En la entrega anterior de esta sección hablábamos de manera muy breve acerca de los diferentes medios de divulgación científica a lo largo de la historia y dimos apertura a la reflexión acerca de internet y sus implicaciones.
Se trata de algo que ya es tan parte de nuestro cotidiano que ya no nos detenemos a pensar qué es y cómo funciona realmente. Es como parte de los pasivos de una casa u oficina. Una mezcla entre lenguaje escrito y audiovisual al que nuestro cerebro se va a adaptando sin percibirlo realmente. Tenemos botones, espacios para ingresar texto, imágenes, sonidos: una cantidad infinita de estímulos que nos permiten hacer prácticamente todo a través de este medio.
¿El futuro nos alcanzó?
A los que nos atañe el idioma español: Me parece increíble que en la RAE aún se esté debatiendo acerca del uso correcto de la palabra internet y que su definición esté tan acotada. Por lo pronto, no es ni un “la”, ni un “el”. Es ambiguo. Durante mucho tiempo, el corrector de mi programa de procesador de texto (al que odio por su libre albedrío) se dedicó a subrayarme con verde cada que escribía “el internet” por mero convencionalismo social, y además, me lo cambiaba de forma automática y lo reescribía con inicial mayúscula, cosa que hasta la fecha no entiendo del todo. Yo lo cambiaba de vuelta a como lo había escrito originalmente y los editores nunca me dijeron nada al respecto.
Pero hace más de 20 años que internet apareció en nuestras vidas y se convirtió en una especie de dios, de esos de los cuales su nombre debe escribirse con inicial mayúscula.
Llegó, implacable y casi sin avisar, para dictarnos dogmas de adquisición de conocimiento y de comunicación. Las computadoras adquirieron un lugar especial en casa, tal como en su momento lo hicieran la radio y después la televisión. Sólo que a diferencia de sus antecesores, que invitaban a una experiencia familiar y hasta cierto punto colectiva, las computadoras, por pura semántica se instalaron en un espacio tan individual e íntimo como puede ser el estudio, la biblioteca y hasta en un escritorio en la recámara y bajo la promesa de ser excelentes aliadas para el trabajo y un portal al futuro, ése que nos alcanzó sin darnos cuenta.
Calladitas, calladitas al principio y luego, haciendo toda cantidad de ruidos cuando se conectaban a la “supercarretera de la información” a través del módem y aislándonos de la comunicación tradicional con nuestros pares. Recuerden cuando olvidaban que estaban conectados a internet y levantaban el auricular de teléfono y escuchaban que los mismísimos aliens estaban ahí, trabajando en sus líneas telefónicas, convirtiendo quién sabe como los sonidos en imágenes, textos y hasta videos.
Al principio solamente quienes poseían los lenguajes de programación eran dueños de los contenidos. Cualquier idea era novedosa e internet representaba un nuevo mundo, una nueva extensión de tierras, listas para ser fraccionadas y repartidas. Compartir contenidos en la web dependía de la pasión de cada quien y una buena intención, sin intereses económicos de por medio. Se trataba de una acto muy parecido a lanzar una botella con un mensaje al basto mar. Nadie podía estar seguro de a dónde llegaría ese contenido, ni por cuáles o cuántos ojos sería consumido.
Las estadísticas en los sitios llegaron después, cuando los motores de búsqueda comenzaron a disputarse el liderazgo y a administrarlo todo. Internet se volvió un gran negocio, que hasta la fecha cuesta trabajo entender de qué manera opera y esa ignorancia hace crecer a quienes se aprovechan de los vacíos que conllevan la novedad y el trepidante avance de las tecnologías.
Hasta la fecha, no hay una legislación en forma que estipule cómo debe funcionar, ni mucho menos gestionarse. Tampoco existe un método o una guía que establezcan consumo óptimo de contenidos en internet por parte de los cibernautas. Todo se hace de manera intuitiva e instintiva. Confiamos en las fuentes con más visitas o las que nos suenan más serias. Nos adentramos en la bastedad de la información, solos y expuestos a un sinnúmero de señuelos. Corremos el riesgo de perdernos en el laberinto de internet.
Por supuesto, esto compete a todas las áreas de conocimiento, incluyendo a la ciencia. Pero como bien sabemos es en materia científica en donde se debe ser especialmente cuidadoso.

Como divulgadores científicos es necesario acatar la responsabilidad y estar al tanto de las implicaciones que conlleva aquello que difundamos y a través de qué medio. En ese sentido, resulta igualmente importante crear conciencia en las audiencias acerca de un “consumo” sano de internet, sin caer en la tentación y estigmatizarlo como un medio menor, absolutamente carente de rigor y de confiabilidad.
Estudios de varias universidades de distintas partes del mundo, coinciden en que internet ha crecido en promedio 20% como primera fuente de información a nivel mundial, lo cual representa ya el segundo lugar después de la televisión. Esta tendencia seguirá creciendo en los próximos años con toda seguridad por lo cual el tema adquiere una relevancia aún mayor.
Resulta fundamental que no perdamos de vista que Internet posee un enorme potencial y que radica aún en su propósito inicial: compartir información y conocimiento de manera colaborativa para el bien colectivo.
Aprovechemos su velocidad, fácil acceso, interactividad y crecimiento para comunicar y difundir siempre con un propósito definido, cuyo principal móvil no sea el lucro. Seamos partícipes de un ambiente propicio para el que será, sin lugar a dudas, el canal por excelencia para la divulgación científica. Creemos contenidos que cautiven a las audiencias a través de una apropiación correcta de su lenguaje. Formemos criterios en ellas desde temprana edad en el hogar y la escuela para establecer un diálogo con ciudadanos competentes, más allá de meros consumidores de opiniones de terceros sin capacidad de introyectar el conocimiento a través de una voz propia.
Para terminar aquí una recomendación de sitios de divulgación científica que a mi parecer lo hacen muy bien y que vale la pena visitar con frecuencia:
LiveScience http://www.livescience.com
Science Daily http://www.sciencedaily.com
Science Direct http://www.sciencedirect.com
Popular Science http://www.popsci.com
Smithsonian Mag http://www.smithsonianmag.com/?no-ist
NASA http://www.nasa.gov
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