿Qué es lo que hace que esta oración sea verdadera? La respuesta es tan sencilla que resulta anticlimática: Lo que hace que la proposición ‘Mi perro está dormido en mi sillón’ sea verdadera, es que el perro al que me refiero esté dormido en el sillón al que me refiero. Si es otro animal o si es un perro pero no el perro al que me refiero, entonces la proposición no es verdadera sino falsa, y también es falsa si no está dormido o si no está en mi sillón. Sólo si la oración describe correctamente lo que hay en la realidad, entonces la proposición es verdadera. Para abreviar decimos que la proposición corresponde a la realidad.
Existe la tentación de decir que la verdad y la realidad son lo mismo. Esto es un error porque es conveniente distinguir entre el mundo externo y lo que pensamos sobre él. Hay una relación estrecha entre verdad y realidad, pero es de correspondencia, no de identidad. Lo que pensamos sobre la realidad, expresado en proposiciones, puede ser verdadero, si corresponde uno con otra.
Nótese que la verdad de una proposición no depende de que sepamos si es verdadera. Si yo no tengo idea de dónde está mi perro y, sólo como ocurrencia, digo ‘Mi perro está dormido en mi sillón’, la proposición es verdadera si, de hecho, mi perro se durmió en el sillón. La proposición es verdadera porque su contenido corresponde con la realidad, aunque yo no lo sepa.
Esta caracterización inocente de la verdad se llama en filosofía “Teoría de la correspondencia”. Es la noción primaria que inconscientemente usamos en la vida cotidiana. La usamos cuando vamos al banco y preguntamos si es verdad que ya nos depositaron el pago que esperábamos o cuando en la escuela preguntábamos si es verdad que ya entregaron las calificaciones. Lo que queremos saber es si la proposición que pensamos corresponde con la realidad.
Eso también, es lo que queremos cuando hacemos ciencia. Toda ciencia pretende emitir proposiciones que correspondan con la realidad. Por ello, ésta noción inocente es también la noción de “verdad” que opera en la ciencia. Por ejemplo, la oración ‘La luz en el vacío viaja a 299 792.458 Km/s’ es verdadera porque corresponde al hecho de que la luz viaja a esa velocidad en el vacío. Además siempre ha sido verdadera independientemente de si alguien lo supo, lo dijo o lo creyó.
Con esta versión de lo que es la verdad y su relación con la realidad podemos tratar de aclarar si tienen algún mérito los reflejos mentales condicionados que afirman que la verdad es relativa y que cada quien tiene la suya.
Hay que empezar por explicar qué es esto de ser relativo. Casi todos los objetos están relacionados de alguna manera. Unos están arriba de otros, o después de otros, menos pesados o menos brillantes que otros, etc. Es claro que lo relativo no es una propiedad de los objetos: si mi café está más tibio que el tuyo no quiere decir que mi café tenga la propiedad de “más tibio”. Cuando hablamos de una relación, establecemos una forma de ligar objetos. Por ejemplo, “Me bañé después de desayunar” habla de una liga estructural en el eje temporal. Es decir, la oración postula un ordenamiento en el eje temporal y será verdadera si este ordenamiento corresponde a la realidad: si desayuné y un tiempo después me bañé. Este tipo de relaciones entre dos objetos se llaman relaciones diádicas. También hay relaciones triádicas, que tratan de ligas en tripletas. ‘La entrada a la catedral está en medio de los dos campanarios’, por ejemplo, contiene la relación tríadica “en medio” que en este caso indica la disposición espacial de tres objetos, la puerta y dos campanarios. Desde el punto de vista formal, puede haber relaciones tetrádicas, pentádicas, etc. pero en el lenguaje natural prácticamente no existen.
Cuando vemos nuestra definición de verdad como correspondencia, inmediatamente observamos que la correspondencia es en sí misma una relación diádica: “X corresponde con Y”. Se trata de una relación que postula una liga entre lo que dice una oración y la porción del mundo a la que se refiere la oración. Esto quiere decir que la verdad no es relativa pues no es ni una relación triádica (que establecería una liga entre una oración, la realidad y algo más) ni una relación de relaciones (que establecería una relación entre la correspondencia y algo más). Vale la pena subrayarlo: Esa relación de correspondencia entre proposiciones y realidad no puede ser relativa. Esto quiere decir que los que dicen que la verdad es relativa no están hablando a cerca de la relación misma de correspondencia sino de otra cosa; están señalando algo sobre alguno de los dos términos relacionados, las proposiciones o la realidad.
