El sarampión es la enfermedad infecciosa más contagiosa que conocemos. El pequeño virus, de alrededor de 100 nanómetros de tamaño, es capaz de persistir suspendido en el aire por horas y contagiar a alguien que ni siquiera haya tenido contacto con aquél que padece la infección. El patógeno entra por nuestro tracto respiratorio y utiliza la maquinaria de nuestras células para invadirlas y entrar al torrente sanguíneo, donde se esparce por nuestro cuerpo. Por Tania Rivera Hernández[i]
Los primeros síntomas que aparecen son fiebre, ojos irritados, dolor de garganta, en este punto nada en especial apunta a que la infección sea sarampión. Sin embargo, en este momento el virus ya es capaz de salir de nuestro cuerpo e infectar a otras 15 personas más. Dos semanas después del contagio, aparece un sarpullido, primero en la cara, después se expande por la cabeza, cuello, tronco y hasta llegar a las extremidades; ahora si no hay duda, se trata de sarampión.

Aunque en el imaginario colectivo el sarampión no se percibe como un peligro, tan sólo en 2021 se estima causó alrededor de 56,000 muertes, con más del 98% de éstas presentándose en países de bajos recursos. Aquellos que se recuperan de la infección no están totalmente a salvo de secuelas serias, ya que el virus puede provocar inflamación del cerebro y en algunos otros casos pérdida de la visión. Por si fuera poco, recientemente se descubrió otra consecuencia por la infección que podríamos describir como macabra.
Este patógeno elimina las células de memoria inmunológica que celosamente almacenamos en nuestro cuerpo y que son resultado de vacunaciones o infecciones previas. Por ponerlo de manera simple, el virus es capaz de causar amnesia en nuestro sistema inmune y transformarlo de un sistema experimentado y preparado a uno principiante e inexperto. De pronto podemos ser de nuevo susceptibles a contraer polio, neumonía o difteria, enfermedades para las cuales ya teníamos defensas construidas y bien establecidas.
La buena noticia es que contamos con una vacuna extremadamente eficaz en prevenir la enfermedad y que 2 dosis nos protegen de por vida de manera segura, sin el riesgo de sufrir las posibles secuelas de la infección. De hecho, la vacuna es tan buena que borró de nuestra memoria colectiva todo lo malo que trae consigo el sarampión. La mala noticia, es que la vacuna ha sido el chivo expiatorio del movimiento antivacunas, el cual representa uno de los peligros más grandes para la salud pública hoy en día.

Y para agarrar al toro por los cuernos, hay que hablar sobre la falsa conexión que en algún momento se sugirió que existía entre la vacuna contra el sarampión y el autismo. En 1998, se publicó un estudio en la revista científica The Lancet en el que Andrew Wakefield, el autor principal, proponía la hipótesis de que la aplicación de la vacuna triple viral contra sarampión, rubéola y paperas, era la responsable de haber causado una condición neurológica en 8 niños anteriormente sanos.
Wakefield proponía que los componentes debían ser separados en 3 vacunas distintas para minimizar el riesgo, a pesar de no tener ningún fundamento científico o evidencia para sustentar esa idea. El estudio era sumamente deficiente para llegar a tales conclusiones, y la comunidad científica expresó su desacuerdo con la publicación de éste. Decenas de estudios con verdadero rigor científico se hicieron en los años posteriores, sin poder encontrar NINGUNA asociación entre la aplicación de la vacuna y un diagnóstico de autismo. Sin embargo, el daño ya estaba hecho.
Una investigación acerca de Wakefield realizada por el periodista Brian Deer, destapó que no solamente se trataba de un estudio deficiente o mal diseñado, sino que deliberadamente traía consigo una agenda particularmente grotesca. Para empezar, Deer descubrió que Wakefield recibió dinero por parte de una firma de abogados para realizar el estudio, y que los niños involucrados en él eran parte de un juicio legal para buscar reparación por daños supuestamente causados por la vacuna. Deer también pudo comprobar que Wakefield había manipulado e incluso inventado datos de su artículo para acomodar la narrativa deseada, incurriendo en fraude científico, y había sometido a los niños a procedimientos invasivos innecesarios, evidenciando la falta de ética con la que se hizo el estudio.
Por último, se descubrió que, casualmente dos años antes de la publicación, Wakefield había hecho una solicitud de patente de una nueva alternativa de vacuna que, según sus afirmaciones, no traía los riesgos de la vacuna triple viral. En conclusión, el desprestigio para esta vacuna no fue debido a ciencia de mala calidad o a un médico incompetente, sino que se trató de un fraude deliberado de principio a fin.

