Qué es lo que sabemos acerca de la palabra “cambio” y cómo es que en el término cambio climático pudiera estar disfrazada.
Por J. Manuel Dorantes Hernández*
A lo largo de las últimas décadas se ha especulado al respecto de si el cambio climático podría generar repercusiones en cuanto a las altas emisiones de CO2 hacia la atmósfera, teniendo como consecuencia la degradación de los ecosistemas. Yo me eh abocado a la tarea de cuestionarme si realmente esto pudiera ser posible —qué papel juegan en ello las acciones de nuestra especie— y de ser el caso, si la debacle desatada a nivel global sería digna de una película apocalíptica de Hollywood, o aún peor.
Ante una atmósfera modificada por el CO2, la temperatura superficial del mar aumentaría y, como se sabe, causaría una acidificación en los océanos por la alteración del pH consecuente, desestabilizando así la cadena alimenticia: fitoplancton, zooplancton, peces primarios, peces secundarios, mesodepredadores, depredadores, hasta los depredadores topes. Esta posible alteración también afectaría la distribución de las especies, cambiando sus hábitats naturales al modificarse las condiciones oceanográficas de su entorno, pero un cambio climático no es lo mismo que un cambio ambiental.
Un ejemplo de una alteración ante un cambio ambiental puede ser ilustrado con el caso de la degradación del hábitat de la totoaba (Totoaba Macdonaldi) y sus repercusiones sobre la bien conocida vaquita marina (Phocoena sinus).
Esta historia nos lleva a 1905, momento de la fundación de la desenfrenada, turística y libertina ciudad-casino de las Vegas Nevada, Estados Unidos. En donde se llevaron a cabo una serie de eventos ambientales catastróficos, empezando por la creación de presas para el suministro de agua de la famosa ciudad que, por si quedara duda, se localiza en el desierto; es decir en un sitio donde de por sí el agua es escasa. Esto trajo como consecuencia un desvió de la descarga del cauce original de los ríos que alimentaban de nutrientes a las zonas del hábitat del Alto Golfo de California en Baja California, México. Con la particularidad de que esta mezcla de aguas oceánicas y dulces daban origen al hábitat perfecto para la vaquita marina, especie emblemática y endémica de la zona que hoy en día está al borde de la extinción.
Debido al desconocimiento del deterioro ambiental causado por la actividad humana, la presión pesquera disminuyó drásticamente las poblaciones de la vaquita y de la totoaba, especies que, por el cambio mencionado, ya confrontaban un impacto notable al no existir las condiciones propicias para su proliferación. De manera controvertida y quizás sin el suficiente sustento, se prohibió tajantemente todo tipo de actividad pesquera que perturbara a dichas especies, negando desempañar las actividades de trabajo de una comunidad nutrida de pescadores que utilizaban redes de malla. Lo cual trajo consigo afecciones relevantes para las localidades, no solo respecto a su medio de subsistencia sino al deterioro consecutivo del tejido social. Sin embargo, la trepidante reducción poblacional de estas dos especies podría atribuirse en gran medida a que la naturaleza del medio es inestable, varía a lo largo del tiempo debido a factores diversos, algunos naturales, otros no del todo; en este caso, al cierre de descarga de los principales ríos de la zona debido a las presas.
En la actualidad ejemplos de alteraciones ecosistémicas como este podrían estar confundiendo la credibilidad científica ante una multitud mal informada, por lo que fácilmente se podrían sembrar ideas que, sacando provecho de un amarillismo científico o pseudocientífico, resultaran provechosas para ciertos intereses privados y no los del bien común.
Pescador con totoabas (Totoaba Macdonaldi)
Retomando la idea del cambio climático y que este dichoso “cambio” conllevaría, a la larga, a la extinción de un porcentaje elevando de las especies que actualmente habitan en el planeta Tierra. Podríamos empezar por analizar el significado del término y las diferentes connotaciones que puede poseer para ilustrar la histeria colectiva que surge de elegir una palabra, a mí gusto, mal empleada.
Para poder desarrollar un argumento ante la búsqueda de culpables —o enemigos del medio ambiente—vinculemos la palabra cambio con otros de sus significados. Los cambios no siempre son malos, al menos eso nos han inculcado desde niños: siempre que uno se ve confrontado a tener que enfrentar alguna alteración en su rutina cotidiana. Nos han dicho que estos son oportunidades, pues fomentan la habilidad de adecuación que tiene el ser humano; y que, en el camino de superar las vicisitudes involucradas, siempre se tiene la gran recompensa de la exploración personal, de poner a prueba los límites de nuestras habilidades, de aprender. Incrementando en el acto la expansión de nuestras ideas y el entendimiento del cosmos.