Si los que dicen que la verdad es relativa están diciendo algo sobre los objetos lingüísticos, seguramente se refieren a que las oraciones cambian su contenido dependiendo de las circunstancias en que se emiten, y por lo tanto la verdad de una oración siempre depende de cómo, cuándo y dónde se diga. Esto es trivialmente cierto de muchas oraciones. Por ejemplo, “Está lloviendo” puede ser falsa dicha en México y verdadera dicha en Londres y será verdadera (o falsa) en un momento pero no en otro. En estos casos, lo que cambia es el contenido de la oración. No es que la verdad sea relativa, sino que se trata de dos proposiciones diferentes. Es decir “Esta lloviendo” hace referencia a un estado de cosas dicha hoy en Londres, y a otro estado de cosas totalmente diferente dicha mañana en México. Cuando usamos este tipo de oraciones, dejamos el contexto implícito, pero si lo especificamos resulta claro que las proposiciones son diferentes aunque estén expresadas por la misma oración. Por ejemplo, la oración “El 4 de abril de 2014 a las 13:43 en la delegación Coyoacán de la ciudad de México está lloviendo” ha perdido mucho de su aire de relatividad. Hay filósofos que sostienen que el contenido de las oraciones no siempre puede precisarse de esta manera. Argumentan que el significado sólo puede discernirse de manera holista atendiendo a todos los supuestos y conocimientos compartidos por cada sociedad. Aun si así fuera, lo relativo a los supuestos sociales es el significado de las proposiciones, no su verdad. Por otro lado, vale la pena señalar que no todas las oraciones son trivialmente relativas. Por ejemplo, “El espacio y el tiempo empezaron a existir con el Big Bang” tiene el mismo significado sin importar las circunstancias en que se dice.
Quienes sostienen que la verdad es relativa pueden, por otro lado, querer decir que no hay una realidad externa que compartimos todos. Es decir, se afirmaría que todo aquello con lo que interactuamos cambia según el sujeto que interactúa. Se diría, por ejemplo, que la nieve de una persona puede ser blanca y la de otra persona no serlo o que el Sol de una persona no tiene nada que ver con el Sol de otra. De hecho, este parece ser el contenido natural de decir que “cada quien tiene su verdad” sobre todo si se combina con esa otra confusión de creer que la verdad es lo mismo que la realidad, pues resultaría entonces que cada quien tiene su realidad.
La filosofía de los siglos XVII al XIX fue dedicada casi exclusivamente a tratar de probar la existencia del mundo externo. Ninguna de las pruebas de su existencia resultó definitiva y a partir del siglo XX la búsqueda de la demostración se ha abandonado. Sin embargo, el hecho de que no se haya podido probar que el mundo externo existe, no implica que no exista. Asumir realmente en serio que el mundo externo no existe es un ejercicio que podemos lograr durante periodos cortos. Por ejemplo, si un camión se aproxima a toda velocidad en la bocacalle, es poco recomendable suponer que no existe, y cruzar la calle en ese momento. Si aceptamos que el mundo externo existe, suponer que cada quien vive en su mundo, que cada quien tiene su propia realidad, parece francamente absurdo. Baste mencionar que si así fuera, el acto de comunicarnos se vuelve opaco. Frases tan sencillas y cotidianas como “Pásame la sal” se vuelven totalmente misteriosas pues no es claro cómo una acción de nuestro interlocutor en su universo resulta en que el salero de mi universo se me acerca.
La mayoría de la gente que cree que la verdad es relativa, cita casos como el de “Está lloviendo”, es decir menciona trivialidades sobre la relatividad del contenido, y de ahí concluye que cada quien tiene un mundo externo diferente o que el mundo externo no existe. Esto es simplemente una falacia de ambigüedad: se citan ejemplos que hablan de que los contextos lingüísticos suelen quedar implícitos, lo cual es una trivialidad, para apoyar una conclusión sobre la realidad que no tiene nada que ver.
Esta discusión ha servido para desenmascarar dos supuestos metafísicos de la Teoría de la Correspondencia de la Verdad usada en la vida cotidiana y en la ciencia:
- Asumimos que existe un mundo externo.
- Asumimos que compartimos este mundo que existe.
Hay un tercer supuesto que comparten la visión inocente y cotidiana del mundo y la ciencia, pero que no es indispensable para la Teoría de la Correspondencia:
- Asumimos que este mundo que compartimos es accesible por medio de nuestra experiencia, es decir, nuestros sentidos nos dan datos del mundo externo.