El artículo de Wakefield finalmente fue retractado por la revista en 2004, y en 2010 el gobierno británico le retiró la licencia para practicar medicina. Sin embargo, ni las medidas disciplinarias, ni los estudios que demuestran que no hay una asociación entre la vacunación y el autismo, han sido suficientes para evitar que la información falsa siga esparciéndose como si nada.
Peor aún, su mensaje ha hallado un eco muy poderoso en políticos y celebridades, como Robert F. Kennedy Jr. el actual secretario de Salud de Estados Unidos. Los mensajes de estos personajes son extremadamente peligrosos y tienen consecuencias trágicas y tangibles. En 2019 durante una visita de Kennedy a Samoa, se reunió con grupos antivacunas locales y contribuyó a avivar una fuerte campaña de desinformación en contra de la vacunación.
Dicha visita ocurrió meses antes de que iniciara una devastadora epidemia de sarampión en la que fallecieron más de 70 personas, en su mayoría niños; una devastadora experiencia para la isla del Pacífico, que ahora advierte del peligro que representa Kennedy en el puesto político que le ha sido asignado en la actual administración.

Víctimas de la epidemia de sarampión en Samoa. A la derecha Fa’aoso Tuivale, quien perdió 3 hijos, Itila de 3 años y los gemelos Tamara y Sale de apenas un año. A la derecha Kaioneta de 4 años, aún con marcas en sus piernas durante su recuperación.
Puede resultar difícil de creer que, sabiendo todo esto, todavía haya personas que empaticen con el movimiento antivacunas y con las ideas de figuras como Wakefield o Kennedy. Sin embargo, también es importante entender que es natural que parte de la población sienta miedos e inseguridades genuinos frente a las vacunas. Lo preocupante aquí, es que esos temores pueden resonar con información falsa que se viraliza y se propaga con facilidad a través de las redes sociales, las cuales, además, obtienen ganancias al monetizar la difusión de esa narrativa.
Tristemente una de las poblaciones más afectadas por la ola de desinformación sobre esta vacuna son los mismos niños en el espectro autista, ya que gracias a las dudas generadas por el fraude de Wakefield, algunos padres de estos niños deciden no vacunarles contra el sarampión y muchas otras enfermedades, dejándolos susceptibles a contraer infecciones totalmente prevenibles.
Hace más de 60 años que contamos con una vacuna segura y altamente eficaz para prevenir el sarampión. En el año 2016 el continente americano fue declarado libre de esta enfermedad, se había logrado eliminar la transmisión local. Inocentemente en ese entonces, se vislumbró erradicar el sarampión del planeta tal como lo hicimos con la viruela. Tan sólo diez años después, tenemos brotes activos en 6 países del continente, y la infodemia parece estar ganando cada vez más terreno en esta batalla que sin lugar a dudas cobrará vidas humanas de manera innecesaria.

Los mineros de carbón de principios del siglo XX descendían a minas subterráneas de las que muchos no regresaban. El trabajo era peligroso no solo por los frecuentes derrumbes, sino también por las constantes fugas de monóxido de carbono, un asesino invisible e inodoro que podía pasar desapercibido mientras asfixiaba a todo ser vivo que encontrara a su paso. Los canarios, aves especialmente susceptibles a intoxicarse con este gas, se usaban como animales centinelas en las minas. La muerte del canario era la primera señal de que algo estaba mal, y que evacuar la mina era la única manera de estar a salvo.
Por ser la infección más contagiosa, al sarampión se le conoce como el canario en la mina de las enfermedades prevenibles por vacunación. La aparición de casos es la primera señal de que algo está mal, y que otras enfermedades le siguen de cerca amenazando con regresar en poblaciones de las que ya prácticamente habían desaparecido.
El canario ya cayó, y pisándole los talones viene la tosferina.
Literatura consultada
- Ratner, A. (2025). Booster shots (Avery Publishing Group).
- Wesemann, D.R. (2019). Game of clones: How measles remodels the B cell landscape. Sci. Immunol. 4, eaaz4195.
- Godlee, F., Smith, J., and Marcovitch, H. (2011). Wakefield’s article linking MMR vaccine and autism was fraudulent. BMJ 342, c7452.
- Duff, M. (2024). ‘We learned the hard way’: Samoa remembers a deadly measles outbreak and a visit from RFK Jr. The Guardian.
- Zerbo, O., et al. (2018). Vaccination patterns in children after autism spectrum disorder diagnosis and in their younger siblings. JAMA Pediatr. 172, 469–475.
[i] Tania Rivera Hernández (1984) es Ingeniera en Biotecnología del Poli y Doctora en Ciencias por la Universidad de Queensland. Forma parte del programa Investigadorxs por México y hace proyectos de desarrollo de vacunas en el Instituto Mexicano del Seguro Social. Desde temprano en la carrera sintió fascinación por las vacunas, algo que sigue muy vigente muchos años después. Disfruta mucho la literatura infantil, la música, andar en bici y aprender sobre insectos y otros bichos.
Sin comentarios