De la misma manera, cuando hablamos de cambios ambientales, estos tampoco son siempre negativos (o bueno, más bien depende desde que lado se juzguen), porque claro que para muchas especies significan la extinción, pero para otras representan la oportunidad de florecer y ocupar esos nichos ecológicos que han sido liberados. Así funciona la evolución: la muerte de unos significa la posible proliferación de otros. El caso es que muchas veces estas permutaciones forman parte de las etapas cíclicas del planeta. Desde el cambio de una atmósfera reductora a una oxidante, desde la formación de la Pangea y antes de Godwana, desde la era de los dinosaurios, pasando por el amanecer de los homínidos y hasta la domesticación de ciertas especies salvajes por el mono, se han experimentado constantes cambios climáticos. Eras de glaciaciones, eras de calentamiento, impactos de meteoritos y demás efemérides de carácter global que, efectivamente, suelen terminar con la erradicación total de una buena muestra de los organismos presentes en un momento dado, usualmente con la inevitable aniquilación de las especies dominantes (como en la actualidad sería, entre otras cuentas, la nuestra, el Homo sapiens). Y es aquí donde la denotación de la palabra cambio se vuelve realmente preocupante, al menos para los que se inclinan por el antropocentrismo.
Sin embargo, al referirnos a que los cambios ambientales no siempre son malos, se da a entender que se trata de procesos que están fuera de nuestro control, que rigen por completo nuestra existencia. La historia de la vida en el planeta Tierra ha dependido de procesos climatológicos regulatorios, así como de procesos eco-fisiológicos que usualmente llevan miles y miles de años en desarrollarse. Pero la escala del tiempo del cambio que nos ha tocada atestiguar como humanidad, juega una variable peligrosa; en el sentido de que está probando ser demasiado súbita para los organismos. Nosotros somos sumamente plásticos, de eso no hay duda, gracias a la tecnología que hemos desarrollado nos ha sido posible sobrellevar bien casi todo tipo de clima, desde las gélidos bosques canadienses hasta las arenas de Dubai, no obstante, esto no asegura de ninguna manera nuestra posible viabilidad de ocurrir un cambio climático radical.
Como se ha comentado por los seguidores de Dawkins, no somos más que un vehículo de genes egoístas que buscan constantemente la manera de seguir dejando su huella, al ser transferidos de generación en generación. Nuestros genes fueron peces, fueron dinosaurios, fueron mamíferos tempranos y ahora son sociedades colectivas de entes homínidos capaces de poder predecir dichos cambios. Ante las alteraciones climatológicas contemporáneas, es posible que una de las especies que primero se extinguiría —incapaz de sobrevivir sin sus necesidades básicas— es precisamente la nuestra: el Homo sapiens. Hablando de genes egoístas, es fácil pensar en algo llamado “especismo” una palabra asociada a la discriminación por especie, criticando la postura de que la especie humana es más importante que el resto de seres vivos y que debido a esto merecemos explotarlos como nos venga en gana.
A lo que quiero llegar es a esto: si realmente el Antropoceno termina por gestar un cambio climático, sin duda este acabaría con toda la humanidad. Pero no caigamos en extremismos, ni promulguemos la histérica colectiva. Primero podríamos empezar por cuestionarnos cómo es que se puede probar de forma fehaciente que realmente esté aconteciendo susodicho escenario devastador, a sabiendas de que la palabra cambio probablemente este más encaminada hacia si el ser humano está creándolo o acelerándolo.
Actualmente existen dos teorías. Por un lado, que se trate de un proceso cíclico, citando la conocida metáfora de Carl Sagan, que reduce la historia completa del planeta a un solo año del calendario y, de acuerdo con la cual, la humanidad solo ha existido durante los últimos 21 segundos del último día del año, ¿es posible que en tan poco tiempo hayamos tenido la posibilidad de manipular el clima?… Por otro lado, está la posibilidad de que el calentamiento global sea de origen antropogénico y no natural. Que no es más que sí, debido a la creación de la revolución industrial, hemos aumentado o acelerado las cantidades de emisiones de gases nocivos hacia la atmósfera, como el CO2 proveniente de la quema de fósiles para el uso de combustible.