Si ya asumimos que existe un mundo externo que compartimos, también resulta natural asumir iii), que las sensaciones que tenemos no son meras ilusiones o sueños, sino que tienen relación, aunque sea indirecta con ese mundo externo. La forma más sencilla de decirlo es que nuestras sensaciones están causadas de alguna manera por el mundo externo. Esto no supone que aceptemos como verdadero todo lo que vemos. Un espejismo, cuando vemos un charco de agua sobre el pavimento, no está causado por un charco de agua, pero sí hay procesos en el mundo externo que causan el espejismo.
Todo esto tiene la consecuencia de que existen los desacuerdos genuinos. Muy frecuentemente las diferencias de opinión no dependen meramente de que los puntos de vista son diversos. Cuando una persona niega directamente lo que otra persona dice, no es posible que ambas tengan razón: por lo menos uno de los dos estará equivocado. Esto no es agradable, sobre todo para aquellas personas que no han superado del todo la adolescencia. Conforme salimos de la niñez luchamos por el derecho a tener nuestra propia opinión y no nos gusta que nadie venga a decirnos que estamos equivocados. Por ello, los afligidos por el reflejo mental de que la verdad es relativa suelen preguntar ¿Y quién me va a decir a mi cuál es la verdad? La respuesta, por supuesto, es que nadie nos la va a decir. Es trabajo de todos producir proposiciones verdaderas observando, razonando y discutiendo, y precisamente de eso se trata la ciencia.
Insistir en que cada quien tiene su verdad es devaluar las propias opiniones, pues si toda opinión es igualmente verdadera, no hay ningún valor en que sean diferentes, de hecho todas son iguales. Insistir en que cada quien tiene su verdad descalifica las opiniones de los demás, pues supone que no hay verdades generales y eso significa que si alguien aventura una proposición general, necesariamente está equivocado. Por si fuera poco, esto cancela la posibilidad de hacer ciencia, pues la ciencia pretende la universalidad.
Para no pecar de parciales, hay que mencionar que ha habido filósofos que se han sentido incómodos con la idea de aceptar los tres supuestos metafísicos mencionados arriba. Específicamente, en ausencia de una prueba de la existencia del mundo externo prefieren no asumir que existe y tomar como punto de partida la inmediatez de la experiencia subjetiva sin postular entidades adicionales. Para ellos el concepto de verdad es diferente del de correspondencia con el mundo porque no suponen tal mundo. En términos generales proponen que la realidad está construida por el comportamiento lingüístico de la sociedad. Recorrer ese camino filosófico tiene la “ventaja” de no hacer presuposiciones metafísicas pero, por otro lado, impone la necesidad de explicar el enorme éxito instrumental de la ciencia. Es decir, estos filósofos necesitan explicar por qué la ciencia es tan exitosa si no es porque existe un mundo externo que manipulamos. Pero antes de entusiasmarse demasiado con estas posiciones filosóficas, que en mi opinión están radicalmente equivocadas, hay que señalar que no sustentan tampoco la idea de que cada quien tiene su verdad, por lo menos no de modo inmediato y fácil.
Hay dos problemas de la Teoría de la Correspondencia de la Verdad que son complejos e interesantes: Considérense las siguientes dos oraciones:
- Harry Potter dormía en un closet.
- Si me hubiera caído a la alberca llena de agua, me habría mojado.
Queremos decir que ambas proposiciones son verdaderas. Pero ninguna de las dos corresponde a nada en el mundo. En el caso de 1 el problema es que Harry Potter no existe; el nombre no refiere a nada y por lo tanto no hay un hecho correspondiente en la realidad. En el caso de 2, el punto de decir ese tipo de cosas es señalar algo que no sucedió (no me caí a la alberca), y por lo tanto tampoco hay correspondencia con nada de la realidad.
Se han escrito libros enteros sobre cómo tratar las referencias vacías como en el caso de 1 y otros tantos sobre cómo tratar las oraciones contrafácticas como en la 2. Baste decir que son problemas que se pueden resolver y los desacuerdos están en cuál es la mejor manera de resolverlos. En todo caso, si nos vamos por el camino de los filósofos que no presuponen la existencia del mundo externo, también tendremos problemas con la referencia vacía y las oraciones contrafácticas.
Finalmente hay que hacer una observación que merecerá pronto un artículo por separado: Lo que los matemáticos entienden por “verdad” es totalmente diferente de lo que entendemos en la vida cotidiana y en la ciencia. La relación entre matemáticas y realidad es complicada e interesante y vale la pena explorarla con cuidado.
¿La verdad, la verdad? No hay que confundirse. Si hablamos de ciencia y si hablamos de experiencia cotidiana, una proposición es verdadera si, y sólo si, corresponde con el mundo. Lo demás son ganas de hacerse bolas.
Sin comentarios