Aquí expongo dos de los argumentos más famosos de las explicaciones reductivas de la conciencia fenoménica: el argumento del conocimiento, en dos versiones, y el argumento de la concebibilidad; todos formulados mediante experimentos mentales.
por Axel Carmona[1]
Imagina la siguiente situación: en un futuro relativamente lejano vive Mary, una neurocientífica especializada en la percepción visual y sus mecanismos cerebrales subyacentes. Mary es una de las científicas más respetables y admiradas en su campo, de hecho es galardonada con el recién creado premio Nobel en neurociencias por sus más recientes teorías, las cuales han logrado unificar todo el conocimiento producido en su área. Mary ha logrado conocer todo lo que se podría conocer respecto a los mecanismos físicos de la visión (conoce, entre otras cosas, tanto los procesos cerebrales y del sistema nervioso, como el movimiento de las ondas de luz, todo a nivel de las partículas más fundamentales).
Sin embargo, Mary, sin saberlo, ha sido sujeto de un experimento durante toda su vida: desde su nacimiento le fueron implantadas lentillas oculares que de algún modo filtran la luz, provocándole una visión totalmente en escala de grises, como si (vi)viera una antiquísima película expresionista alemana; es decir, que aún sin saberlo, tiene de acromatopsia.
Pero un buen día las lentillas de Mary sufren un desperfecto y su visión a color es restaurada. ¡Mary finalmente experimenta los colores!
Ante este panorama, ¿Creerías que Mary aprende algo nuevo?…
La respuesta que demos a esta pregunta revela algo fundamental acerca de los programas reduccionistas de la mente.
La historia de Mary, que parecería haber sido creada por algún escritor de Sci-fi, fue formulada originalmente (en una versión un tanto diferente a la que aquí presento) por el filósofo Frank Jackson, en “Epiphenomenal Qualia” (1982), y se ha convertido en uno de los experimentos mentales más discutidos en la filosofía de la mente contemporánea. Con este experimento mental se trata de respaldar una postura respecto al papel que puede jugar el conocimiento profundo y completo del cerebro, y de estados físicos en general, al explicar uno de los aspectos más interesantes de nuestra vida mental: la conciencia fenoménica.
La conciencia fenoménica es una propiedad de algunos de nuestros estados mentales. Decimos que un estado mental es fenoménicamente consciente cuando hay algo que es como estar en ese estado (esta es una definición formulada por Nagel, 1974). Esta noción, aunque técnica, no es tan clara, así que por mor de la explicación diré, a grandes rasgos, que un estado fenoménicamente consciente es un estado que se siente de algún modo. Estados fenoménicos típicos son entonces las sensaciones de las experiencias perceptuales (el sabor del café, el tono particular de un do mayor, o las sensaciones específicas de color ausentes en la percepción de Mary antes de la falla en sus lentillas); pero también otras sensaciones corporales como calambres, dolores, cosquilleos, orgasmos, y un largo e etcétera.
Así, el argumento de Jackson es el siguiente: si se considera que Mary efectivamente aprende algo al ser liberada de su acromatópsica situación (siguiendo a Jackson (1982; 1986), Mary aprende cómo es estar en una experiencia de color, pero también que su experiencia anterior y la idea que tenía respecto a las sensaciones visuales de los otros eran muy pobres), entonces este nuevo conocimiento es de un tipo distinto al conocimiento de los estados físicos –particularmente cerebrales- de los individuos, pues ex hipótesis ella conocía a cabalidad todos estos aspectos. Así, las sensaciones serían algo inexplicable en términos físico-cerebrales, aún con un hipotético conocimiento completo de éstos.
Jackson considera que la intuición más fuerte y compartida es que Mary efectivamente aprende, que adquiere nueva información del mundo. Así, concluye, no podemos explicar la presencia de la conciencia fenoménica usando solo términos físicos. En otras palabras, al contar con detalle toda la información física acerca de un sujeto en un estado fenoménico, nada de eso nos dirá por qué este sujeto se encuentra en el estado fenoménico en que se encuentra, es decir, por qué tiene la sensación que tiene.
Esta es una formulación del llamado argumento del conocimiento, pero no es la única. En otro ejercicio mental, el filósofo Thomas Nagel (1974), nos pide intentar saber cómo es ser un murciélago, en particular cómo es estar en una experiencia de ecolocalización, a partir del conocimiento de sus procesos físicos. Aun sabiendo con detalle toda la información acerca de la estructura cerebral y corporal de los murciélagos, y teniendo información acerca del movimiento preciso de las ondas sonoras, no podemos deducir de eso cómo es la experiencia del murciélago para el murciélago.
