Al profesor Manuel Soriano García, investigador en el Instituto de Química de la UNAM, siempre le intrigó por qué cierto dulce de origen prehispánico recibe el nombre de alegría. “Las palabras suelen ocultar una sabiduría revelada a quien esté dispuesto a ver qué hay detrás de ellas; por ello ahondé en el amaranto y encontré una particularidad interesante: tiene funciones antidepresivas”.
Tras estudiar a fondo esta semilla —a partir de las estructuras tridimensionales de sus proteínas— determinó que, entre otras propiedades, contiene altos niveles de triptófano, un aminoácido esencial (esto quiere decir que no es producido por el cuerpo) que ayuda a sintetizar la serotonina.
A partir de esta característica, y después de un largo proceso de ensayo-error, desarrolló una alternativa a medicamentos como el Prozac, “con la ventaja de que, por provenir de una fuente natural, no tiene efectos secundarios y su costo es accesible”.
Este trabajo le valió en 1999 el Premio Nacional de Ciencia y Tecnología de Alimentos y despertó en él una inquietud: traducir estos conocimientos en un desarrollo accesible a todos, “pues el riesgo de no dar este paso es el de repetir una historia por todos sabida: que los descubrimientos sólo sirvan para escribir artículos científicos y se queden en el papel, sin posibilidad de impactar en la vida de la gente”.
Tres lustros después, el profesor universitario ha desarrollado cápsulas a partir del amaranto para tratar las afectaciones del ánimo, las cuales han sido probadas en cientos de pacientes —algunos en los institutos nacionales de Neurología y Psiquiatría— y existe la posibilidad de que en breve sean sometidas a los exámenes necesarios para obtener el grado de producto farmacológico.
Replantear el problema
A nivel biológico, la depresión es asociada a una baja producción de serotonina y los medicamentos para tratarla —tanto los basados en fluoxetina (Prozac) o paroxetina (Aropax)— suelen bloquear los receptores encargados de absorber dicha monoamina (la finalidad es evitar que el organismo la asimile y desaparezca).
“Debido a que la falla radica en una generación deficiente de este químico me pregunté, ¿por qué no replantear el enfoque y, en vez de conservar el poco que hay a través de métodos un tanto artificiales, propiciamos que el cuerpo sea el que eleve naturalmente estos niveles hasta llegar a un punto aceptable?”, expuso.
Soriano García encontró en el triptófano del amaranto (Amaranthus hypochondriacus) la base para desarrollar una alternativa a los fármacos tradicionales, pues éste, al catabolizarse (proceso en el que las moléculas complejas se transforman en sencillas), crea serotonina y, al concentrarse de manera local, influye en la síntesis y liberación de dicho neurotransmisor.
“Con frecuencia, los investigadores hacemos nuestro trabajo en el laboratorio y, al conseguir resultados, los apilamos en un fólder que termina en un archivo, pero deberíamos obligarnos a ir más allá y dar pie a desarrollos tangibles a partir de estos conocimientos”, indicó.
Fiel a este principio —y después de una breve estadía en laboratorios de Japón—, el universitario logró sintetizar y encapsular este aminoácido esencial. El resultado es un producto —cuyo nombre comercial es AntePro— ya probado en los institutos nacionales de Neurología y Psiquiatría, así como por la Food and Drugs Administration (FDA) de Estados Unidos, que ya le entregó su aval.
“Los antidepresivos comerciales funcionan por saturación, es decir, deben transcurrir seis semanas para que el paciente perciba mejorías aunque, con frecuencia, tienen efectos secundarios. En contraste, nosotros echamos mano de una planta consumida por nuestros antepasados durante milenios, de efecto casi inmediato y, lo más importante, sin los estragos que acompañan la ingesta de los comprimidos químicos”.
Un emprendedor en el laboratorio
Antes de que la UNAM impulsara su incubadora de empresas o de que surgiera la Coordinación de Innovación y Desarrollo, Soriano García se propuso crear una compañía para distribuir los productos derivados de sus hallazgos.
“En aquella época esto implicaba navegar a contracorriente, pues aún no existía una estructura universitaria para promover estas iniciativas; además, los académicos veían con desconfianza que un científico quisiera hacerse de un lugar en el mundo de los negocios”.
Una década después, el investigador ha creado una empresa familiar llamada Gastronomía Molecular, que además del AntePro, distribuye una bebida nutritiva conocida como leche de amaranto (para niños intolerantes a la lactosa o con alergia alimentaria), hidrolizados (para personas con insuficiencia renal o de la tercera edad), barras nutritivas para diabéticos, cremas hidratantes a base de escualeno y aceite de amaranto para reducir el colesterol.
Los resultados de esta aventura han sido reconocidos con los premios Ciudad Capital Ingeniero Heberto Castillo Martínez en Innovación para Mexicanos Destacados (2012), del Gobierno del Distrito Federal —a través del Instituto de Ciencia y Tecnología— y el Nacional del Emprendedor y Productividad (2014), otorgado por el Instituto Nacional del Emprendedor (Inadem) y la Secretaría de Economía.
Para el doctor en Biofísica por la Universidad Estatal de Nueva York en Búfalo, establecer un puente entre la academia y la sociedad resulta esencial, por lo que en sus clases y asesorías busca fomentar el carácter emprendedor entre los jóvenes. “La clave es innovar, de lo contrario nos quedamos a la zaga”, aconsejó a los estudiantes.
Soriano García sabe que sus productos representan una alternativa a los métodos usuales y a eso adjudica el éxito de su compañía, “no obstante, lo que más me gusta es investigar; por ello, ante mi inminente jubilación, he instalado en casa un laboratorio para proseguir estas tareas. Mi intención es ahondar en las propiedades de los cuatro pilares de la alimentación prehispánica: el amaranto, el frijol, el maíz y la chía”.
Saberes recuperados
Los indígenas moldeaban figuras de sus deidades con una masilla de amaranto llamada tzoalli. Para inhibir esta práctica —pagana a ojos de los novohispanos—, se prohibió comercializar el grano a menos que sus productos se ofertaran al lado de uno de los objetos más preciados para el Catolicismo, las hostias (de ahí la tradición de que alegrías y obleas aparezcan juntas en las bandejas de los dulceros).
Éste es un ejemplo de cómo ciertos comestibles vitales para los pueblos originarios desaparecieron poco a poco de nuestras dietas, a tal grado que terminamos por olvidar sus beneficios.
“Ya no consumimos chía como antes, pese a ser uno de los alimentos más saludables que hay; de hecho, en este momento trabajo en una vacuna a partir de ésta. Recuperar este legado abre líneas de estudio en las que apenas comenzamos a avanzar. Aún nos falta ver a dónde llegamos, pero el antidepresivo del que he charlado es un buen inicio”, añadió el también miembro de nivel tres del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) desde hace 24 años.
La historia detrás del nombre de la palanqueta de amaranto —que tanto intrigaba a Soriano García al iniciar sus indagaciones— es la siguiente: a mediados del siglo XVI, fray Martín de Valencia inventó un dulce al mezclar esta semilla reventada con miel de abeja, y se dice que su sabor entusiasmó tanto a los primeros comensales (indígenas en su mayoría), que de pronto comenzaron a danzar y saltar de gusto, de ahí que la llamaran alegría.
Sobre el antidepresivo desarrollado en la UNAM, el académico concluyó: “quizá sus efectos no sean como para bailar y brincar de súbito, pero han mostrado ser útiles cuando el ánimo amenaza con hundirnos y es preciso salir de este trance lo más rápido posible”.
Nota: el artículo apareció originalmente en el Boletín de la UNAM
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