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Arribamos a la isla después de veintiún horas de navegación en un buque de la Armada de México. Éramos tres biólogos, dos hombres y una mujer, y llevábamos con nosotros dos grandes hieleras; una con hielo seco y otra con hielo de agua. Albergábamos la esperanza de que alguna de ellas durara lo suficiente (lo cual no ocurrió) para conservar la sangre de los elefantes marinos que colectaríamos.
Establecimos nuestro campamento a una distancia razonable de la playa y de los elefantes. A la mañana siguiente, ¡Oh sorpresa! no podía salir de mi tienda de campaña porque se establecieron dos hembras adultas justo en la puerta. Salí brincándolas como pude y, por supuesto, hubo que mover el campamento mucho más arriba.
Los elefantes marinos son un espectáculo maravilloso, desde el sonido que emiten los machos con su trompa (http://www.marinemammalcenter.org/education/marine-mammal-information/pinnipeds/northern-elephant-seal/), hasta la manera en la que se desplazan, que es notoriamente diferente a la de sus parientes los lobos marinos. Los lobos pueden sostenerse con sus aletas delanteras y desplazarse utilizándolas. Las focas elefante, en cambio, no pueden sostenerse sobre ellas, por lo que tienen que desplazar mediante oscilaciones del cuerpo, como lo hacen los gusanos. Adquieren velocidades increíbles, durante nuestra estancia, siempre tuvimos que estar muy alerta de cualquier elefante traicionero que nos intentará atacar, ya que pueden morder o sencillamente pasar por arriba de uno con sus dos y media toneladas de peso.
El período de reproducción de esta especie, Mirounga angustirostris, ocurre durante el invierno. Llegan a la isla aproximadamente en noviembre, estableciendo un territorio que defenderán violentamente. Forman harenes, que en ocasiones sobrepasan las 40 hembras por macho. Los machos dominantes o alfa, son los primeros en llegar y escogen las mejores áreas reproductivas, después llegan las hembras alfa, quienes escogen a los machos dominantes. Ahí mismo parirán a sus crías después de once meses de embarazo, ya que después de la fecundación el cigoto se mantiene suspendido en el útero sin desarrollarse, retardando la gestación, para que las crías puedan nacer en tierra.
Ciclo reproductivo del elefante marino del norte Mirounga angustirostris
Cada macho copula con todas sus hembras varias veces mientras estén en estro y para ello no tiene inconveniente en pasar arriba de las crías recién nacidas. Las hembras pueden copular con uno o más machos, siempre y cuando el dominante no se de cuenta.
Los machos de Mirounga angustirostris llegan a medir más de 5 metros de largo y a pesar 2.5 toneladas. Las hembras son más pequeñas, pero aún así alcanzan los 3 metros de largo y los 900 kg de peso. Su esperanza de vida es de entre 11 y 12 años.
Durante la época de reproducción, dejan de alimentarse durante 80 días, perdiendo diariamente entre 7 y 10 kg. Un elefante que llega pesando dos toneladas, termina la temporada reproductiva con menos de la mitad de su peso corporal. Al final de la temporada de reproducción, viajan aproximadamente cien kilómetros al día hasta llegar a Alaska, en donde se alimentan y descansan dos meses y se preparan para iniciar el viaje de regreso en mayo. Recorriendo una distancia total de aproximadamente 21,000 kilómetros en el caso de los machos y en el de las hembras 18,000, incluyendo ida y vuelta.
Para poder regular su temperatura corporal, ya que carecen de glándulas sudoríparas con las cuales disipar el calor, producen vaho que circula de pulmones a nariz como sistema de enfriamiento. Los machos utilizan su gran trompa para no deshidratarse durante este proceso. La humedad del vaho se deposita en la mucosa de los cornetes deslizándose hacia la garganta de manera que el macho lo traga y no pierde nada de agua.