Hasta este punto debemos aceptar que efectivamente existe un cambio climático actual, está más que demostrado que la Tierra se está calentando al grado de extinguir glaciares como el del caso reportado en Islandia del primer glaciar (Okjökull) extinto debido al calentamiento global.
Esta teoría se enfoca principalmente en que el hombre está acelerando el calentamiento global debido a altas concentraciones de gases invernadero que afectan la atmósfera dejándola vulnerable ante radiaciones provenientes del sol, que tienen la capacidad de generar un calentamiento global. Sin embargo, no solo se encuentra el CO2 en estos gases nocivos. Teniendo en cuenta las concentraciones de los gases invernaderos que afectan a la atmósfera nos encontramos con un 0.03% del CO2 y gases como el metano (<0.001%) y el vapor de agua (1%). Ambos de los cuales, como ha sido demostrado por numerosos estudios, conllevan afecciones climáticas .
Ésta última teoría se centra en que el hombre es el escultor de su propia debacle al acelerar su extinción de manera estrepitosa —digo, llevamos apenas 300 mil años de existencia y vaya que si nos hemos metido en aprietos— por seguir una economía de mercado francamente draconiana, liderada por industrias capitalistas con carácter de monopolios transnacionales que, en aras de incrementar sus ganancias potenciales, llevan el principio “el fin justifica los medios” hasta sus últimas consecuencias.
Pero, visto de otra manera, el tema de que el humano realmente sea el único catalizador del calentamiento global, o el principal, todavía no está del todo bien demostrado (podría tratarse de un proceso cíclico del planeta). Es evidente que estamos ante un calentamiento global, un cambio climático que además está aconteciendo a una velocidad vertiginosa. El caso es que no importa, de cualquier forma, el hombre tiene algo de culpa. Nuestra capacidad de degradar hábitats es notable, como la tala de bosques que sirven como un reservorio natural de gases invernadero (al quedar este capturado como biomasa), ni que decir de la quema reciente del Amazonas, y que de renunciar a este tipo de prácticas o buscar soluciones más sustentables, sin duda contribuiría significativamente a desacelerar el proceso global.
El calentamiento global es un tema que presenta aún demasiadas controversias, vertientes y especulaciones, y que los medios sin lugar a dudas reportan de manera tendenciosa según sea el interés del poder político que los respalde. Es imperante que las distintas variables en juego sigan siendo atendidas por los científicos y los expertos (manejando una buena práctica de la ética científica) y divulgando sus descubrimientos con carácter obligatorio a todos los sectores de la sociedad. Pero también los ciudadanos necesitan involucrarse más, investigar, comparar fuentes, llevar a acabo acciones propias. Exigir a sus gobernantes que tomen una postura clara y que después la secunden con iniciativas de políticas publicas, y si no cumplen, castigarlos en las urnas.
Lo que sí es un hecho consumado es que el humano degrada hábitats. Sí podemos generar cambios drásticos a base de contaminación, ya sea por el uso de químicos, metales pesados o desechos radioactivos, o bien por los fertilizantes, herbicidas y pesticidas de los monocultivos con los que plagamos el ambiente. Sin mencionar una de nuestras creaciones más devastadores, de aparición sumamente reciente en escala geológica pero de perdurabilidad sorprendente y que hoy en día inundan todos los estratos del planeta, incluido el mar: Los plásticos.
Por último, solo quisiera ayudar a las personas a enfocarse en lo que sí se puede hacer, en lo que sí se puede evitar. En como aportar nuestro granito de arena, en cómo ser un agente de “cambio” de soluciones y no de aumentar el problema. Nótese aquí que la palabra “cambio” realmente ya tiene otro significado. Un significado de motivación, de esperanza. Cerrando con la analogía llevada a la cuestión de actualmente qué posición tomar: sí quieres pensar en el “cambio o “ser el cambio”.
Fuente bibliográfica: Siqueiros Beltrones, D. A. La gran ilusión del calentamiento global. Suplemento de Bioética Sphinx 11. Periódico El Sudcaliforniano, 15 de junio, 2013.
*J. Manuel Dorantes Hernández (1989): Biólogo Mexicano dedicado al estudio y entendimiento del medio acuático marino y un poco de individuos carismáticos con patas peludas. Aficionado a la música desde pequeño disfrutaba por el sonido de las guitarras y melodías pegajosas. Apasionado de fomentar el gen egoísta o el altruismo en las ciudades de México en las que ha radicado (CDMX, Ensenada, San francisco de Campeche, Melaque y actualmente La Paz)
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