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Inteligencia Artificial: Jugando a imitar, imitando que juegas.

Advertencia, Spoilers. (Inteligencia Artificial, Blade Runner)

No se puede hablar de la ciencia ficción sin abordar a los robots. Tenemos una obsesión con la creación de inteligencia artificial. Alan Turing (matemático, cripto-analista, informático teórico, entre otras) escribió en 1950 un documento titulado “Computer Machinery And Intelligence”, en donde preguntaba: “¿Las máquinas pueden pensar?”. Como el término “pensar” era bastante ambiguo, Turing cambió su pregunta a la siguiente: “¿Existirán computadoras que triunfarán en el Juego de la Imitación?”.

El Juego de la Imitación es el siguiente: un humano, llamémosle “C”, entra en una habitación la cual está conectada a otros dos cuartos. En estos cuartos se encuentran otros dos humanos, uno en cada uno. Llamémosles “A” y “B”. C puede comunicarse sólo por preguntas escritas con A y B, mientras que estos dos deben mentir, aparentando ser el otro. Entonces A debe responder a las preguntas como si fuera B y viceversa. El juego consiste en que C debe intentar adivinar quién es quién, mientras A y B han de hacer todo lo posible para no ser descubiertos. Turing se preguntaba si al reemplazar a “A” por una computadora, el humano C sería capaz de distinguir que ya no está hablando con otro humano e identificar el cambio; o si la computadora sería lo suficientemente hábil para hacerle creer que no sólo que es un humano, sino hasta fingir que es B.

En 1966, Joseph Weizenbaum creó a ELIZA, un programa diseñado para aparentar ser un humano, el cual logró engañar a varios participantes. ELIZA es considerado como el primer caso de una computadora que pasa el test de Turing.

Desde entonces, los avances tecnológicos han permitido la creación de programas e incluso máquinas, que aparentan ser cada vez más humanos. Actualmente, en Japón está surgiendo una moda de puestas teatrales con actores robots, montando obras como Las Tres Hermanas de Anton Chejov.

En 2001 llegó a los cines una película llamada: A.I. Artificial Intelligence de Steven Spielberg. A finales del siglo XXI, nos narra la película, el jefe de la principal empresa creadora de robots tiene un plan ambicioso: desea crear un robot que sea capaz de amar. David, un niño robot, es creado con este propósito. Los padres que lo adquieren reciben una hoja con instrucciones para activar el “software de amor”. La historia avanza, ocurren desgracias, se lleva a cabo una aventura y todo finaliza bien. David es feliz con su madre a la que ama. Pero ¿es realmente feliz? y ¿de verdad ama a su madre?

El crítico de cine Roger Ebert, dice que no:

” A. I. no se trata acerca de los humanos para nada. Habla del dilema que conlleva la Inteligencia Artificial. Una máquina pensante no puede pensar. Todo lo que puede hacer es activar programas lo suficientemente sofisticados para engañarnos y fingir que piensa. Una computadora que pasa el test de Turing no está pensando. Todo lo que está haciendo es pasar el test de Turing”.

Por lo tanto David no está feliz al final de la película, pero tampoco está triste, enojado o aburrido. Es una máquina sin sentimientos. Ebert al final de su critica apunta: “…¿Y es más feliz una computadora cuando corre un programa que cuando no lo corre? No. O está funcionando o no lo está.”

Spielberg narra la misión de David desde su perspectiva, por lo que nosotros, los espectadores, nos conectamos con él. La catarsis creada por el filme nos lleva a sentir la película en un grado personal. Por eso le damos características humanas a un robot. Incluso en una escena vemos a David abierto por el vientre, con sus circuitos por fuera, mientras lo reparan; y seguimos pensando que siente, que sale de su programación, cuando en realidad la está cumpliendo al pie de la letra. David está programado para realizar todas las acciones que le harán creer a quien siga las instrucciones de la hoja de activación, que lo ama. Así que David “ama” a su madre. Simplemente sigue su programación.

Si regresamos un poco más en la historia del cine, encontramos otro caso similar.

En 1982 Ridley Scott dirigió una película que es considerada por muchos la mejor película de ciencia ficción hasta la fecha. Con Harrison Ford en el papel principal como Rick Deckard, Blade Runner narra la manera en que a principios del siglo XXI, la Corporación Tyrell empieza la fabricación de “Nexus”, seres virtualmente idénticos a los humanos, también conocidos como “replicantes”.