Las hembras amamantan a las crías durante una semana o más con una leche increíblemente nutritiva y grasosa, de manera que estas aumentan alrededor de 4 kg al día. Las crías nacen de color negro pesando 35 kilogramos y midiendo 1.25 metros, posteriormente mudan su pelaje a un color plateado; los adultos también mudan pelo y piel (epidermis) y parece ser un proceso un poco doloroso, sangrando en ocasiones.
Son nadadores increíbles, cuando las hembras destetan a las crías y regresan al mar a alimentarse, pueden hacer inmersiones de casi dos horas, llegando a más de 1000m de profundidad, en donde localizan peces, calamares y otras especies bentónicas. Tienen el globo ocular adecuado para que la pupila se dilate extraordinariamente y les permita tener visión en condiciones de luz muy escasa.
También poseen un sistema circulatorio especializado que durante la inmersión disminuye el latido cardíaco (bradicardia) e irriga selectivamente las áreas importantes del cuerpo.
Esta especie tampoco se libró de los congéneres de los que hablábamos en la primera parte de esté artículo. De hecho, fueron cazados brutalmente por rusos y americanos, pues la cantidad de grasa (“blubber”) que poseen representaba un recurso muy importante, ya que, entre otras cosas, de ella se obtenía aceites de excelente calidad para diversas industrias.
La cacería de estos organismos resulta sencilla, no se necesitan buques balleneros ni grandes arpones tipo el capitán Ahab, debido a que presentan movilidad limitada y pasan mucho tiempo en tierra, lo que los convierte en presa fácil.
Nuestra misión en la isla consistió en colectar sangre para efectuar un estudio genético que se llevaría a cabo posteriormente en un laboratorio de La Paz; para lo cual utilizábamos muestras de sangre de las crías (sangrar a un adulto sería una tarea kamikaze).
La metodología que empleábamos era la siguiente: Mi compañero “El Chino” brincaba sobre la cría sujetándola fuertemente del cuello, seguía “El Maravilla”, quién se sentaba de espaldas al Chino sujetando las aletas caudales y volteándolas para que yo procediera a insertar la jeringa entre el 3° y 4° dígito. Como se habrán dado cuenta, la fuerza de tres personas era necesaria para sujetar a una cría de dos semanas de nacida. Cada muestra era colocada dentro de un tubo de ensayo con heparina, para que la sangre no se coagulara, y procedíamos a etiquetarla.
Teníamos clarísimo el plan de ataque pero no contábamos con el problema del hielo para preservar las muestras. Yo revisaba diariamente las hieleras con la esperanza de que no se hubiera perdido el hielo, pero, como era de suponerse, desde el día quince de nuestra expedición el hielo de agua se había derretido y el hielo seco sublimado en su totalidad.
Todos los días despertábamos con alguna novedad interesante, por ejemplo, mi tienda de campaña amanecía marcada con orina de los gatos machos. Una maravilla, pues mis vecinos hombres con testosterona, quienes tenían su tienda a un metro de la mía, siempre amanecían intactos. De alguna extraña manera mis hormonas femenina les implicaba un reto a los felinos invasores, que seguramente me marcaban como su propiedad.
Durante nuestro trabajo de campo pudimos apreciar día a día los cambios de las crías, pasando de un pelaje negro a un pelaje plateado precioso. También pudimos observar su desarrollo social pasando de una movilidad restringida a la formación de grupos que empezaban a meterse al mar y a retozar un poco en las olas de la orilla. Así mismo, fuimos testigos de elefantes machos viejos retirados que flotaban a la deriva y eran depredados por tiburones blancos.
Solíamos organizar excursiones para recorrer distintas partes de la Isla. Algunas veces nos llevaban los pescadores en lancha, les cambiábamos chorizo por langostas o alguna otra cosa que les podía interesar. Fueron un apoyo muy importante en todos sentidos.