Nagel elige al murciélago porque es suficientemente cercano al humano como para atribuirle experiencias fenoménicas, pero a su vez suficientemente lejano para tenerlas de un tipo fundamentalmente diferente y ajeno. Por su puesto, esto hace que esta versión del argumento sea ligeramente más controvertida que la de Jackson, pues descansa en una noción de subjetividad y perspectiva más alejada del caso humano. No obstante, existe de hecho un humano, Daniel Kish, quien ante su ceguera se entrenó para usar la ecolocación, pero aunque su experiencia es quizá más cercana a la de aquellos mamíferos, es seguro que no es exactamente del mismo tipo (en parte, claro, por las diferencias en la constitución fisiológica); con lo qué incluso él no tiene idea de cómo es ser un murciélago.
Otro argumento famoso en contra del reduccionismo es el argumento de la concebibilidad, defendido famosamente por Chalmers (1996), y que también se concretiza en un experimento mental, centrándose esta vez en la figura de un Zombie. El Zombie fenoménico es, sin embrago, muy diferente a los antropófagos muertos vivientes del imaginario colectivo; este Zombie es un duplicado microfísico, partícula a partícula, de un individuo consciente cualquiera, cuya única diferencia es, precisamente, que el Zombie no posee estado fenoménicamente consciente alguno –aunque se comporta como si de hecho los tuviera.
Si se puede imaginar como posible esta situación (lo que no significa creer que de hecho existan estas criaturas), quiere decir que al menos la conexión entre estados físicos y fenoménicos está “lógicamente” rota. Es decir, los estados físicos no implican inmediatamente los estados fenoménicos. No es fácil ver cómo al tener unos, tenemos los otros, y parece que se hace necesario algo más para conectarlos.
La conclusión de estos argumentos, de ser cierta, afecta los posibles alcances de las ciencias “psicológicas”/”cognitivas” que pretenden usar solamente términos físicos, es decir, de aquellas que tienen una agenda reductivista. Nos dicen que hay algo más por explicar y que saber exactamente en qué estado cerebral se encuentra alguien nos da poca información acerca de por qué posee cierta sensación fenoménica específica y no otra o ninguna en absoluto.
¿Significa esto que algunos de nuestros estados mentales no son ontológicamente físicos?, esto es, ¿Hay algo más que estados cerebrales/corporales en estos estados mentales? Jackson (al menos en el artículo en que nos presenta a Mary), Chalmers y otros filósofos piensan que sí; otros argumentan que esto no necesariamente es el caso, que el problema es solo de acceso epistémico y de la perspectiva que tenemos al acceder a nuestros estados mentales. Sin embargo, ésta es otra discusión. [i]
Bibliografía:
- Jackson, F. (1982). Epiphenomenal qualia. Philosophical Quarterly. 32 (April). 127-136
- Jackson, F. (1986). What Mary didn’t know. Journal of Philosophy. 83 (May). 291-295
- Chalmers, D. (1996). The conscious mind. In Search of a Fundamental Theory. New York. Oxford University Press
- Nagel, T. (1974). What Is It Like to Be a Bat?. The Philosophical Review, 83 (4), pp. 435-450
- Warner (1986). A challenge to physicalism. Australasian Journal of Philosophy. 64:3, 249-265
- Davidson (1987). Knowing One’s Own Mind. Proceedings and Addresses of the American Philosophical Association, Vol. 60, No. 3 (Jan., 1987), pp. 441-458
[i] Llegado a este punto, habrás notado que los protagonistas de los experimentos mentales de los filósofos de la mente no son precisamente los famosos monstruos Universal y que has sido presa de un tipo de clickbait. Sólo para seguir estimulando el morbo, mencionaré que muchas veces más los experimentos mentales en filosofía de la mente parecen tener protagonistas compartidos con el cine serie B. Son famosos también el alfa-centauriano (Warner, 1986) y otros aliens, el hombre del pantano (Davidson, 1987) y es común que se hable de robots, computadores, o de los famosos cerebros en cubetas; aunque todos éstos han sido propuestos con diversos fines.
[1] Egresado de la licenciatura en filosofía Facultad de filosofía y letras. UNAM / Miembro del Programa de Estudiantes Asociados IIFs-UNAM
Sin comentarios