Para la generación Nexus 6, los replicantes son superiores en fuerza y agilidad, e iguales en inteligencia que sus ingenieros humanos. Estos replicantes son usados en trabajos peligrosos en otros planetas, poniéndolos en riesgo a ellos para no arriesgar vidas humanas. Incluso a algunos replicantes nunca se les informa que son robots. Pueden tener aspiraciones, emociones, recuerdos de su infancia, aunque éstos jamás hayan ocurrido.

Es aquí donde algo sale mal. Después de 4 años de servicio, los replicantes comienzan a salirse de protocolo, a sentir sus propias sensaciones, a darse cuenta que son robots, no humanos, que sus recuerdos son falsos, que sus sueños fueron planeados. Para evitar los problemas que esto podría llevar se les implanta una obsolescencia programada: ningún robot vivirá más de 4 años. Pero la estrategia no es suficiente. Un grupo de robots se rebela ante las condiciones de trabajo extremas y la amenaza de una muerte inminente y ataca a los humanos, por lo que los replicantes son prohibidos, y aquellos que se encontraban en funcionamiento son cazados y eliminados.

Los “Blade Runners” son agentes especiales con las habilidades para reconocer cuando el sujeto con el que hablan es un humano o un replicante, y eliminarlo en caso de que sean lo segundo.

Esta historia recuerda al anterior número de esta columna. El ser humano ha creado algo que le da miedo, por lo que desea eliminarlo por completo. Así como Victor Frankenstein creó a su Adán y le temió, la corporación Tyrell le teme a sus replicantes.

Blade Runner lleva al límite el test de Turing, volviendo el Juego de la Imitación algo de vida o muerte. Sin embargo, hay una característica que vuelve a este ejemplo algo más complejo. Al final de la película, por lo menos en el corte del director, vemos como un compañero de Deckard le deja frente a su departamento un unicornio de origami. El unicornio ha sido un sueño recurrente de Deckard, pero nunca lo discutió con nadie, lo que nos lleva a preguntar ¿Cómo es que el compañero sabía de su sueño? ¿Es el propio Rick Deckard (“Blade Runner” y personaje principal de la película) un replicante con sueños, sentimientos y recuerdos pre-programados? En ese final todo apunta a que si lo es. El test de Turing ha cambiado. La pregunta ahora es: “¿Existirá una máquina capaz de descubrir que otra máquina está jugando al Juego de la Imitación?”.

Ahora me gustaría llevar al juego de la imitación al siguiente nivel. Demostrar que el test de Turing puede aplicarse a más que computadoras y máquinas. Otra vez nos encontramos con el humano C. Esta vez jugará una versión más complicada. El humano C va al cine, compra su boleto y sus palomitas, entra en la sala y toma asiento. Las luces se apagan, la pantalla se ilumina. Frente a C aparece A. Ahora C lo puede ver, y sabe que es A. Pero A sigue jugando y ahora no sólo escribe como si fuera B, ahora actúa exactamente como B. C observa a A, quien pretende ser B. Nosotros desde nuestras butacas, vemos a un actor interpretando ser alguien que no es. Observamos a un actor que pretende ser un personaje.

Si la película es mala, vemos al actor fingiendo. Vemos a A imitando a B. Son muchos los factores que pueden hacer que A pierda este nuevo nivel del Juego de la Imitación, por ello para A es mucho más difícil ganarlo. Pero no es imposible. Si la película nos hace reír, llorar, enojarnos, espantarnos; si cuando las luces se enciendan y la pantalla se obscurezca seguimos pensando en lo que acabamos de ver; si seguimos inmersos en la experiencia cinematográfica, es porque creímos que A era B.

Cuando en “Inteligencia Artificial” nos conmovemos con el final de David abrazando a su madre, nos están engañando dos veces. La primera porque David es un robot, sería lo mismo que nos conmoviera una cafetera haciendo café. Pero la segunda es aún más grave, porque David no es David. David es un personaje ficticio, es Haley Joel Osment, un actor interpretando un rol. Un A fingiendo ser B.

Una película en la que nos reconozcamos, a la que le atribuyamos nuestras características y en la cual se lleve a cabo la catarsis tan buscada por los cineastas, es un Juego de la Imitación que hemos perdido. Es una película que pasa el test de Turing.

Escrito por Xavier Rodriguez - 27 octubre, 2014
Tags | cine, dosis de arte, inteligencia artificial, robótica

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