Después de 30 días de estancia se acercaba la fecha de la partida y planeamos que el día anterior sangraríamos a todas las crías que fuera posible para que la sangre aguantara hasta el día siguiente en que el barco llegaría por nosotros. Sangramos alrededor de cuarenta individuos y efectivamente vimos al barco de lejos, pero nunca paró en la punta Norte, donde nosotros suponíamos que lo haría. Así es que “el Piteco” (uno de los pescadores que nos ayudaban) me llevó con todas las muestras de sangre a cuestas hasta la punta Oeste, para así intentar interceptar al barco. Nos alineamos con la escalera y me trepé al navío de la armada. Le expliqué al capitán que mis compañeros estaban en la punta Norte y que la tripulación del otro barco sabía que nos tenían que recoger en aquel sitio. Él sólo se rió y me dijo: “mi hijita, si esto no es un barco turístico con itinerario”. Le rogué que virara la embarcación para recoger a mis colegas que ya habían levantado el campamento.
Finalmente lo hizo bajo la advertencia de que nunca volviéramos a contar con ello e hizo énfasis en aquello de que no eran un barco turístico.
Por suerte la sangre llegó sana, salva y con actividad enzimática suficiente para las electroforesis que yo tenía que hacer. Los resultados mostraron lo esperado: que la especie prácticamente no tiene variación genética. Lo que sucede es que es una especie en la que se registran altos grados de endogamia, es frecuente que un macho alfa, que conserva su rango por muchos años, se reproduzca con sus propias hijas. Esto aunado a la cacería desmedida que prácticamente los erradicó por completo, lo que ocasionó que la población actual provenga apenas de unos quince individuos (a esto se le llama el efecto fundador o de cuello de botella). La implicación de tal situación es que la especie sea tremendamente vulnerable a cualquier tipo de cambio en el entorno o epidemia.
Hoy en día se estima que existen alrededor de 130,000 ejemplares de elefantes marinos, 25% de ellos habitan en islas mexicanas y 75% en California, E.U. Es verdaderamente sorprendente que esta especie haya logrado recuperarse en isla Guadalupe después de la brutal explotación de la que fue presa. Resulta que, tras múltiples matanzas, llegaron de Estados Unidos a la isla los investigadores Towsend y Anthony en 1892, y descubrieron que había nueve elefantes marinos. Fue tal el gusto que les produjo el hallazgo que mataron a siete de ellos para la colección del Smithsonian. ¡Guau! que vivan los sapiens! Lo más curiosos del asunto es que Townsend se pudo dar el lujo de llevarle unos cráneos de Arctocephalus a Merriam, quién los describió y los bautizó en 1897 como Arctocephalus townsendi, en honor al investigador.
Hay muchas otras historias de nuestros congéneres que resultan canonizados por sus hazañas, Charles Melville Scammon, por ejemplo, sanguinario ballenero norteamericano que entre 1860 y 1870 casi logró la extinción de la ballena gris, Eschrictius robustus, paralelamente hizo esquemas y descripciones de los cetáceos de Baja California, escribiendo un libro con sus observaciones. Por lo que ahora es considerado como un ser maravilloso que aportó mucho al conocimiento de las ballenas, en especial de la Ballena gris que prácticamente aniquilara de los mares locales. Él mismo, se jactó de descubrir la laguna “Ojo de Liebre” (que se localiza en el límite de Baja California Sur, en donde se encuentra la Bahía de Sebastián Vizcaíno, declarada santuario y patrimonio de la humanidad por la UNESCO), y pretendió bautizarla como Scammon´s lagoon. Afortunadamente los mexicanos la seguimos llamando ojo de liebre.
Para concluir este escrito quisiera mencionar que fue un privilegio absoluto haber conocido esta isla maravillosa de la que fue muy difícil partir. El elefante marino pudo recuperarse gracias a los esfuerzos de conservación y a los decretos gubernamentales que finalmente protegieron a Guadalupe y su fauna y flora restante.
Sólo queda decir que ojalá haya algún aprendizaje en cuanto a la destrucción intrínseca del ser humano como para no repetir las atrocidades que ocurrieron en este santuario. Quizás un pensamiento un tanto optimista de mi alma siempre Guadalupana.
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